A la barriada de Petion Ville y sectores de la avenida Delmas, donde reabren sus puertas varias casas financieras, llegan ciudadanos de diversos rincones de la ciudad con la esperanza de recibir alguna remesa, o encontrar un empleo en los negocios que reanudan sus actividades al cumplirse dos semanas del terremoto, reseña Prensa Latina.
«El 25 por ciento de los bancos nacionales dependen de las personas que están en la diáspora, y se comienzan a recibir estas transferencias», comentó a este medio una fuente gubernamental de alto rango.
Según el funcionario, que habló en condición de anonimato, a pesar de los grandes daños ocasionados por el sismo, a causa de los cuales algunas sucursales quedaron destruidas, las instituciones financieras no están en peligro.
«El Banco Central tiene todo bajo control, de ahí que el gobierno decidiera autorizar la apertura de los bancos», afirmó la fuente.
En su opinión, se trata de buscar a toda costa que al país entren recursos financieros, por ello se ha autorizado a la aduana y a la dirección general de impuestos a trasladarse a nuevos edificios.
«Y se han creado otros medios de facilitación, de facilidades para favorecer las entradas por la aduana», indicó.
La oxigenación de la banca se añade a cierta organización que comienza a apreciarse en Puerto Príncipe, una ciudad en la que la disciplina social, antes del sismo, tampoco fue un motivo para presumir.
Camiones cisterna cargados de agua aparcan en las inmediaciones de los grandes asentamientos humanos que emergieron en plazas y parques, y la población acude en busca de su balde cargado del preciado líquido con menos estado de desesperación.
Activistas de la Cruz Roja haitiana recorren estos predios para ayudar a las personas que tengan familiares desaparecidos y añoren un nuevo encuentro con ellos.
Mediante este servicio, es posible localizar a individuos que hayan salido de la capital en busca nuevas oportunidades, y sobre todo de un espacio donde a la tierra no se le ocurra temblar una vez más con tanta intensidad.
Las entradas de los hospitales dejaron de ser hervideros humanos reclamando la atención urgente de familiares, amigos o simplemente víctimas del sismo encontradas a su paso, muchos de ellos con abismales heridas o extremidades a punto de ser amputadas.
El escenario ahora en los centros de salud es otro. La mayoría de los pacientes que permanecían en los pasillos, identificados por hojas de papel con sus generales pegadas a las paredes, ya fueron trasladados a salas.
Empresas constructoras reanudaron su rutina, algunas de ellas dedicadas a la reparación de edificaciones que aún admiten remiendos.
Otras, dan continuidad a obras que el sismo sorprendió a medio terminar, pero que salieron ilesas de sus sacudidas.
La reanimación del tráfico vehicular también es una señal, incentivada por autos que sus dueños lograron echar a andar luego de dos semanas del terremoto, pero que aún llevan en sus chasis marcas de las palizas que les dio el movimiento telúrico.
Hoy en Puerto Príncipe no resulta extraño ver a un ciudadano conducir su auto sin el vidrio parabrisas, pero seguramente su vista está protegida por una careta de pesca submarina.
Ese espíritu de supervivencia es el que prevalece en la ciudad, donde sin duda alguna, los destrozos y las calamidades son mayores que las esperanzas, pero afortunadamente los haitianos no se dan por vencidos.
La víspera fue el día oficial de reanudación de las actividades laborales después del terremoto, ocasión para el reencuentro entre quienes no se veían desde el día 11. Una gran parte de ellos venía de un entierro.