Foto: AP El dicho popular es elocuente y verdadero: «Tanta culpa tiene el que mata la vaca como el que le amarra la pata». Pero no ha sido apreciado así por el juez que en Bagdad ha juzgado a Saddam Hussein y a algunos otros altos dirigentes iraquíes, defenestrados por la invasión y la ocupación estadounidense de su país. Hay cómplices evidentes que ni siquiera han sido mencionados y no se les tocará ni con el pétalo de una rosa, a pesar de su participación probada en los hechos que motivaron el proceso.
Al ex presidente de Iraq se le acusó y se le condenó a muerte por utilizar armas químicas contra los kurdos-iraquíes. Él no ha reconocido ese delito, aunque sí dice que empleó esas armas durante la guerra contra Irán. Ahora bien, ¿no sería justo sentar también ante el tribunal a quienes le dieron ese armamento?
Las autoridades holandesas investigaron sobre los ataques con gas venenoso llevados a cabo hace casi dos décadas y la madeja, afirmaba The Washington Post el 9 de noviembre de 2005, los llevó hasta el estado de Maryland, EE.UU., donde el ciudadano holandés Frans Van Anraat suministraba al régimen de Hussein el thiodiglycol, ingrediente fundamental del gas mostaza utilizado contra iraníes y kurdos.
El thiodiglycol era manufacturado en Baltimore por la compañía Alcolac Inc., empresa que vendió a uno y otro contendiente de aquella cruenta guerra, y de lo cual se reconoció culpable en 1989 por violar leyes de exportación cerrando los ojos a la abundante evidencia existente en sus propios archivos acerca del destino final de su producto made in USA.
Pero lo que puede parecer la responsabilidad de un individuo, por demás no estadounidense, tiene ramificaciones mayores. El 24 de septiembre de 2002, el diario
Seattle Post Intelligencer publicó un artículo bajo el título de U.S. was a key supplier to Saddam (EE.UU. fue un abastecedor clave de Saddam).
Como ven por la fecha, todavía el régimen de Bush no había iniciado esta segunda guerra del Golfo contra Iraq, pero ya se ejecutaban los planes de subvertir y hacer campaña de descrédito contra el gobierno de Saddam en el intento de lograr un consenso internacional para la agresión.
El investigador Sean Gonsalves denunciaba entonces que incluso luego de la Guerra del Golfo —la que lanzó Bush el padre a comienzos de los 90— las autoridades de EE.UU. continuaron abasteciendo a Iraq con los ingredientes para la guerra bioquímica. Citó el informe Reigle, del Comité senatorial sobre banca, vivienda y asuntos urbanos, donde se aseguraba que el último embarque de patógenos a Iraq se realizó el 28 de noviembre de 1989.
Sin embargo, hacía notar que la publicación estadounidense BusinessWeek reportó entonces, que el director del Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) le había enviado al ex senador Donald Reigler una lista de «todos los materiales, incluidos virus, retrovirus, bacterias y hongos, que CDC proveyó al gobierno de Iraq desde el 1ro de octubre de 1984 hasta el 13 de octubre de 1993».
La carta revelaba además otros embarques en la lista original, que la oficina de Reigle no había identificado en su informe. Por tanto, la administración Bush padre había seguido abasteciendo a Saddam Hussein de esos materiales y se convertía así en cómplice de cualquier uso que se les estuviera dando.
Los vínculos eran todavía más extensos y George Schultz, secretario de Estado de Ronald Reagan admitió en su libro Turmoil and Triumph que además de las armas químicas también él ayudó a convencer al Consejo de Seguridad Nacional de que se le vendieran a Iraq 10 helicópteros Bell a finales de 1983, los que fueron empleados en el ataque químico contra los kurdos de Halabja en 1988.
Solo sería necesario recordar que el enviado especial de Reagan para las estrechas relaciones con Saddam Hussein fue Donald Rumsfeld, precisamente quien acaba de renunciar a su cargo de secretario de Defensa de George W. Bush, el hijo, y quien fue uno de los principales hacedores de la actual guerra. Al mismo tiempo, la CIA proveía a Iraq con información de inteligencia para «calibrar» el efecto de los ataques de gas mostaza sobre las tropas iraníes.
Muchas otras evidencias muestran los vínculos de las administraciones Reagan-Bush con Saddam Hussein. Entonces, en el banquillo de los acusados del tribunal de Bagdad, en este diciembre de 2006, están ausentes los criminales cerebros maquiavélicos que tuvieron y tienen residencia en la Casa Blanca de Washington.