Consecuencia directa, y por tanto, consustancial a la creciente emigración, las remesas y su enorme impacto en América Latina resultan de obligada referencia cuando se analizan en La Habana los problemas del desarrollo y la globalización.
Los envíos familiares desde el exterior han hecho de Latinoamérica la región que más remesas recibe: allí ese dinero representa el 70 por ciento de la inversión directa y constituye seis veces más que el monto que se recibe mediante la denominada «ayuda al desarrollo». Eso, sin contar el dinero que llega de manera «extraoficial» y no por los canales financieros institucionales, por lo cual difícilmente podría ser contabilizado. ¿Cuánto más, sumándolo, podría representar?
A tono con posturas recientes que intentan atemperar al organismo a estos tiempos, el Banco Mundial ha hecho aquí una descripción técnica del fenómeno que intenta tomar distancias apropiadas, y no tomar posiciones.
Si bien se acepta que las remesas recibidas por las familias de los emigrantes podrían influir en el crecimiento económico de las naciones pobres, el Banco entiende los esfuerzos de los trabajadores que buscan el sustento propio y de los suyos fuera de su país, y no dicta políticas ni exige. Además, es muy poco probable que hogares necesitados de la ayuda de sus familiares desde el exterior, puedan tener lo suficiente como para salvar con ese dinero las necesidades vitales y, después, hacer «inversiones».
Los dolores propios de la separación para quienes se van, y la pérdida de profesionales en muchas de las naciones emisoras de emigrantes —no solo se desplazan los menos capacitados— se cuentan entre los factores negativos. Pero el BM considera que otros saldos son buenos como, por ejemplo, su contribución, aunque modesta y limitada al ámbito familiar, a la reducción de la pobreza.
En opinión de Pablo Fajnzfber, economista de la Oficina del Director Jefe del Banco Mundial y coautor de un trabajo donde participaron otros investigadores, sería demasiado instalar políticas mediante las cuales los Estados nacionales exigieran a las familias receptoras de remesas la inversión para contribuir, de ese modo, al crecimiento del PIB.
En todo caso, lo que más tranquiliza es su aseveración de que «las remesas no son sustitutos de los flujos —que tan escasamente fluyen— de la ayuda al desarrollo».
Precisamente, la insistente precariedad de la contribución que debían dar los países desarrollados al otro lado del mundo, ha sido también punto focal de este foro internacional de economistas sobre globalización y problemas del desarrollo.