La vitamina C, esencial para la vida, ha sido relacionada en la historia de la Medicina con el escorbuto, enfermedad que en tiempos remotos fue el gran azote de marineros y exploradores
El escritor Gabriel García Márquez describió a Melquíades —uno de sus fantásticos personajes del libro Cien años de soledad— como alguien a quien «la muerte lo seguía a todas partes, husmeándole los pantalones, pero sin decidirse a darle el zarpazo final. Era un fugitivo de cuantas plagas y catástrofes habían flagelado al género humano. Sobrevivió a la pelagra en Persia, al escorbuto en el archipiélago de Malasia».
La alusión al escorbuto, enfermedad rara en nuestros días, no es casual en esta magistral obra, si se tiene en cuenta que fue uno de los males más antiguos padecidos por la humanidad y de las más terribles pesadillas entre los marineros y exploradores de los siglos XV y XVI.
El famoso navegante portugués Vasco de Gama notó durante la circunvalación al continente africano que algunos miembros de su tripulación enfermaban. Ellos empezaban a tener inflamación de los pies, de las manos y de las encías, debilidad extrema, hemorragias en distintas partes del cuerpo, caída de los dientes, contracturas musculares y trastornos psiquiátricos como alucinaciones, entre otros síntomas que podían llevar finalmente a la muerte en medio de la putrefacción, los malos olores y otros indecibles sufrimientos.
Así aconteció en otras muchas tripulaciones de navíos de antaño, que zarpaban con sus henchidas velas desde puertos seguros para realizar largas travesías náuticas sin un final claro, con el afán de poseer el dominio del mar o ser los primeros en tocar tierras lejanas. Ilustres navegantes como el portugués Fernando de Magallanes, el corsario inglés Sir Francis Drake y el francés Jacques Cartier contaron sobre las penurias sufridas a causa del escorbuto.
Durante el siglo XVIII el nombre de James Lind se hizo conocido. Era un cirujano de la Real Marina Británica enrolado en el bergantín Salisbury, en 1747. La embarcación cumplía misiones de guerra en el patrullaje y control del tráfico marítimo en el mar del Norte.
Motivado por el intento de determinar un remedio efectivo para combatir el escorbuto, que diezmaba a muchos de sus tripulantes, desarrolló lo que algunos consideran uno de los primeros ensayos clínicos (investigación para probar la efectividad de un medicamento) realizados en la historia.
Tomó dos grupos de marineros; a unos les administró jugo de cítricos (limones y naranjas); y a los restantes, otros tipos de alimentos. Al final concluyó que el consumo de cítricos producía una enfática mejoría en los enfermos de escorbuto. Los resultados se publicaron en 1753, en su famoso Tratado del Escorbuto.
Sin saber el origen de la enfermedad, se continuaron las investigaciones a lo largo de la historia, hasta que en 1927 el profesor de Química Albert Szent-Györgyi aisló una sustancia en las glándulas suprarrenales de animales de laboratorio. Originalmente el investigador húngaro sugirió llamarla «ignose», que significa «yo no sé».
Los estudios siguieron, y la estructura final de esta nueva sustancia fue publicada en 1933 por un equipo de investigadores de Birmingham, Reino Unido, liderados por Reginald Herbert. Posteriormente, en otras numerosas investigaciones realizadas en Reino Unido y Estados Unidos se pudo demostrar la asociación de dicho componente con el escorbuto: la enfermedad había disminuido. La sustancia recibió por nombre ácido ascórbico o, como mejor se le conoce, vitamina C.
El nombre de vitamina se lo debemos al bioquímico polaco Casimir Funk, quien así lo propuso por considerar este tipo de sustancia como una amina vital —realmente se supo después que no era tal amina—. Este científico descubrió la tiamina (o vitamina B1) en el año 1912, mientras estudiaba una enfermedad llamada beriberi.
A diferencia de lo que pueden pensar algunas personas, no son las carnes las principales fuentes del ácido ascórbico. Este se encuentra ampliamente distribuido en el reino vegetal, sobre todo en los cítricos, en las frutas rojas como la cereza y otras como las sandías (conocidas en nuestro medio como melones), la fruta-bomba y la piña.
Se encuentra en proporciones importantes, además, en los ajíes y en las hojas verdes de las coles, la lechuga, la espinaca y la acelga. Se ha estimado que de los vegetales el más pobre en vitamina C es el plátano, y entre los que tienen mayor contenido están el perejil y los pimientos.
A diferencia de muchos animales, el ser humano —al igual que otros primates— es incapaz de sintetizar la vitamina C por sí mismo. Se dice que esta característica es consecuencia de una mutación (alteración) genética que tuvo lugar hace aproximadamente 40 millones de años. Según los científicos, el cambio ocurrió en algún momento de la evolución del hombre, como consecuencia de una dieta rica en vegetales, la cual acabó por desfuncionalizar la enzima que sintetizaba dicha vitamina.
En diversos estudios sobre la vitamina C, se ha logrado probar su efecto modulador sobre el sistema inmune, y casi siempre se le correlaciona con la prevención, manejo y reducción de los estados gripales. De igual manera, se le han atribuido propiedades antioxidantes con efectos antinflamatorios a diferentes niveles e incuestionables beneficios en la cicatrización de las heridas.
Desde los años 70 del siglo XX se le empezaron a señalar también algunas propiedades como anticancerígeno, criterio que posiblemente esté asociado al daño directo que ocasiona el ácido ascórbico sobre las células tumorales.
Fuera de sus usos farmacológicos, la vitamina C está indicada como suplemento en estados carenciales secundarios a síndromes de malabsorción, o lo que es más frecuente, a un aumento de sus requerimientos diarios. En estas situaciones lo ideal es subir la ingesta de vegetales.
Se puede decir que el descubrimiento de la vitamina C y sus propiedades, aún no conocidas del todo, constituyen piezas de encrucijadas en la historia de la humanidad: de seguro todo hubiera sido diferente si el escorbuto no hubiera encontrado un remedio eficaz y milagroso.
Fuentes consultadas:
Magiorkinis E. et al. Scurvy: past, present and future. Eur J Intern Med, 2011.
Chambial S et al. Vitamin C in disease prevention and cure: an overview. Indian J. Clin Biochem, 2013.