Lester Jesús Morejón, el profe cubano de Barrio Adentro Deportivo, enseña a los muchachos a soñar con el fútbol en el terreno del Triángulo Guaicaipuro, en Puerto Ayacucho, la capital del Estado Amazonas. Autor: Yander Zamora Publicado: 21/09/2017 | 04:56 pm
PUERTO AYACUCHO.— Por estos días el maravilloso hombre de las fábulas y los cuentos infantiles anda de cumpleaños 205. Probablemente, a Hans Christian Andersen, la grey menuda no lo conozca aquí por su nombre. Pero sueñan, igual o más, con sus propias leyendas de la selva, llenas de espesa vegetación y nada de nieve, o con ser algún día estrellas del fútbol.
El patito feo, La pequeña cerillera, El traje nuevo del emperador, La reina de las nieves, Las zapatillas rojas, El soldadito de plomo, El ruiseñor, El sastrecillo valiente y La sirenita, se desvanecen entre las historias de «los hijos del viento verde con olor a musgo del tepuy», de «los abuelos magos convertidos ya en pájaros ya en piedras», como dice el poema Indianos somos; entre las narraciones «escritas por escarabajos», en un lejano caño amazonense del inagotable «ajicero de la vieja», y con los «pájaros madrugadores que cantan hasta la llegada del alba», en esta «tierra sonora», entre la selva y los ríos, donde «el futuro es un reto».
Con esas fantasías bulléndoles y alimentando ilusiones que ahora, en una República Bolivariana para todos, pudieran convertirse en realidad, patean la pelota siguiendo las instrucciones del pinareño Lester Jesús Morejón, el profe cubano de Barrio Adentro Deportivo, transformado —por obra y gracia de la solidaridad misionera— de especialista en lucha greco a preceptor del más universal de los deportes.
Y no lo hacen mal Lisandro y Leandro, José Miguel y Jose, Dámaso y Carlos y los hermanitos Salazar —Enrique y Edgar. Sudan la camiseta, levantan el polvo del terreno del Triángulo Guaicaipuro, aquí en Puerto Ayacucho, la capital del Estado Amazonas, donde se dan la mano el binomio Salud-Deporte.
Mientras tanto, Luz Marina salta con una agilidad inimaginable para su evidente sobrepeso. La mujer transpira copiosamente, pero está feliz, y aunque sigue con todo su cuerpo el compás de la música contagiosa en la clase de bailoterapia, no deja de mirar de reojo al pequeño que, sentado en el piso de la nave del centro deportivo, contempla a su mamá.
«Me va muy bien, ya he rebajado un poco de kilos, y doy gracias a la profesora, porque sí que me siento mucho mejor de salud, más ligera y ni me canso ni me falta el aire», dice cuando Yuleima Álvarez Roque les da un breve descanso para atender, también, a los intrusos periodistas que han interrumpido la sesión de ejercicios seguidos varios días a la semana por jóvenes o abuelas dispuestas a mejorar su calidad de vida.
Desde el combinado deportivo de San Juan y Martínez, en Pinar del Río, llegó Yuleima a este apartado rincón de la geografía venezolana. La maratonista, cuya última competencia fue en 2005, lleva ya casi año y medio de servicio en Amazonas, en una carrera mayor en busca de la actividad física de la comunidad, terapéutica y profiláctica, en la que la acompañan en este Estado 60 deportistas cooperantes —45 en Barrio Adentro y 15 de la alta competencia.
Las Misiones Sociales crean lazos tan inquebrantables como la inmensa roca de granito negro sobre la que está localizado Puerto Ayacucho, en la margen derecha de un río Orinoco que la severa seca intenta mermar, sacando a la vista su lecho de piedra, pero no logra hacer desaparecer porque él también es vida.
Así me lo imagino, culebreando por el campo, a Hans Christian, el hijo del zapatero y la lavandera, que no pocas veces durmió bajo un puente y mendigó para comer, persiguiendo vivaz el balón con Lisandro, Leandro, José Miguel, Jose, Dámaso, Carlos, Enrique y Edgar, y todos saben que el sueño de la inclusión y la felicidad ya puede ser alcanzado...