Ocurre como en las profecías. Ahora que el país evalúa al detalle cada paso y maneja con guantes de seda las riendas de lo cotidiano, resulta que ya tú habías alertado: «Un error en Cuba es un error en América y en la humanidad moderna».
Y cuando reiteramos en todos los espacios que el signo de nuestro derrotero se sustenta en el respeto a la soberanía, resulta que ya tú habías testificado: «Nada piden los cubanos al mundo sino el conocimiento de sus sacrificios».
Y cuando nos alistamos para repeler cualquier intentona de regresarnos al pasado, resulta que ya tú habías advertido: «La libertad cuesta cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio».
Y ahora que insistimos en recuperar y consolidar valores perdidos, resulta que ya tú habías afirmado: «El deber del hombre virtuoso no está solo en el egoísmo de cultivar la virtud en sí, sino que falta a su deber el que descansa mientras la virtud no haya triunfado entre los hombres».
Y ahora que la incorporación del hombre al surco para extraerle todo el alimento posible deviene urgente prioridad, resulta que antes ya tú habías declarado: «El mejor ciudadano es el que cultiva una extensión mayor de tierra».
Y cuando la solidaridad continúa siendo un pilar de nuestra política exterior, resulta que ya tú habías precisado: «Ayudar al que lo necesita no solo es parte del deber sino de la felicidad».
Y cuando la conquista de toda la justicia es una meta para dejar expedita la ruta de nuestras esperanzas y sueños, resulta que ya tú habías sentenciado: «Se pelea mientras hay por qué, ya que puso la naturaleza la necesidad de justicia en unas almas, y en otras la de desconocerla y ofenderla. Mientras la justicia no está conseguida, se pelea».
Y ahora que nos proponemos ambiciosos derroteros y asumimos compromisos para que estén en sintonía las leyes con la actualización de nuestro proyecto social, resulta que ya tú habías expuesto: «Debe hacerse en cada momento, lo que en cada momento es necesario».
Y cuando intentamos ponernos a tono con el mundo sin renunciar a principios, resulta que ya tú habías sentenciado: «El primer deber de un hombre de estos días, es ser un hombre de su tiempo».
Y cuando, como de costumbre, le hablamos alto, fuerte y claro al mundo acerca de lo que fuimos, somos y seremos, resulta que ya tú habías dicho: «El lenguaje ha de ser matemático, geométrico, escultórico. La idea ha de encajar exactamente en la frase, tan exactamente que no pueda quitarse nada de la frase sin quitar eso mismo de la idea».
Y hoy que nuestros jóvenes representan la fortaleza de la nueva generación y la continuidad del proceso revolucionario, del cual ellos son también auténticos protagonistas, resulta que ya tú habías proclamado: «La juventud debe ejercitar los derechos que ha de realizar y enseñar después».
Y ahora que la Patria es un valladar de acero en la defensa de sus conquistas, erguida ante el enemigo poderoso, resulta que ya tú habías alertado: «No se debe poner mano ligera en las cosas en que va envuelta la vida de los hombres».
En este 19 de mayo, José Martí, consecuentes con tu idea de que «cuando un pueblo se divide, se mata», nos encuentras convertidos en puño, y con razones para llamarte profeta.