Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Eumelia, nuestra Carmela

Autor:

Iviani Padín Geroy

A la salida de mi pueblo natal, Cartagena —consejo popular ubicado al norte de la provincia de Cienfuegos—, se encuentra la escuela Roberto Soto Varona, la que con más nostalgia recuerdo de mi etapa como estudiante.

El apego que le profeso no tiene que ver, como pudiera pensarse, con mi condición de fundadora, con los trabajos voluntarios a los que asistimos niños y padres para transformar aquellas viejas naves en un centro de enseñanza media, ni tampoco con la infraestructura, que nunca fue la idea.

Recuerdo el primer día de clases. Me tocó el 7mo. 2, en la segunda aula a la izquierda, junto a otras siete niñas y 18 niños. Ya estábamos sentados cuando llegó la profesora con su andar pausado.

«Mi nombre es Eumelia Rosa Moncada», dijo. Y éramos tan inocentes entonces que no pudimos percatarnos de nuestra fortuna. Allí teníamos a alguien que hoy se nos revela como una auténtica Carmela, el personaje que magistralmente asumió Alina Rodríguez en la película cubana Conducta, dirigida por Ernesto Daranas.

Entonces comenzó el aprendizaje. Eumelia nos habló de los arácnidos, de los helechos; nos explicó que las esponjas de mar no son algas sino animales, y un tanto de cosas más que apenas recuerdo.

También nos enseñó que el Che no era una imagen valiente, decidida y honrada, dijo que era un hombre con virtudes y defectos que luchó para que en Cuba la educación fuese gratuita y para que una mujer negra como ella pudiera dar clases a niños blancos. Aprendí que ser como el Che no es una consigna, sino un estado de nuestra conciencia.

El 7mo. 2 siempre fue el peor grupo de la escuela, los más convulsos, los más rebeldes; inquietos y contestatarios como pocos, los menos domesticados. Eso decían los jefes de año y demás profesores, pero yo nunca lo entendí.

Si las estadísticas cuentan, éramos los de aquel grupo los ganadores provinciales y nacionales de concursos como Leer a Martí y Sabe más quien lee más, y también de los certámenes de todas las asignaturas.

Fuimos los únicos en desarrollar un proyecto comunitario con plantas medicinales. Las cultivábamos al fondo de la escuela en el receso y, una vez al mes, hacíamos nuestra peña para vecinos y estudiantes, con infusiones y explicaciones de las propiedades curativas de estas plantas y su repercusión en una vida más sana. A mí siempre me tocaba redactar el poema al tilo, la manzanilla, la caña santa…

Teníamos, además, talleres artesanales para hacer con nuestras manos los regalos por el Día de las madres, a las que sorprendíamos con una fiesta luego de citarlas para una reunión de padres.

Eumelia nos inculcó la práctica del deporte y el cuidado de la naturaleza. Nos íbamos de acampada, y con la excusa del río y las caminatas, nos enseñaba el valor de la amistad, la unión, la tolerancia, el respeto y la gratificación en compartir. Nunca hubo lugar allí para la arrogancia; todos éramos iguales aun sin serlo.

A sus manos también llegaron varios expedientes para escuelas de conducta, pero nadie se llevó a un compañero. Para eso estaba ella, para resolverlo todo. Y el tiempo, al menos sobre aquel grupo, le dio la razón.

De allí salieron hombres y mujeres muy buenos: Lázaro, el marino mercante; Yoan H. y María, los doctores; Maxyixson, el artista de la Plástica y estomatólogo; Yoan L., Yoan E. y Yoelito, los campesinos; Lainet, la farmacéutica; Yunior, el enfermero; Albertico, el chofer; Dago, el mejor barbero; Orisdelvis y Yorisvany, los panaderos…

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