Un temblor aquí y otro allá, la administración de George W. Bush anda como en cuerda floja, haciendo constantes equilibrios para poder llegar al otro lado de su mandato.
La arremetida crítica contra el secretario de Defensa Donald Rumsfeld por su conducción de la guerra contra Iraq, pareció tener un respiro cuando el escándalo sexual del congresista floridano Mark Foley salió a la palestra, pero ese parabán no resulta adecuado a un mes de las elecciones de medio tiempo de noviembre.
Los disparos contra el halcón pentagoniano son de mayor alcance y trascendencia para la política de Estados Unidos, errada a más no poder en lo interno como en lo externo, porque se supedita una línea de pensamiento ultraconservadora, que los enfrenta a muchos en un mundo complicado que quieren dominar a toda costa. Solo que ahora parece existir también «fuego amigo».
Bob Woodward —el periodista del Washington Post que reveló los entretelones del Watergate—, acaba de publicar su tercer libro sobre el actual gobierno, State of Denial (Estado de negación). El tema es el manejo de la guerra.
La Casa Blanca dejó en claro que Bush «tiene plena confianza en el secretario Rumsfeld», quien está haciendo un «trabajo enormemente difícil». También desmintió que hubo intención de retirarlo del equipo de seguridad nacional luego de las elecciones de 2004, como al parecer propuso Condoleezza Rice, según el libro. La señorita quería renovación completa del grupo... mas Rumsfeld se quedó.
Woodward dice en su libro que Andrew Card, jefe de Gabinete de la Casa Blanca, hizo esfuerzos por sacarlo del camino, nada menos que con el apoyo de la primera dama Laura Bush, pero el W. no sustentó ese criterio.
Si Wooward tiene una buena fuente o no, está por ver, pero Card desmintió la versión de la «campaña orquestada». En realidad, quien salió del conjunto fue la «paloma» del equipo, el secretario de Estado Colin Powell, quien, por cierto, en estos días dijo en una entrevista televisiva soslayada por la prensa, que había sido «despedido» por Bush.
El análisis de Woodward sobre la guerra va más allá de si Rumsfeld es el adecuado o no, cuando sostiene que mientras el mandatario habla públicamente de los progresos en Iraq, una evaluación secreta de inteligencia, hecha en mayo de 2006, muestra que la insurgencia está en crecimiento.
Como es de suponer, en medio de una campaña electoral en la que los demócratas quieren recuperar escaños y control en el Congreso, sobre todo en la Cámara de Representantes, donde parece que tienen mayores posibilidades, el tema de los errores de la guerra tiene cierto peso, aunque en las estaduales interesen más lo problemas locales que la política exterior.
Recordemos que en abril pasado un grupo de generales en retiro hicieron una persecución implacable de Rumsfeld, por considerarlo culpable de haber arruinado la operación militar, pero no obtuvieron resultado alguno.
En estos momentos los problemas aparecen multiplicados. Con insistencia se habla de una guerra civil en Iraq, donde el número de víctimas civiles crece a diario; solo el martes cayeron en Bagdad ocho soldados invasores, y este miércoles otros cuatro. Sus muertos suman 2 727, y la guerra es más impopular: 61 por ciento de la ciudadanía se opone a ella, y el 59 por ciento no aprueba el trabajo presidencial.
Pero Rumsfeld, rodeado de esa permanente atmósfera de arrogancia que dicen le caracteriza, aseveró resuelto que no renunciará. Hay guerra para rato, engaño adicional, y un país menos seguro...