Federico García Lorca, poeta y dramaturgo de la Generación del 27, deslumbró a la sociedad español con sus poemas y obras de teatro. Aún no hay pruebas fehacientes de su homosexualidad, pero sus estudiosos afirman que sí tuvo parejas del mismo sexo, a quienes dedicó sus Sonetos del amor oscuro
El amor nos vuelve buenos. No importa a quién amemos, tampoco importa ser correspondidos o si la relación es duradera. Basta la experiencia de amar, eso nos transforma.
Isabel Allende.
«¿Por qué tiene que ser tan frecuente y explícita la diversidad sexual en los productos audiovisuales cubanos?», pregunta un lector bayamés. En su opinión, esas personas tienen derecho a hacer cuanto quieran en su intimidad, pero están obligados a ser discretos para no ofender la moral pública, y los medios no deberíamos hacernos eco de esas «desviaciones de moda».
Su actitud es conservadora, admite, pero no siente que eso violente los derechos ajenos porque «es mejor estar bien con la sociedad y no imponerse a la mayoría», en tanto, la felicidad depende de la aceptación ajena.
Como escribió a nuestra sección, por acá respondemos, y no desde la opinión personal, sino con historias de seres quienes sufrieron ese conservadurismo en carne propia y lograron trascender por su talento y entereza, a pesar de los estigmas del pasado siglo.
Para empezar, seamos honestos: cuando alguien sugiere a otros «esconder su sexualidad», les está invitando a dejar que la gente los crea heterosexuales porque eso los «tranquiliza», como si de su vida íntima dependiera la calidad de su trabajo.
Lo curioso de esa falacia es que no existen dos heterosexuales idénticos, y muchas personas que se incluyen en ese patrón de supuesta normalidad (e intentan imponerlo a los otros), viven con sus propios fantasmas: duelos por desamor, nunca se enamoraron, no han materializado un encuentro erótico en años, son infelices en sus relaciones… y, sin embargo, defienden la pareja tradicional heterosexual monogámica como único camino a la felicidad.
Por otro lado, siempre hubo lesbianas, gays, bisexuales, asexuales, transexuales y seres bajo cualquier otra etiqueta quienes encontraron el amor de manera menos convencional, o cultivaron un erotismo responsable y placentero por años, y si no fueron más plenos en sus vidas fue porque la sociedad los estigmatizó, vetó sus libertades e, incluso, los castigó con leyes inhumanas.
Varios escritores del pasado siglo, aunque admirados por su obra, son aún juzgados con intolerancia por su sexualidad. Algunos la vivieron a puerta cerrada, y su realidad se conoció después, a través del análisis de sus textos o entrevistas con allegados. Otros desafiaron el repudio social y sufrieron cárcel o muerte, pero no renunciaron a sus derechos ni a su dignidad.
Federico García Lorca, poeta y dramaturgo de la Generación del 27, deslumbró a la sociedad español con sus poemas y obras de teatro. Aún no hay pruebas fehacientes de su homosexualidad, pero sus estudiosos afirman que sí tuvo parejas del mismo sexo, a quienes dedicó sus Sonetos del amor oscuro.
Luis Cernuda fue un niño tímido, sensible y solitario. En la pubertad despertó su interés por la poesía, y aquellos años de incomprensión condicionaron una vida adulta con una personalidad marginada. Aunque le fue difícil aceptarse en muchas aristas, nunca ocultó su homosexualidad, reflejada en poemarios como Los placeres prohibidos (1931).
Gloria Fuertes, poeta de la Generación del 50, escribió para niños y adultos. Se considera un ícono LGBT+ por su estilo transgresor, cargado de sarcasmo y humorismo. Escribió sobre el amor, las injusticias, la guerra, las desigualdades… Como mujer bisexual mantuvo relaciones con al menos tres hombres, pero el amor de su vida fue Phyllis Turnbull, su profesora de inglés: una pasión oculta por 20 años que sus amigos conocían bien.
Virginia Woolf, escritora y ensayista británica, se casó en 1912 con Leonard Woolf, con quien fundó la editorial Hogarth Press. Luego tuvo múltiples relaciones con mujeres. La escritora Vita Sackville-West fue su amante por casi una década y su musa para la novela Orlando, en la que abordó tabúes como la transexualidad, la homosexualidad y la sexualidad femenina.
Virginia Woolf.
Patricia Highsmith creció en una familia tradicional de EE. UU. Escondió su lesbianismo, pero lo expresó a través de sus letras. Solo en 1989 admitió ser la autora de El precio de la sal (1952), novela firmada bajo el seudónimo Claire Morgan, y en la que mostró una relación amorosa entre dos mujeres en el Nueva York de su época.
Truman Capote alcanzó gran fama con el clásico A sangre fría. Fue una figura polémica, como reconoció en su último libro, Música para camaleones: «Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio». Tuvo varias relaciones duraderas, incluso con hombres considerados heterosexuales.
Igual de conocidas son las historias de la poeta chilena Gabriela Mistral, el narrador norteamericano Oscar Wilde, la escritora francesa feminista Simone de Beauvoir, quienes escondieron su orientación sexual o pagaron muy caro la coherencia de aceptarla en una sociedad intolerante e hipócrita.
Por eso, cuando las personas reclaman silencio sobre un tema que cuestiona la pertinencia de sus tabúes, le sugerimos estudiarlo a lo largo de los años y ver cómo impactó la vida de personas que ya no están.
Valdría la pena releer la obra de esos grandes de la literatura universal, o sus biografías, y, además, valorar qué otros sesgos de discriminación social se erigen en piedras de nuestra felicidad, y cuánto ganaríamos todos de naturalizar el derecho a convivir con las diferencias.
(*) Promotor de la plataforma Senti2Cuba.