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Artificiosas esencias afrodisíacas

El uso de muchas sustancias tiene origen remoto y un camino interesante donde no han faltado terribles trances

Autor:

Julio César Hernández Perera

Al célebre Giacomo Girolamo Casanova se le conoció por bohemio, escritor, diplomático, agente secreto italiano y, sobre todo, por sus conquistas amorosas. Esta última cualidad fue la que otorgó sentido a la palabra casanova en el diccionario: hombre conquistador.

A este personaje del siglo XVIII se le llegaron a conocer más de mil amantes. Se alega, además, que mantenía su virilidad porque consumía afrodisíacos.

El término afrodisíaco se usa en aquellas cosas capaces de incitar el apetito sexual. Se deriva de Afrodita, diosa de la mitología griega que encarna la belleza, el amor, la reproducción y el deseo.

Entre los productos usados por Casanova con fines sensuales estaban las ostras —se apunta que llegó a comer hasta 50 diarias—, el chocolate, el champán, los higos, las granadas, las alcachofas, los espárragos y las trufas. Tampoco faltaron las almejas, algunos tipos de hongos y los testículos de determinados animales.

Gracias a múltiples investigaciones científicas conocemos hoy que ninguno de estos componentes posee las susodichas cualidades vivificantes. Y así sucede con otras muchas creencias y recetas catalogadas como afrodisíacas y provenientes de disímiles culturas.

Orígenes

La creencia de que ciertas sustancias presentan propiedades afrodisíacas se pierde en el tiempo. Con el fin de destacar su virilidad el hombre, desde sus inicios, se ha apoyado en todo aquello que ha creído un estimulante sexual.

Posiblemente los primeros afrodisíacos se relacionaron con ingredientes euforizantes y alucinógenos obtenidos esencialmente de la vegetación. Con posterioridad se sumaron otras plantas y partes de animales; en ocasiones, solo por tener una supuesta analogía con los genitales.

La lista de elementos admitidos como afrodisíacos parece interminable. Se han llegado a reseñar más de medio millar, y algunos han cursado derroteros con graves consecuencias, como sucede con los rinocerontes.

Desde la época del imperio romano ya se preconizaba el consumo de los cuernos de este animal que, reducidos a polvo, eran injeridos con el fin (ilusorio) de propiciar erecciones más rígidas. Esta cruel e ignorante práctica aún se lleva a cabo en algunas partes del mundo, por lo que dichos paquidermos son cazados solamente para mutilarles estos apéndices; lo que sin duda conlleva a que se siga conduciendo a esa especie a la extinción.

Pero tal vez el afrodisíaco más legendario y a la vez más peligroso ha sido la «mosca española» o cantárida. Su efecto parece deberse a una irritación del tracto urogenital; pequeñas cantidades promueven molestias urinarias seguidas de erección espontánea del pene.

Su uso con estos fines incitantes empezó a declinar a partir del siglo XVII, ante la gran cantidad de muertes causadas: solo dos gramos de polvo de cantárida pueden matar a una persona adulta.

A pesar de ello, debido a su efecto sobre la potencia sexual en dosis mínimas, la cantaridina (principio activo de la cantárida) es apreciada por muchos como el primer tratamiento efectivo empleado para la disfunción eréctil.

Mundo «enviagrado»

Inicialmente diseñado para tratar la hipertensión arterial y la cardiopatía isquémica, surgió a finales de los 90 del siglo pasado el citrato de sildenafilo. Comúnmente conocido como viagra, este medicamento revolucionó el tratamiento de la disfunción eréctil en los hombres.

Pero rápidamente empezó a tener otros fines y gran popularidad entre los varones jóvenes en muchas partes del mundo. Los nuevos propósitos, mal llamados «recreativos», lo empezaron a infiltrar en la cultura popular como producto afrodisíaco: se ha demostrado cómo la viagra tiene escaso efecto en la erección del pene cuando se utiliza en varones sin disfunción eréctil, o entre parejas sexualmente estables.

También hay almas insensibles en este mundo, sin contemplaciones cuando de hacer dinero fácil se trata. Así, en fechas recientes hemos sido testigos de escándalos tras la marca de afrodisíaco.

Pudiéramos tomar como ejemplo lo ocurrido a principios de diciembre de 2016, cuando se retiraron de España dos productos: el Café macho y el Taurimax. El primero de estos apuntaba en su propaganda que era bastante distinto del café normal, pues aumentaba el deseo sexual.

Después de extendidas investigaciones por agencias reguladoras, se pudo demostrar cómo ambas mercancías incluían en su composición la viagra o un derivado de esta molécula, que no fueron declarados en su etiquetado.

Con los consiguientes riesgos, esta y otras muchas historias hacen que un sinnúmero de afrodisíacos carezca de fundamentos verídicos u oculte farsas muy lucrativas. Y al margen de los malintencionados engaños, todavía es posible que durante mucho tiempo perdure el uso popular de afrodisíacos de eficacia dudosa que siguen disfrutando de gran boga en el imaginario popular, como los utilizados por el distinguido Casanova.

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