El ruido ensordecedor de las bombas que caen y explotan todos los días sobre Iraq cubren los gritos de los niños. Gritos de miedo y dolor que ya no tienen cura.
La violencia y las guerras pone a cualquier persona en peligro de perder la vida, quedar mutilados o dañados psicológicamente para siempre.
No es un fenómeno nuevo que las mujeres y los niños son los que más sufren durante épocas de beligerancias. Es una realidad tan vieja como la propia guerra.
Pero siempre son los más pequeños quienes se llevan la peor parte. Quedan huérfanos o sufren la separación forzada de sus padres por desplazamientos, desapariciones, cárcel... Otros ven destruir sus hogares, desintegrarse sus familias física y moralmente o son trasladados forzosamente a lugares desconocidos buscando refugio. Algunos sufren, incluso, abusos en su propio cuerpo, violencia sexual o cualquier otro tipo de maltrato y siempre sin tener conciencia de que está sucediendo o por qué esta sucediendo. Su estabilidad emocional termina invadida por fuertes sentimientos de miedo, amenaza, fragilidad y desesperanza.
JUGANDO A MATARDesde el comienzo de la ocupación, los niños iraquíes han sido los más afectados por la violencia generada por las fuerzas ocupantes y esta traumática degeneración en los menores provocada por la violencia en Iraq, genera en ellos problemas psicológicos que van en desenfrenado aumento. La situación es en extremo preocupante.
Un vehículo se detiene ante el punto de control en el oeste de Bagdad. El centinela pregunta al chofer mientras le apunta con su arma: «¿Estás con el ejército Zarqawi o el Mahdi?» Ante una respuesta supuestamente errada del conductor, el centinela ordena que lo arresten. Otros cuatro que conforman el grupo de patrulla se le acercan, le cortan el cuello de oreja a oreja y cae al suelo muerto.
Esta escalofriante historia que hace estremecer un roble, es un juego de seis hermanos de entre 6 y 12 años de edad. Ellos presenciaron una escena exactamente igual a esta en la puerta de la escuela, donde la víctima fue su propio maestro y ahora la reproducen en sus retozos infantiles.
Su madre comenta que a partir del día en que presenciaron aquella macabra escena, sus vidas han cambiado mucho. Los más jóvenes han comenzado a orinarse en sus camas y tener pesadillas, mientras que el mayor, Abdul-Muhammad, ha comenzado a intimidar y ordenar a todos que se enreden a sus juegos de peleas.
Luego de un momento de quietud la madre llama a sus hijos a entrar a la casa a cenar. Los muchachos recogen sus juguetes, el chofer entra su carro plástico y los demás guardan las armas y cuchillos por la puerta trasera del autico de juguete. El criminal juego de hacer-creer se pospone hasta la mañana siguiente. Ella teme que un día ellos se aferren a armas de verdad, y se pregunta: ¿Dónde está la ayuda?
En un hospital importante de Bagdad, Fátima Harouz, de 12 años de edad, yace en su cama, aturdida, en medio de una atestada sala del hospital. Mueve débilmente su brazo herido para espantar las moscas que zumbaban sobre ella. Sus tobillos, destrozados por las balas que los soldados estadounidenses dispararon contra la puerta de entrada de su hogar, están cubiertos con yeso. En su abdomen tiene también alojada metralla proveniente de otro proyectil.
Era de Latifiya, una ciudad al sur de Bagdad. Tres días antes, los soldados atacaron su casa, a pesar de que en la zona no había ningún combatiente de la resistencia, según explica su mamá. Los militares yanquis arremetieron contra su casa disparando y matando a su hermano, hirieron a su mujer y finalmente saquearon su hogar. «Mataron a todos nuestros pollos», es lo único que dice Fátima. Sus escasos 12 años no le permiten entender el por qué de tanto odio.
Historias como esta se escuchan en todo el país.
DAÑOS QUE NO PASAN INADVERTIDOSEntre las estadísticas de las bajas civiles, nadie sabe, verdaderamente, cuantos niños han sido asesinados o mutilados en Iraq. Pero los psicólogos y las organizaciones de ayuda advierten que mientras las heridas físicas del conflicto son bien visibles en los hospitales, cementerios y la televisión, el giro mental y emocional de los jóvenes iraquíes crece sin ser tratado ni monitoreado.
El periódico The Guardian contactó y publicó recientemente declaraciones de padres, maestros y médicos que han tratado con niños a los que la intervención norteamericana le ha generado graves trastornos psicológicos. Los especialistas mencionan las señales de sufrimiento que son emitidas por los jóvenes y que van desde pesadillas y mojar sus camas hasta el silencio, el ataque de pánico, la violencia hacia otros niños y sus propios padres.
En un estudio realizado por la Asociación de Psicólogos Iraquíes (API) se advierte que la violencia ha afectado a millones de pequeños, lo que motiva una seria preocupación hacia las generaciones futuras porque ya «tan habituados a la violencia» pudieran mantener esos patrones a medida que crecen.
Asimismo, instó a la comunidad internacional a apoyar el establecimiento de unidades de ayuda psicológica para los niños, así como programas de salud mental.
Marwan Abdullah, especialista de la API, consultado por la agencia de noticias IRIN, declaró que la población más pequeña en Iraq está en grave peligro psicológico debido a la inseguridad existente, y en especial con el miedo a los secuestros y explosiones.
¿Quién contabiliza o se alarma por el daño potencial que se está haciendo a esta generación de niños? No hay respuesta.
A toda esta problemática se le suman los problemas de seguridad existente que han motivado que Organizaciones humanitarias que estuvieron en ese país desde los 90, se han ido retirando y la población civil e infantil ha quedado aún más desprotegida.
La UNICEF tiene una insignificante presencia en el país árabe, asimismo Save the Children cerró sus operaciones recientemente luego de 15 años en el país, debido a que nadie da garantías para la vida de esas personas.
La Cruz Roja iraquí, ha sido forzada a suspender el programa para los niños que sufren por la guerra debido a la falta de fondos. Los hospitales abarrotados no pueden atender los traumas psicológicos y muchos de los mejores doctores han abandonado el país o resultado muertos.
ABU GHRAIB TAMBIÉN PARA ELLOSEl periódico norteamericano Sunday Herald se hizo eco un tiempo atrás de las investigaciones de unos periodistas alemanes sobre las detenciones y abusos de niños en Iraq. En esa ocasión, un sargento del ejército estadounidense llamado Samuel Provance, a quien se había prohibido hablar acerca de sus seis meses de servicio en Abu Ghraib, contó cómo fue arrestado un chico de 16 años. «Estaba terriblemente asustado. Tenía los brazos más delgados que he visto nunca. Todo su cuerpo estaba temblando. Tenía las muñecas tan delgadas que ni siquiera podían ponerle las esposas. Sentí pena por él desde el momento en que lo vi. Los especialistas en interrogatorios le echaron agua por encima y lo metieron en un coche. Después estuvieron conduciendo durante toda la noche, y en esa época hacía mucho, mucho frío. Luego lo embadurnaron de barro y se lo enseñaron a su padre que también estaba detenido. Habían intentado con él otros métodos de interrogatorio, pero no habían conseguido que hablara. El especialista en interrogatorios me dijo que después de ver a su hijo en aquel estado, el padre estaba destrozado. Empezó a llorar y les prometió decirles todo lo que quisieran saber».
Un periodista de la televisión iraquí, Suhaib Badr-Addin al-Baz, pudo ver la sección para niños de Abu Ghraib cuando fue arrestado por los estadounidenses mientras hacía un documental. «Vi allí un campo para niños. Chicos que aún no habían llegado a la pubertad. Con toda seguridad había cientos de ellos en este campo»
Al-Baz afirma que oyó llorar a una niña de 12 años que estaba presa junto a su hermano. Un guardia de noche fue a su celda y mientras la golpeaba ella gritaba: «Me han desnudado. Me han echado agua por encima». Sus gritos y gemidos se oían a diario, lo que provocaba que otros prisioneros lloraran también cuando ella lo hacía.
Entre enero y mayo de 2005 la Cruz Roja registró un total de 107 menores detenidos durante 19 visitas a seis prisiones. Actualmente no tienen información detallada de cuántos están en esa situación o sobre cómo son tratados. La deteriorada situación de la seguridad impide que la organización humanitaria Cruz Roja visitara todos los centros de detención.
¿Quién responde por estos niños a los que les han arrancado sus sueños, sus inocencias, sus vidas?
Son ellos quienes pagan y continuarán pagando las locuras bestiales de Bush y su camarilla. Eso que han querido titular como «daños colaterales» no es más que la traducción al inglés del asesinato inexcusable y otros daños irreparables infligidos a los sectores más vulnerables de la sociedad iraquí, pero en especial a los niños.