Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Náufragos

Autor:

Osviel Castro Medel

Solía observarlo, a sus 81 años, nadando. No lo hacía entre olas, no a contracorriente, sino en un mar sucio y público. Iba sin careta, sin tanque de oxígeno, sin miedo a que lo miraran tantas personas.

Entraba una mano, luego otra, las dos juntas, como buscando el fondo. Lo vi sacar latas, botellas, cajas de cartón, trapos, tablas, plástico, hierro, trozos de algo.

Un día regresó con un pedazo de maletín a cuestas, diciendo que este estaba nuevecito, «de paquete», en otra ocasión con una billetera roída, cierta vez con un recipiente desfondado.

A cada objeto que pescaba a diario en la basura le veía utilidad, acaso porque la fantasía suele abonarse en la vejez o simplemente porque el ser humano, en su guerra por la subsistencia, encuentra oasis donde no los hay.

Mirándolo, torcido y fino como hilo, meditaba con pesar en la ruleta del destino, que a veces nos depara el final menos imaginado. Sí, porque en tiempos pretéritos, cuando él era fuerte y terso, no gastaba sus días buceando entre desechos.

Me preguntaba también por sus descendientes, quienes, como los de otros necesitados, se han desconectado intencionalmente de esta realidad, aunque él sigue hablando de todos con orgullo e inocencia, como si la familia solo existiera por el pacto no escrito de la sangre.

En cierta ocasión llegó contentísimo, con un billete de 50 pesos, doblado a modo de rectángulo. Había sido un regalo de dos muchachos que lo vieron sumergirse sin éxito en un vertedero, nuevo para él.

Un día lo encontré molesto, irritado. Un competidor, entrando a «su territorio», se había llevado las supuestas riquezas del basurero. Era un hombre de unos 60 años, preparado para estos menesteres, pues llevaba nasobuco, guantes, camisa de mangas largas, bolsos para cargar…

Pero lo peor estaba por llegar. El crecimiento en desperdicios del tanque y de la ciudad toda fue directamente proporcional al de los buscadores entre la basura. Una mañana llegó otro, otro y otro; cinco conté aquella jornada.

Entonces, repetidas las escenas en otros momentos, entendí que a la cotidianidad le habían nacido más historias de sumersión, mares grises, peces fantasmas, pescadores extraños.

Reafirmé que la rutina de mi conocido está esparcida por otras partes; que las historias de él y de los otros campanean con fuerza para hablarnos de sucesos que antes eran rarezas y hoy nos golpean, nos punzan, nos hacen pensar. Reflejan la presencia de náufragos que se aferran a salvarse delante de nuestros ojos. Historias que no debemos esconder, minimizar, obviar, mucho menos enviarlas al tanque de la basura.

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