Amor juvenil, y de verano, son irrepetibles e inolvidables, dice un lector que remite su historia. Me guardo su nombre para cuidar el de su amada, tal como me pidió:
«Residía en un pequeño y casi desconocido poblado del centro de la Isla, al que regresé desde la capital un 25 de agosto, exactamente para conocer esa noche a una hermosa joven capitalina que, como regalo de 15, habían llevado a visitar a una amiga.
«Bastó solo una conversación para que ambos quedáramos prendados. Un año de cartas alimentaron la amistad y engrandecieron la pasión, como se comprobó en el reencuentro, el siguiente verano, justo el día de su cumpleaños, antes de marchar yo a la «previa» del Servicio Militar. Unos días después se concretó el milagro, y cinco años después, justo en esa fecha, nos casamos. Aunque alguien dijo que 20 años no son nada, aun cuando acabó, la historia no deja de ser hermosa, y al menos para mí valió la pena vivirla».