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El vergonzoso precio de un vaso de agua

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

Me negaba a creer hace muy pocos días lo que relataban unos buenos amigos sobre su viaje por carretera hasta la central provincia de Ciego de Ávila. Todavía sorprendidos por el increíble letrero que encontraron en una suerte de cafetería-paladar a la altura del kilómetro 217 de la autopista nacional, me comentaban: «En ese local vendían de forma bárbara hasta el agua de la pila».

Sin reticencias ni vergüenza frente a los cansados viajeros, en el pequeño quiosco —según cuentan— había un cartel incrustado en la pared donde se leía claro y legible: «Vaso de agua a cinco pesos».

Impactados por el penoso y hasta deshumano letrero, decidieron voltear la espalda y subir al ómnibus sin probar siquiera esa agua que —se les antojaba— quizá hasta podría tener alguna suerte de propiedades especiales.

Desde niño siempre escuché decir que un vaso de agua no se le niega a nadie. Incluso, no recuerdo jamás que alguien, aun sin conocerme, se haya resistido a brindarme el vital líquido en las horas angostas y calurosas cuando más impera la sed.

Pero a veces los hechos son tozudos, contextuales y, aunque las excepciones sean solo eso —minorías, sí— empañan con frecuencia las bondades y valores que mostramos como sociedad.

Quizá alguien piense a estas alturas que la promoción ¿simbólica? de un vaso de agua por cinco pesos resulte algo menor entre tantos desafíos que vivimos. Sin embargo, vale preguntarse si quienes viajan durante varias horas y lo piden de favor tienen siempre su bolsillo blindado para acceder a cada oferta.

Y ello me recuerda que desde hace tiempo los comercios de la autopista nacional, principalmente los locales que ofrecen opciones de alimentos, se han atrincherado con precios más allá de lo inflacionario. Quienes frecuentan esa vía podrán dar fe, pero el letrero de marras y lo que subyace tras él parece salirse de lo normal.

¿Acaso un vaso de agua puede venderse en un establecimiento estatal o privado, menos si este líquido no cuenta con las propiedades y sanidad necesaria? La pregunta, por supuesto, es solo retórica. Evidentemente hay normas que lo controlan e incluso, lo prohíben siempre y cuando no venga en un envase debidamente certificado y sellado.

Esta historia tampoco termina con el «simple» letrero. También existen implicaciones para los choferes de ómnibus que hacen viajes nacionales.
Tampoco resulta casual que en muchas ocasiones se detengan justo en lugares donde predominan los altos precios, no se cumplen normas básicas y se viola algo tan esencial como la empatía.

Según me contaron, los choferes de ese largo viaje Habana-Ciego de Ávila dijeron a los pasajeros en pleno «conejito» de Aguada de Pasajeros: «Caballeros, esto es una parada rápida, el almuerzo es en el kilómetro 217», o sea, justo en la misma paladar-cafetería donde cobran hasta un sorbo de agua.

Canjear los principios a cuenta de los demás viene a ser también un acto de desamor, de indolencia en todo su amplio concepto. Mientras siga rondando impunemente la falta de sentido común, vale preguntarse quiénes seguirán pagando a cuenta y riesgo en cada viaje interprovincial el vergonzoso precio de un vaso de agua.

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