El año ido y este recién estrenado tienen sobre sí la gravitación de la unidad como premisa insoslayable para seguir llevando a cuestas nuestro destino insular. Las noticias no esperadas por su magnitud y que con emoción recibimos el pasado 17 de diciembre, todo el ánimo que se ha movido en torno a los sucesos de una nueva etapa, todas las palabras dichas —entre las que no puedo obviar las pronunciadas por Eusebio Leal Spengler, este 24 de febrero— nos han hecho pensar mucho en ese valor, la unidad, sin la cual los cubanos jamás pudimos ganar batalla alguna.
Cuando se piensa en el término, muchos, no sin razón, abordan la arista de un espíritu inclusivo que lejos de afincarse en la unanimidad busque sus fuerzas y se reconozca en el respeto a lo diverso, a naturalezas humanas diferentes, a miradas distintas sin que por ello dejen de tenerse en cuenta determinados principios, intenciones que nos hacen caminar el mismo camino ancho de la nación.
Pero en estos días mucho he pensado en que tampoco habrá unidad si no hay generosidad, en que si entre nosotros no somos capaces de hacer doblar campanas los unos por los otros, nacerán abismos que pondrán en peligro nuestra capacidad de lidiar con el mundo, nuestra soberanía que echa anclas en la identidad, en un intenso amor propio, en una poderosa autoestima.
La fortaleza siempre emanará de estar juntos; y esa conjunción de millones no se dará por decreto sino por la voluntad de prever, de tender la mano, de conmoverse, de coser allí donde una guerra entre coterráneos dejó fisuras. Una colega me contaba, por ejemplo, sobre una madre cubana que por no tener lavadora moderna tendía los pañales goteando un rato sobre el patio del vecino. La mujer no fue comprendida en la angustia de sus carencias, y cuentan que no celebró el primer año de su hijo porque el dinero que llegó a sus manos fue destinado a un artefacto que pudiera lavar y exprimir la ropa. Me aseguran que hace la historia con resentimiento, como quien la vive una y otra vez con sensación de aislamiento terrible.
Para nadie es secreto que en todos estos años difíciles y a la vez de rediseño del mapa económico y social del país, se han abierto brechas notables en cuanto a la calidad de vida de los ciudadanos: mientras unos están bien o van «mejorando» por la ayuda de seres queridos en otras partes del mundo —o porque han podido aprovechar las oportunidades que abren nuevos modos de gestionar la propiedad y nuevas figuras del trabajo por cuenta propia, o porque son beneficiarios en sus centros laborales de un sistema de pago por resultados—; otros sienten, por cómo viven, que ninguno de los múltiples cambios tocan a las puertas de su dimensión doméstica. Son los vulnerables y están más cansados, sienten que mientras más «cubana» es la moneda de sus bolsillos (esa de la que hay que juntar 25 para poder conformar una de «la otra») están más lejos del disfrute de las cosas buenas de su país.
Creo, de corazón, que deben ser atendidas con urgencia brechas tales, como si se estuviera atajando una enfermedad que pudiera comprometer la armonía de la Isla. La generosidad de la que hablo pasa por ser más ágiles, más comprometidos y sensibles en ubicar y levantar a los desfavorecidos, a los más débiles, a quienes más amparo necesitan.
Y eso no tiene nada que ver con el paternalismo o el igualitarismo que tanto daño nos han hecho, que tanto talento ignoraron, que han querido «emparejar» desde el nivel más bajo de las potencialidades de la gente en una filosofía errónea y paralizante del «no hagas tanto que les pones la vara muy alta a los demás…», en vez de catapultar la creación y el arrojo desde la muestra de paradigmas superiores en esfuerzo y en logros, como señal inequívoca de lo posible.
Nunca como antes nos ha hecho tanta falta encumbrar la filosofía de la bondad y de la solidaridad, ya sea entre personas, o de entidad a entidad, o entre entidades concebidas para servir a la ciudadanía. De ahí se alimentará con apetito urgente la unidad que nos hará invencibles, que nos blindará contra todo intrusismo, contra todo adversario que desprecie o desconozca la verdadera humanidad que habita en el corazón de Cuba.