Nuestra «computadora biológica» está naturalmente programada para responder a la atracción sexual, asegura el doctor Daniel G. Amen en su libro Sexo en el cerebro. Y como el 50 por ciento de sus capacidades activas se dedica a procesar la visión, es lógico que al ver a una persona que nos atrae una gran porción de nuestros pensamientos gire en torno a ella. Sin embargo, está probado que la amígdala, parte del cerebro donde reside el control de las emociones, se activa mucho más en los hombres que en las mujeres cuando ven cualquier tipo de estímulo sexual. Eso explica por qué a ellos les interesa más la pornografía mientras ellas gastan mayor tiempo acicalándose frente al espejo.
Estudios aplicados en Canadá a un grupo de hombres para determinar cómo influye en sus capacidades intelectuales el ver mujeres atractivas, probó para la ciencia que ellos pueden tomar decisiones estúpidas tras contemplar féminas de belleza «perturbadora». El mismo test aplicado a mujeres demostró que para ellas contemplar la hermosura masculina no interfiere en sus procesos del pensamiento.
No obstante el papel de la apariencia física en la búsqueda de parejas sexuales, en lugar de amor «a primera vista», lo correcto sería hablar de amor «a primera olfateada», dada la importancia que los órganos sensibles ubicados en la nariz tienen en este proceso, al extremo de que una de cada cuatro personas que pierde el sentido del olfato desarrolla también disfunciones sexuales.
Del mismo modo, en lugar de agradecer a las estrellas, las rosas o las olas del mar, los enamorados deberían cantar odas a sustancias químicas tan poderosas como la epinefrina, la dopamina, la serotonina, la oxitocina, la feniletilamina u otras hormonas neurotransmisoras que se encargan de «flechar» nuestras neuronas. Bajo su tóxica influencia somos capaces de sacrificar el sueño, hablar largas horas por teléfono, enviar numerosos mensajes o deshojar margaritas.