Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Aprendizajes

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Desde niña dije que sería maestra. Tenía en casa libros, instrumentos e inspiración familiar para cultivar la música, la ciencia, la literatura, la mecánica, las artes textiles… pero el magisterio era mi mayor fascinación, y aún lo es.

No hay secreto en ello: quien enseña aprende desde la mirada de quienes supuestamente no saben mucho del tema, y nada me fascina más que estudiar cosas que alguien pregunta, o explorar rutas que otras personas eluden por pereza, o por el hábito de comunicarse con frases de fácil repetición basadas en lo incuestionado, aunque no alcance para honrar al prójimo.

La Revolución era aún nueva cuando mi vocación de curiosa brotó en los surcos de tantos trabajos voluntarios a los que acudí con mis mayores, y cuando me asomaba a los carros que cacharreaba mi padre o «leía» los planos de la oficina donde mi madre soñaba presas y diseñaba extensos sistemas de riego. ¿Cómo ver tantas cosas nuevas y no compartirlas con mis coetáneos, muchas veces cautivos del aséptico televisor?

Si mi abuela me llevaba a recoger café, por ejemplo, yo volvía mostrando a mis vecinas el grano verde y el maduro, y me trepaba en el rosal para detallar cómo se hacía la cosecha, aunque saliera magullada, porque ver sus caras de asombro me hacía sentir más cerca del Hombre de La Edad de Oro.

Con el tiempo me hice ingeniera, como mi madre, y reparé motores, como mi padre, y heredé el jardín medicinal de la abuela, y ejercí justicia en mi barrio, y enseñé a leer a pequeñines y me enamoré de los medios como pizarra virtual, donde es posible cuestionar todos los saberes para crecer con un proyecto social imperfecto, repleto de ganas y razones para mejorarse a diario.

Como sus líderes de siempre, los hacedores comunes de este gran reto que ya pasa las seis décadas crecimos tanteando estrategias, renegando errores, sistematizando aciertos, dándole forma a una nación que por siglos usó ideas prestadas y valores impuestos.

Hoy podemos vestir como Miami o comer como Madrid, cantar como Jalisco o jugar pelota como Tokio… pero somos Cuba, incluso fuera de fronteras, y nuestra auténtica manera de crecer, popularmente patentada, nuestro mayor magisterio, es el «invento»: la resiliencia convertida en recurso, la maña pariendo creatividad, la risa antidolores, el corazón por fuera,la adaptación a cualquier cambio… aunque gritemos de nostalgia o cuestionemos cada ángulo y proceso.

Aprender, debatir, enseñar.¿Qué otra fórmula tenemos, si somos los obstinados de la fe en el mejoramiento humano? ¿Alguien concibe una invención cubana que se esconda bajo siete candados en lugar de regalarse al mundo? ¿Alguien espera que nos sentemos a ver cómo encaran los desastres humanos y ecológicos en otros confines para copiar tales pasos?

No me parece… Acá le echamos una ojeada a los clásicos, sacudimos las neuronas, nos quejamos un poco del calor o los precios y ponemos a andar la maquinaria del cubaneo, que a veces funciona a saltos o hace mucho ruido, es verdad, pero no deja de avanzar por el rumbo que nosotros, solo nosotros, elegimos para cruzar las sofocantes puertas de la Historia.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.