El pueblo boricua está moldeado con la resistencia al coloniaje.
«En todos los documentos internacionales sobre el tema, se dice que la pobreza tiene rostro de mujer, pero en Puerto Rico ni se habla del asunto», apuntó la profesora Martha Quiñones, de la Universidad de Puerto Rico.Conversamos brevemente en un pasillo luego de la presentación de su ponencia. Viene de una isla hermana, en la que se ceba una injusticia ya centenaria. Una garra que tiene entre sus presas, de modo muy particular, a la mujer.
«La mujer puertorriqueña, a pesar de que se cumple lo que estipula el Banco Mundial en cuanto a garantizar más educación —y es una mujer que ha recibido educación—, se mantiene en circunstancias de pobreza.
«Es que no se trata solo de dar educación, sino de cambiar las estructuras. Es importante lograr el acceso al poder, que las mujeres diseñen las políticas de equidad, de combate contra la pobreza, y que evalúen cuán efectivas son, pues hasta el momento, estas son diseñadas por hombres. Quienes conocen sus propios problemas, pueden resolverlos mejor que quienes los ven desde otra perspectiva».
—Usted afirma que en Puerto Rico incluso las mujeres trabajadoras son pobres. ¿En qué forma se expresa esta pobreza?
—Por ejemplo, en la vulnerabilidad de los empleos. Las mujeres se sienten inseguras porque continuamente están bajo la amenaza de quedarse en la calle. Es problemático, pues una mujer que trabaja, percibe un salario, mantiene a la familia, pero la mayoría de ellas están solas, y no cuentan con otras fuentes de ingreso adicional.
«Entonces son vulnerables por la posibilidad de perder el empleo. Así, aceptan que sea sin contrato, sin participación sindical, con tal de conservarlo. Y eso las mantiene en situación de pobreza, sin contar que sus salarios son menores que los de los hombres. Están mejor educadas, tienen trabajo, pero son pobres».
—¿Influye en esta condición el estatus colonial de la isla?
—Sí, porque las políticas las diseñan en EE.UU. Todas las que aplicamos en Puerto Rico, ya sea de igualdad de género o de participación laboral, vienen de allá. Estamos excluidas entonces de cualquier decisión. Si acaso interviene alguna mujer, tiene que ser una que vive en EE.UU., que no necesariamente conoce ni ha vivido en Puerto Rico, y que ignora las condiciones de la familia puertorriqueña.
—O sea, están en condiciones de subordinación dentro de un territorio subordinado...
—¡Es un doble coloniaje! No es tan solo que en Puerto Rico son los hombres quienes manejan los conceptos de la política —también hay mujeres que lo hacen, no se puede negar—, sino que las políticas se determinan en EE.UU., y es en Puerto Rico donde se aplican. No tenemos la posibilidad de evaluarlas, ni de aportarles mejoras, pues nunca nos van a consultar. Y ahí vienen las dificultades: ¿cómo las mujeres vamos a superar las condiciones de pobreza, si no tenemos participación en la elaboración de las estrategias que inciden en nosotros?
—¿Existen iniciativas para revertir la situación?
—Se van dando algunos procesos. En áreas comunitarias las mujeres se están organizando en círculos de trabajo, para poder ser dueñas de los medios de producción, y organizan las microempresas que quieren desarrollar.
«Tienen la limitación principal de que el capitalismo, cuando ve potencialidades, tiende a destruir las microempresas, porque es parte de su lógica: el oligopolio destruye y saca del juego toda competencia; pero en ese pequeño espacio estamos aportando y ayudando a cada una de estas mujeres. El apoyo principal es llevar adelante esas iniciativas, hacer que funcionen, para demostrarles al gobierno y los que hacen las políticas públicas que desde la base podemos construir una mejor sociedad».