Para que el desbalance intelectual no frene el vínculo afectivo hay que aplacar otros focos de conflicto y manejar las diferencias con esmerada consideración
Después de saber cuándo debemos aprovechar una oportunidad, lo más importante es saber cuándo debemos renunciar a una ventaja.
Benjamín Disraeli, político británico.
La anécdota la contó en 2012 una trabajadora del polo científico capitalino durante un encuentro de lectoría: años atrás había aceptado una relación con un hombre de poco nivel educacional y aparentemente todo iba muy bien, pero en la primera ocasión que departieron con amistades de la Universidad el joven trató de colar frases cultas para estar a tono y soltó un montón de disparates.
«Decía “ainque”, hablaba de cosas que no entendía… Me gustaba mucho, pero me avergoncé de su ignorancia y preferí acabar con aquel noviazgo para no vivir otro papelazo».
El tema hizo reír a sus colegas antes de dar paso a una reflexión muy seria, dividida entre quienes veían el desnivel académico como fuente de problemas insoslayables y quienes afirmaban lo contrario.
Muchos no tomaron partido porque no habían vivido una historia así o le faltaban referentes, pero cierto consenso apuntaba a que las reacciones dependerían sobre todo de cuál era la parte más favorecida: la mujer o el hombre.
«Tiene que ver con tantos siglos de sumisión femenina», opinó un técnico de nivel medio. «La tradición enseña que el marido es cabeza de familia y su criterio debe predominar. Sin embargo, una mujer preparada no acata esas ideas con facilidad».
Ni tendría por qué, precisaron varias de las concurrentes, convencidas de que este es un problema multifactorial: «Más que el grado de escolaridad influye la cultura real de la persona, expresada en conocimientos, valores y modo de comportarse en sociedad», resumió una de ellas.
Se habló entonces de variables como la edad, los motivos para no seguir estudiando, el origen urbano o rural, los intereses recreativos, la espiritualidad y hasta el modo de sustentarse económicamente.
Para que el desbalance intelectual no frene el vínculo afectivo hay que aplacar otros focos de conflicto y manejar las diferencias con esmerada consideración, opinan especialistas y así lo confirman matrimonios de larga experiencia.
Muchas veces la brecha se origina cuando uno de los integrantes de la pareja empieza a trabajar muy joven para garantizar la subsistencia y facilitar que el otro termine sus estudios.
En casos así, ¿tienen sentido las comparaciones internas? ¿Sería justo reprocharle porque se quedó atrás? ¿Es racional alimentar sus celos o dañar su autoestima hablando con extremada admiración de colegas y superiores? Un gesto de grandeza —y de amor, en primer término— sería ayudarle a avanzar en sus actuales circunstancias y estimularle a ser más autodidacta en lo que le gusta.
Además se puede facilitar su roce social generando un ambiente de seguridad si se percibe que está en desventaja, por ejemplo propiciando temas con los que se siente a gusto o explicándole previamente quiénes serán sus interlocutores y en qué asuntos es mejor no intervenir.
Tener un título universitario no es garantía de integridad cultural, tanto como carecer de él no implica incapacidad para entender de poesía y ciencia, o para aplicar ciertos conocimientos cuando hacen falta. De hecho puede que esa persona sea una estrella en su oficio y valga la pena aprender de sus habilidades y puntos de vista.
Hay parejas «disparejas» que se conocieron en un espacio relajado del gusto de ambos: el cine, una biblioteca, un campismo, un concierto… Ese y otros puntos en común que se irán descubriendo deben ser recurrentes en sus relaciones para ayudarles a fomentar un plano de igualdad y confianza.
Otras veces el vínculo empieza en circunstancias asociadas al servicio: el albañil o plomero que reparó la vivienda de una amiga, el maestro a cargo de un sobrino, la nueva inspectora sanitaria para las cafeterías por cuenta propia… ¿Por qué convertir en obstáculo justamente el oficio que los acercó alguna vez y en el que demostraron ser idóneos?
Discriminar a la pareja, o permitir que alguien más lo haga, habla muy mal de la educación y la ética personal. Siempre hay discrepancias, zonas de menos luz e intereses divididos, incluso entre personas con nivel similar. Por eso antes de aceptar a alguien que te conmueve o te gusta es importante analizar ciertos mitos, reconocer prejuicios propios y pedir ayuda para superarlos.
También se impone sopesar los talentos particulares y aplicar un rasero justo a la hora de evaluar resultados. Las personas evolucionan. O no: depende del estilo de comunicación que se instaure, de cuánto les importe estar a la altura de la pareja (porque se lo merece, no para evitar sus humillaciones cotidianas) y sobre todo de lo que cada cual aporte a las metas individuales y comunes.
En materia de amor no hay recetas estandarizadas, pero si falla la química sexual, no se fomenta la admiración mutua, se enfrenta la vida con mentalidad cerrada y se compite con la pareja en lugar de complementarla, uno más uno puede convertirse en cero… y no hay que ir a la universidad para comprenderlo.