Martin Koppel, candidato a Fiscal General por el estado de Nueva York. Foto: Eric Yanes CIEGO DE ÁVILA.— A primera vista, Martin Koppel parece uno de esos turistas, medio perdidos en ciudades extrañas. Mide más de seis pies, es delgado y camina lento, como ensimismado. Habla en tono bajo y hasta se ríe con cierta timidez. Al verlo, cualquiera piensa: «Un americano más».
Por estos días, este hombre, que fue obrero siderúrgico en Chicago, recorre el centro y el oriente de Cuba. Anda con un equipo de la editorial Pathfinder en la presentación de Nuestra historia aún se está escribiendo, un volumen que recoge las entrevistas hechas a tres generales cubanos, descendientes de chinos.
Alguien que lo ha tratado bastante en los últimos años, lo llama El Multioficio, en tono de broma. Porque toma fotos, hace periodismo; y hasta levanta las cajas repletas de libros, para luego sumergirse en una silla a escribir sus notas.
Sin embargo, detrás de esa disposición al anonimato, hay algo más. Koppel está propuesto para Fiscal General del estado de Nueva York, por el Partido Socialista de los Trabajadores de Estados Unidos. Cuando se le pregunta: ¿Alguna posibilidad de ganar?, él sonríe antes de responder: «Lo importante es que vencimos las zancadillas del sistema».
LO QUE NO SE DICE, PERO AHÍ ESTÁ«Se promueve que en Estados Unidos hay elecciones libres y democráticas; pero no mencionan las restricciones», explica Koopel. «El juego es: te doy la posibilidad en teoría y te limito en la práctica. Todo está diseñado para imponer a los dos partidos de la burguesía, el Republicano y el Demócrata, y excluir a los demás: los más contestatarios y de menos recursos, pese a que representan a grandes mayorías.
«Los mecanismos son variados. En algunos estados, para presentarse, hay que abonar una suma importante de dólares. Si no la tienes, pierdes de entrada. También están los tecnicismos jurídicos. Presentas la candidatura y te la rechazan alegando algún problema formal. Luego está el acceso a los medios de comunicación para promover la campaña. Y eso es muy caro. Así que, si no tienes con qué pagar, vas quedando al margen. Son maneras de control muy calladas.
«Aunque lo importante es luchar. Los norteamericanos somos valientes y tenemos sentido de la justicia. Si convences, tienes posibilidades. Es cuestión de tiempo. En Nueva York quisieron hacernos la jugada con vistas a las elecciones de noviembre próximo. Allí tienen un mecanismo de restricción: debes presentar 15 000 nombres que apoyen la candidatura. Pensaron que no podríamos y al final los superamos. El PST presentó 30 000 firmas de apoyo».
UNA SEMANA DE APAGÓN EN QUEENS«Proponemos la socialización del sistema de salud, que ahora es, prácticamente, un negocio de instituciones privadas.
«Abogamos también por la creación de nuevos sindicatos. Los actuales se debilitan, porque sus direcciones tradicionales sirven a los patrones, no a los obreros. Entonces, eso hay que cambiarlo; y más cuando la inmensa mayoría de los trabajadores en Estados Unidos no están sindicalizados y sufren jornadas laborales más largas, recortes de beneficios y hasta pueden perder el derecho de jubilación. Para que ocurra, solo basta que la compañía invoque el estado de quiebra, como ha ocurrido en la aviación.
«Otra demanda es la desprivatización del sector energético. Las empresas de la energía pueden hacerse dueñas de tu vida con total impunidad. Hay conflictos grandes con el tema de la electricidad. Hace poco, en la zona de Queens, en la ciudad de Nueva York, ocurrió un apagón que duró una semana. Y hasta ahora nadie ha dado una explicación válida».
DOS MILLONES QUE ESTREMECIERON AL MUNDO«Me preguntan si en Estados Unidos podrán ocurrir nuevas manifestaciones, como las que protagonizaron dos millones de inmigrantes en el primer semestre del año. Yo digo que sí, y más cuando un tercio de la población no posee seguro médico y la clase trabajadora no tiene la costumbre de ahorrar. Si explota la burbuja financiera, ¿qué pasará con ellos?
«Aunque también deben esperarse las respuestas de los capitalistas. ¿Cuáles serán? Una de ellas es dirigir la lucha contra el terrorismo hacia los trabajadores. Ya se está haciendo. Cuando llegue el momento, la usarán contra las huelgas. Con esa supuesta lucha se ha legitimado la presencia del ejército en las ciudades. Antes era raro ver a la Guardia Nacional en las calles de Nueva York y ahora eso se está convirtiendo en algo normal.
«Sin embargo, ese escenario trae sus propias contradicciones. Las alertas por amenaza terrorista son buenas para neutralizar el descontento y asegurar jornadas de trabajo más largas y el recorte de beneficios a los obreros. Pero esa explotación empuja a que los pobres actúen. Y la prueba está en las manifestaciones. Si fuera por las direcciones sindicales, las protestan nunca hubieran ocurrido. Entonces los trabajadores intentaron tomar la iniciativa. Y lo hicieron».
BUSH, EL REPUBLICANO-DEMÓCRATA«Cuando se habla de la tortura y de la posible adopción del fascismo por el gobierno norteamericano, algunas veces se olvida algo. Bush no es independiente. Los republicanos no podrían hacer nada sin aprobación demócrata. Incluso, hay miembros de ese partido que son más reaccionarios que Bush.
«Lo que sucede es que la burguesía norteamericana está obligada a competir con sus rivales de otros países. Por eso necesita de un gran control interno, para asegurar la producción de capitales y manejar las reservas energéticas del mundo. Es una política bipartidista; no de un sector, ni de una persona, que se puede tomar por loca, ni mucho menos de una organización política.
«La legalización de la tortura forma parte de eso. En el mundo hay asombro; pero es que, en la práctica, se ha dado carácter de ley a algo que es normal dentro de las prisiones norteamericanas. Lo que se vio en Abu Ghraib y lo comprobado en la Base de Guantánamo ocurre igual en las penitenciarías del país. Lo mismo sucede con las ejecuciones. Los policías de Nueva York entran en los barrios negros y hacen el papel de fiscales, incluido el otorgamiento de la pena de muerte.
«Ahora, yo no creo que en mi país se vaya a instaurar el fascismo. A la burguesía no le conviene perder su fachada de democracia. Pero existe otro detalle. Los norteamericanos tenemos una larga tradición de lucha por los derechos civiles. Ahí está el esfuerzo para que los negros tuvieran derecho al voto, cuando concluyó la Guerra Civil. Lo mismo ocurrió con el movimiento femenino a comienzos del siglo XX, y todavía muchos recuerdan las protestas en la década de 1960. Los conservadores siempre han tratado de arrebatarnos los derechos y nunca han podido. Por una razón sencilla. Los trabajadores nunca los han dejado».