Un submarino ruso surcó las aguas cubanas el otro día. En realidad, no fue solo un sumergible el que hizo el bojeo por la costa norte de Cuba. El grupo de barcos de la Flota del Norte que llegó a los mares tropicales está integrado por la fragata Almirante Gorshkov, el buque cisterna de suministros Akademik Pashin y el remolcador de rescate Nikolai Chiker, equipado con un helipuerto.
El submarino Kazan forma parte de esa flota desde 2021 y no lleva misiles de ningún tipo, según han asegurado una y otra vez las autoridades rusas y cubanas, y hasta las estadounidenses. La vocera del Pentágono, Sabrina Singh, declaró el 12 de junio que era una visita de rutina y que «el Kazan no lleva armas nucleares a bordo». Santa palabra, aunque a la par el Gobierno estadounidense hizo llegar su propio submarino, el USS Helena, a la base naval en territorio ocupado de Guantánamo, una insolente demostración de fuerza.
Mientras esto sucede en las aguas del archipiélago cubano, los medios navales de la superpotencia hegemónica estadounidense andan por los mares del mundo como Pedro por su casa. Más de 800 bases albergan el mayor arsenal bélico del planeta y miles de efectivos militares están listos para la guerra permanente de EE. UU. contra el mundo.
Ya lo cantaron Los Beatles, «todos vivimos en un submarino amarillo» («We all live in a yellow submarine»), y esta pequeña tormenta en un vaso de agua es solo eso: aspaviento. Daría para una novela de John Le Carré y hasta para un canto a la sicodelia, porque recordemos que la canción Yellow Submarine es también un código escapista asociado al barbitúrico Nembutal, que se vendía por todo Londres en cápsulas amarillas.
La presencia de unidades navales de otros países en aguas cubanas suele ser una práctica habitual, al punto de que la agrupación naval rusa coincidió con las visitas del buque patrullero de la Armada Real de Canadá Harry DeWolf HMCS Margaret Brooke y del Buque Escuela AB Simón Bolívar, de la República Bolivariana de Venezuela, que atracó en el puerto de Santiago de Cuba. La singularidad de este momento es el USS Helena, submarino de ataque rápido de propulsión nuclear estadounidense, que llegó también a territorio cubano, pero al usurpado ilegalmente por Estados Unidos, Guantánamo.
«Conocíamos de la presencia del USS Helena en Guantánamo, pues conforme a procedimientos que hemos seguido desde hace años, EE. UU. nos informó con antelación», dijo a Cubadebate el viceministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Carlos Fernández de Cossío, y añadió: «Pero, evidentemente, no nos gusta la presencia en nuestro territorio y transitando por nuestras aguas de un medio de esa naturaleza, perteneciente a una potencia que mantiene una política oficial y práctica que es hostil contra Cuba».
Lo que dijo a continuación Cossío es puro sentido común; «Lo importante a recordar es el carácter ilegal e inaceptable de la ocupación de una parte de nuestro territorio por una potencia extranjera en contra de la voluntad del pueblo cubano. Es una ocupación militar ilegítima y eso es lo que marca la diferencia».
En Cuba muchos se toman estas coincidencias con humor. El post más viral que anda dando vueltas en redes sociales resume el hecho con un cubanismo lapidario: «Recibimos a quien nos da la gana a puro timbal». Timbal es una especie de tambor en forma de media esfera y generalmente se tocan dos a la vez, templados con tonos diferentes. Según el diccionario de cubanismos, es también sinónimo de valentía y audacia.
Les dejo este delicioso párrafo de autoría anónima que llegó a mi WhatsApp: «Cuba no tiene el poderío económico ni militar de EE. UU., pero sí le sobran… instrumentos musicales de percusión (como los timbales) para compartirlos con quienes lo necesiten para apaciguar temores. Y que conste: no es bravuconería. Es un hecho. Entonces, que suenen los timbales».
(Tomado de La Jornada)