Latente en cada retazo de historia rebelde de esta Isla vive la mítica imagen que nos legó para siempre la guerrillera de la Sierra, la heroína incansable… la Celia nuestra.
En Media Luna, poblado donde vivió los primeros 20 años entre travesuras e ingeniosas prácticas, abundan los relatos de aquella pequeña que desde la infancia mostró gran simpatía por los niños.
Tanto fue así que un día su abuela Irene descubrió que Celia y sus hermanas cuidaban a una vecinita de apenas siete meses a la que mecían y, luego dormida, acostaban sobre una tabla de planchar.
Sin embargo, ese apego a los pequeños en Celia tomó otra dimensión. No ajena a la triste realidad de los niños pobres del batey, hizo un censo con el fin de asegurarles, el Día de Reyes, un juguete, un pantalón, un par de zapatos o una batica.
Para conseguirlo iba adonde la gente pudiente de la zona, les hablaba y los convencía hasta lograr, muchas veces, que le dieran una vaca, un lechón o dinero.
En la escuela, Celia también dejó su huella personalísima. Al comenzar el 4to. grado, la asignaron al cuidado de la joven maestra Adolfina Cossío, «Chucha», con quien tuvo un lazo especial.
En una ocasión la profesora se molestó con sus alumnos porque no querían estudiar. Aún inexperta y con la intención de sensibilizarlos, les dijo: «Lo que deben hacer es no venir más a clases. Total, si no estudian…».
Sucedió un viernes, pero preocupada por la posible reacción de los niños, Chucha visitó el sábado a Celia. Allí supo que ella había ido de casa en casa a recordarles a sus compañeros no asistir el lunes, pero al ver a su maestra desecha en lágrimas modificó su «orden», retornó de nuevo a cada hogar y ese lunes no faltó ningún niño a clases.
Es bien conocida la profunda influencia que tuvo el padre de Celia (Manuel Sánchez) en la formación de su espíritu rebelde y revolucionario. Al innato patriotismo del ilustre doctor Sánchez debió la joven sus primeros acercamientos a la obra martiana, a la justicia social, a Fidel y a la guerrilla.
Anécdotas de los días de lucha revelan, además, el ingenio que siempre tuvo la guerrillera. Colocar instrucciones para las células revolucionarias de Pilón en el fondo de un cake; llevar una almohada en su barriga simulando un embarazo y una inesperada huida de entre dos oficiales, fueron algunas de sus salidas ante situaciones diversas, y algunas le salvaron la vida en más de una ocasión.
Cuenta en uno de sus textos Adelaida Béquer, quien tuvo la oportunidad de conocerla, que nunca descuidó su apariencia. Aun en la guerra se preocupaba por adornar su cabello con una flor, preferentemente una mariposa.
Si clave fue la participación de Celia en el Ejército Rebelde, imprescindible resultó su presencia en cada obra de la Revolución triunfante. No hubo proyecto, problema o inquietud de los trabajadores que le fuera indiferente. A todos los recibía siempre sin ningún tipo de etiqueta.
Un viejo campesino, Román García, narró un emotivo encuentro con ella: «Un día llegó la buena nueva de que teníamos que irnos para La Habana a recibir una sorpresa como colaboradores del Ejército Rebelde.
«Esas son cosas de la Flaca —me dije. Y el día de la condecoración, Celia se apareció primero que todo el mundo y fue uno por uno arreglándonos el cuello de la camisa o de la guayabera, peinando con sus dedos las cabelleras y secándonos el sudor».
Tampoco le falló nunca su sentido del compromiso, acompañado de pequeñas dosis de humor. En un viaje de trabajo fuera de la capital, dijo a sus compañeros: «Aquí traigo el almuerzo para no causar gastos a la provincia», y mostró un cartucho de palitroques. «Y les traigo hasta el postre», agregó, sacando otro cartucho con mamoncillos.
En otra ocasión, en un trabajo voluntario, hizo gala de su admirable modestia. Geraldine La O contó cómo Celia le pidió que la abrigara pues sentía frío. Geraldine se encaminó a la casa para traerle un abrigo, pero ella la detuvo y le dijo: «¿No tienes un saquito de yute?».
Así era Celia, única, especial, extraordinaria… Su recuerdo no se extingue porque esa nobleza, sencillez e infinita dulzura la continúan engrandeciendo, más allá del mito.