Ricardo Delgado Téllez. BEIJING.— Ricardo Delgado Téllez, especialista del Órgano de Montaña de Nipe-Sagua-Baracoa, estaba en la oficina en Chengdu que comparte con otros compañeros chinos cuando sintió que el edificio del Instituto de Montaña y Desastre de la Academia de Ciencias de China (CASS) comenzó a «bailar». Tardó varios segundos en comprender lo que ocurría, pero luego se sirvió de los conocimientos de quien vive en la zona oriental de su querida Isla del Caribe para intentar ponerse a salvo.
Logró interceptar a varios colegas que corrían hacia las escaleras. Sabía que ese es uno de los más graves errores en caso de terremotos. Cuando el inmueble se estabilizó este guantanamero de 36 años salió del lugar junto con quienes no lo habían hecho antes. En el Instituto, ni Ricardo, ni sus compañeros tuvieron conciencia de lo que había ocurrido, y de su magnitud, hasta varias horas después.
Poco después de la tragedia, Ricardo comparte con los lectores de JR las vivencias de esa jornada aciaga, luego de trasladarse a la capital china por unos días. Este sábado ya estará de regreso en Chengdu.
«Cuando empezó a ponerse feo, me moví hasta cerca de la puerta. Alerté a mi compañero, que ya casi llegaba a la escalera y logré halar a otros dos que corrían por el pasillo; sabía que era una de las cosas que no debe hacerse en situaciones como esa», un conocimiento adquirido porque en el órgano de montaña de la zona oriental de Cuba apoya proyectos educativos para enseñar, especialmente a los niños, sobre qué hacer en caso de terremoto.
«Como nadie tenía idea de la magnitud de lo que había ocurrido, me sorprendió que no se regresara al trabajo. Cuando hay un temblor en Santiago, la gente sale, toma las medidas, pero luego todo regresa a la normalidad. Caminé por los alrededores para hacerme una idea de lo ocurrido y en la zona que pudieron abarcar mis pasos no había daños mayores. Regresé al Instituto y pasamos la primera noche fuera por temor a las réplicas», comenta.
Ricardo es el único estudiante extranjero del Instituto de Montaña y sus profesores estuvieron muy pendientes de él. El supervisor de su doctorado, Profesor Wei Fangqiang, una de las voces más prestigiosas en temas de deslizamiento de tierra, especialidad de este Instituto chino, le ayudó a comunicarse con su familia en Guantánamo y con la Embajada de Cuba en Beijing.
Quienes sienten temor a que nuevos temblores los sorprendan en los edificios están pernoctando en tiendas de campaña en los parques y espacios abiertos de ciudades de la región. Chengdu, ubicada a escasos 90 kilómetros del epicentro del terremoto, no se encuentra entre las ciudades más golpeadas por el fenómeno según le explicó el profesor Wei, gracias a su privilegiada situación geográfica. Aún así, esa tarde murieron allí más de 1 200 personas.
«Esta ciudad —una de las más antiguas de China— se ubica en una cuenca donde la roca está a gran profundidad y tanto sedimento comprimido antes de llegar a la superficie amortiguó la energía del terremoto. Pero pudo haber sido mucho peor» afirma, mientras recuerda lo dicho por el experto profesor.
El primer voluntarioUna vez que lograron restablecer las comunicaciones y las noticias develaron la gravedad de la situación, los estudiantes y toda la ciudad se movilizaron para apoyar a los más necesitados. Ricardo se sumó a la lista de voluntarios y como millones de personas por estos días, donó ropas y dinero para las víctimas.
«Los profesores del Instituto, encabezados por Wei, partieron hacia la zona del epicentro para asesorar al gobierno en los temas de deslizamiento, ayudar a hacer transitables las carreteras y verificar el estado de las presas. Regresaron el sábado y contaron historias desoladoras.
Los estudiantes pedíamos salir para la zona más castigada, pero las autoridades insistieron en que la tarea de los jóvenes chinos ahora es estudiar para que algo así no vuelva a ocurrir», recuerda Ricardo.
Su voz se quiebra. El joven está pensando en todas esas personas con las que de seguro se ha cruzado a lo largo de estos casi tres meses de estancia en Chengdu y cuyas vidas han cambiado para siempre.
«Resulta difícil creerse que se está tan cerca del desastre. Cuando pienso que de Santiago a Guantánamo hay la misma distancia que de Chengdu hasta el sitio donde ha ocurrido lo peor, me recorre un escalofrío y quisiera estar allí para ayudar en lo que sea».
Esta dramática experiencia que me narra ayuda a comprender mejor a este hermano pueblo. Los chinos aman la vida de un modo especial. Los he observado durante este tiempo. Hace solo unos días donde tantos bebían té, jugaban cartas, conversaban con un árbol o estudiaban; ahora solo quedan montañas de escombros...
Sentados en uno de los salones de la misión diplomática cubana en la capital china, este cubano que vivió el terremoto de Sichuan tan de cerca, menciona una de las convicciones que recorre hoy el gigante asiático y buena parte del mundo.
Cambia el tono y el brillo del optimismo habla por él, por todos los que habitamos la Isla...
«Estoy convencido de que el pueblo chino puede levantarse. He visto como trabajan y construyen. No hay duda de ello».