Una de las fotos de los tres marines muertos el 26 de junio en Garma, tomada por Zoriah Miller. El status de «incrustado» (embedded) fue uno de los «privilegios» que el Pentágono otorgó a cientos de reporteros y fotógrafos para darle cobertura a los preparativos de la invasión a Iraq, al despiadado bombardeo previo al avance de sus blindados y fuerzas de tierra, y a la posterior ocupación del país, que dura hasta hoy en día y parece no tener para cuando acabar.
Todo partía de un acuerdo: los periodistas escogidos por sus medios, y hasta entrenados en campos militares, acompañarían a las diferentes unidades y cumplirían estrictamente las orientaciones de los mandos, que determinarían el grado de censura de materiales escritos o fílmicos. Nada inconveniente debía ser visto, leído o escuchado —de acuerdo con la seguridad nacional de EE.UU.— por una ciudadanía que apoyó en un principio una guerra, luego revelada como fruto del engaño y la mentira.
Actualmente, menos de una docena de fotógrafos están enganchados con las fuerzas estadounidenses y uno de ellos, el free-lance Zoriah Miller, ha sido prácticamente expulsado, barrido, desincrustado por el Cuerpo de Marines, que le acusa de haber roto las reglas: puso en su blog de Internet fotos de marines muertos en el ataque suicida contra una reunión de jefes tribales con mandos militares estadounidenses en Fallujah, el pasado 26 de junio.
El mayor general John Kelly, comandante de los Marines en Iraq, intenta mucho más, quiere prohibir a Miller en todas y cada una de las instalaciones militares de Estados Unidos en el mundo. Por supuesto, el fotógrafo de prensa, que también describió sus impresiones de lo acontecido aquel día, acusa a la administración Bush de censura y de presentar una guerra saneada.
Recordemos que la manipulación política de la agresión no solo implicó mentir a la ciudadanía estadounidense y al mundo, también se hizo acompañar de la prensa —y todavía lo hace—, y hasta impidió por un buen tiempo las fotos de los ataúdes de sus soldados envueltos en la bandera de las barras y las estrellas, bajo el pretexto de que publicar esas imágenes afectaban la seguridad nacional y constituían «una afrenta» a la dignidad de los caídos —como si la afrenta mayor no hubiera sido y continúa siendo mandarlos a morir y a matar en Iraq y en Afganistán, los dos capítulos más cruentos de la singular guerra contra el terrorismo desarrollada por George W. Bush y su equipo.
«Específicamente, el señor Miller proveyó a nuestro enemigo con un reporte-después-de-acción sobre la efectividad de su ataque y sobre los procedimientos de respuesta de Estados Unidos y las fuerzas iraquíes», dijo el teniente coronel Chris Hughes, un vocero de los marines, aludiendo a la información aparecida en el blog del free-lance.
Sin embargo, opositores a la guerra, activistas de las libertades civiles y de los derechos humanos, y alguna gente de la prensa han argumentado que los norteamericanos tienen derecho a saber y a ver cuánto les está costando la odisea bélica.
No son pocos los periodistas que se quejan de lo difícil de informar, y la imposibilidad de mostrar ciertas facetas dolorosas de la guerra, a pesar de que las reglas del «embedded» o «incrustamiento» en las unidades militares no les impide mostrar los cadáveres si estos no pueden ser identificados en la imagen.
Cómo Miller contó la historiaSus padres fueron muertos el 18 de enero de 2005, en punto de control en Tal Afar. Llora aterrorizada y salpicada por la sangre de sus progenitores. Foto: Chris Hondros, Getty Images El fotógrafo Miller ha denunciado su expulsión: «Esto es absolutamente censura. Tomé fotos de algo que a ellos no les gustó, y me removieron. Decidieron qué puedo o no puedo documentar...» Y se mantuvo en su posición de exponer en su página en Internet los acontecimientos iraquíes de los que ha sido testigo.
Miller, que acompañaba el día de los hechos a la Compañía E del segundo batallón, del Tercer Regimiento de Marines en Garma, provincia de Anbar, no aceptó en aquel momento la petición que le habían hecho de que le diera cobertura al encuentro en el consejo de los jefes tribales y los comandantes estadounidenses y prefirió salir con una unidad de patrullaje en la vecindad.
Pero estaba lo suficientemente cerca cuando detonó la bomba que mató a 20 de los iraquíes participantes en la reunión, dos traductores, y tres marines —el cabo Marcus Preudhomme, el capitán Philip Dykeman, y el teniente coronel Max Galeai—, y fue uno de los primeros en llegar al lugar, y disparó durante diez minutos... con su cámara, antes de ser escoltado fuera de la horrenda escena.
En una entrevista que le hizo la agencia IPS, Miller describió: «Cuando llegamos al edificio, había un caos. Iraquíes, policías y civiles corrían y gritaban. Estaban retirando cadáveres del lugar».
También señaló que «al entrar, me encontré con restos de más de 20 personas esparcidos por todo el lugar. Uno de los infantes de la patrulla a la que yo acompañaba comenzó a vomitar. Otros permanecían parados allí, sin saber qué hacer. Era completamente surrealista. En ese momento tomé conciencia de que eso superaba cualquier cosa que yo hubiera experimentado antes. Quería asegurarme de que registraría el horror visual».
Y una reflexión muy importante le hizo registrar lo acontecido: «Nadie en Estados Unidos tiene la menor idea de lo que significa cuando se escucha que 20 personas murieron en un atentado suicida. Quería que pudieran asociar ese número con la escena y la pérdida de vidas humanas, y mostrar por qué los soldados sufren de estrés postraumático».
Más tarde comenzarían las presiones. El Servicio Naval de Investigaciones Criminales le pidió que le entregara las fotos que había tomado para sus pesquisas, y les hizo copia, pero se negó a borrar la tarjeta de memoria de su cámara como le exigieron.
Miller le narró a Dahr Jamail, de IPS, que le mostró las fotos a algunos marines para asegurarse de que ninguna perturbaría a las familias de los muertos y no le plantearon objeción, por eso las publicó 96 horas después de los hechos en su blog.
Pero al día siguiente —reveló el diario The New York Times—, un oficial de alto rango de asuntos públicos de los Marines le demandó que debía quitar las fotos del blog, y al negarse le comunicó que su vínculo había terminado.
El 3 de julio recibió una carta firmada por el general Kelly, jefe de los Marines en Iraq, donde le comunicaba que no podía entrar en ninguna de sus instalaciones porque había violado las secciones 14 (h) y (o) de las reglas del embedded, que disponen que ninguna información puede ser publicada sin aprobación, incluido material sobre «cualquiera tácticas, técnicas y procedimientos presenciados durante operaciones», o que «provean información sobre la efectividad de las técnicas enemigas».
Tales reglas adicionales, decía el diario neoyorquino, fueron adoptadas en la primavera de 2007, y establecían que para utilizar la imagen de un soldado herido este debía dar su permiso por escrito.
Zoriah Miller en Iraq. Foto: James Lee, especial para The Star El caso de Zoriah Miller sigue su curso. El debate se calienta, y hasta The New York Times reconoció que en cuatro de cinco ocasiones que documentó situaciones publicando imágenes, el fotógrafo fue inmediatamente «pateado fuera».
Los otros incidentes mencionados son el de Stefan Zaklin, de la agencia Europa Press, porque publicó una foto de un capitán del ejército yaciendo sobre un charco de sangre en Fallujah en 2004. En enero de 2007 fueron desincrustados dos de sus periodistas tras publicar una foto de un soldado herido con un disparo en la cabeza y que murió horas después de que fuera tomada la foto. Igualmente fue condenado al ostracismo Chris Hondros, de Getty Images, cuando se distribuyeron en todo el mundo las imágenes del 18 de enero de 2005 cuando soldados estadounidenses mataron a los padres de una familia iraquí desarmada y la foto mostraba a su pequeña hija manchada con las salpicaduras de la sangre de sus progenitores.
He ahí las causas de por qué, a pesar de que ya han muerto 4 136 militares estadounidenses en Iraq y 569 en Afganistán, apenas media docena de imágenes grafican esa realidad.
El Pentágono del W. Bush no desea tener testigos incómodos...