Cuba no lo olvida. Las nuevas generaciones lo admiran por su intrepidez, su inteligencia y extrema temeridad. Pudo graduarse de arquitecto con las mejores notas en la Universidad de La Habana, y quizá proyectar emblemáticos edificios o carreteras que unieran poblados a lo largo del país.
Pero José Antonio Echeverría, Manzanita, o el Gordo, como muchos le decían, quería, como universitario de su tiempo, que su Título de Oro fuese la libertad de Cuba.
Al mirar los acontecimientos de las últimas décadas, comprendemos que ese anhelo permanece en los cimientos de nuestra historia, en los miles de combatientes y trabajadores internacionalistas que fueron a cumplir nuestra deuda con África, y en las decenas de miles de graduados en especialidades de la Salud que, con una pasión indescriptible, solo acuñada a los valientes, sondean enfermedades y epidemias en cualquier continente y reciben aplausos por las verdades que develan con su ciencia.
Quizás hoy no estuviera vivo físicamente, pero de estarlo cumpliría 88 años, y nadie dude que caminaría sin manchas por los mismos derroteros que transitó Cuba con la guía de Fidel, a quien José Antonio admiraba desde aquellos años de lucha y constantes peligros para ambos, en las lomas y en las calles habaneras.
Por décadas, el pueblo de Cárdenas, su ciudad natal, donde reposan sus restos, se ha encargado de homenajearlo a nombre de toda la nación en cada fecha de su natalicio y en la de su caída en combate, ocurrida el 13 de marzo de 1957.
En esta norteña tierra matancera, muchos recuerdan la mañana del 8 de enero de 1959, cuando Fidel desvió la Caravana de La Libertad para cumplir su promesa de visitar la casa natal y la tumba del admirado joven apenas triunfara la Revolución.
Cuentan los historiadores cardenenses que Fidel penetró en la vivienda y, tras saludar a los familiares, caminó directamente al cuarto del líder estudiantil, donde conversó brevemente con sus padres y hermanos. Un rato después visitó el cementerio local y depositó una ofrenda floral en honor al eterno presidente de la Federación Estudiantil Universitaria . Más adelante volvió otras veces a rendirle tributo, y a exponer al mundo cuánto de útil y valioso habían matado los esbirros en esos años de heroica resistencia.
También hoy sus coterráneos recordarán, como es ya tradición, a aquel joven de 24 años que desafió represalias policiales, recibió golpizas, gritó los males de Cuba y se arriesgó por acabarlos, hasta que fue ultimado cruelmente en pleno corazón de La Habana, a los pies de su amada escalinata universitaria, tal vez ante la vista de vecinos y estudiantes.
Dicen que era un hombre guapo, rebelde, de honor y con muchas otras virtudes, como su apego irrestricto a la causa libertadora. Recordarlo y ser fieles a sus ideales es demostrar que sigue erguido, y que aún construye sueños en el campo, en las obras que se levantan y en cada causa digna por las que apuestan las nuevas generaciones de cubanos.