Desde hace más de 50 años vivo en una sociedad altamente consumista. Aquí, en Estados Unidos, la palabra de orden es comprar, comprar y comprar, y aunque no exista el dinero para hacerlo, es casi un acto de fe.
Se compra lo que se necesita y también lo que no se necesita, lo que va a recibir uso y lo que nunca se llegará a usar. Cualquier casa tiene televisores por doquier y muchas tienen un automóvil por cada persona adulta que vive en ellas. La gente tiene obsesión de tener.
No debería hacérsele ninguna crítica al hecho de que los ciudadanos compren cualquier cosa si estos tienen el dinero para pagarlo y sus salarios les alcanzan, pero en la mayor parte de los casos de quienes compran y compran, ese dinero no existe realmente.
Ahora, ¿cómo es que gastan sin tener los recursos para hacerlo? Pues resulta muy sencillo: el crédito. Las tarjetas de crédito son las responsables de que la mayor parte de la población de Estados Unidos esté empeñada hasta el cuello. Cualquiera que tenga aunque sea una pequeña entrada que apenas le alcanza para sus necesidades básicas, tiene acceso a una tarjeta de crédito que expande su capacidad de compra.
La propaganda es compre ahora y pague después, y ese después le puede tomar toda una vida. A los bancos no les importa, ya que viven de los intereses que cobran a los usuarios de las mismas, los cuales —al cabo de cierto tiempo— pagaron dos o tres veces más dinero en intereses a los acreedores que el efectivo que estos les facilitaron para que siguieran viviendo por encima de sus capacidades económicas.
Para seguir el tren de vida que llevan, hace ya mucho tiempo que en las familias tiene que trabajar hasta el gato. Es rarísimo ver alguna en la que la esposa se quede en el hogar para hacer labores de ama de casa, aun cuando los niños tienen meses de nacidos. Todo el mundo tiene que aportar para poder tener televisores en cada cuarto, a pesar de que muchas veces no tienen ni tiempo libre para verlos; o para tener acondicionadores de aire en las casas y pagar por la energía que consumen.
Las tiendas por departamentos se pasan el año anunciando ventas de artículos rebajados en su valor, pero hay una época del año en la que hacen su zafra. Esa época va desde finales de noviembre hasta finales de diciembre, y es cuando muchas de ellas logran las ganancias deseadas.
Desde hace muchos años se estableció que las compras de la temporada navideña comenzaban el día después del Día de Acción de Gracias, que se celebra en Estados Unidos el cuarto jueves del mes de noviembre. Ese es el día al que se le ha llamado con el sobrenombre de Viernes Negro. Hasta hace unos años, las grandes tiendas por departamentos abrían sus puertas al público a las 12 de la noche del Día de Acción de Gracias, pero en los últimos años ese horario ha ido bajando hasta llegar a la seis de la tarde. Es tanta la voracidad por vender y por comprar, que los empleados de las mismas ya ni pueden celebrar la tradicional cena reunidos con su familia.
Este viernes pasado fue el famoso Viernes Negro, y la locura fue total en los centros comerciales de las ciudades norteamericanas. Por curiosidad, me di a la tarea de buscar algunos datos sobre la cantidad de dinero que se gastan los ciudadanos de este país en un día como el del viernes pasado. Buscando en Internet, encontré una serie de datos que les servirán para satisfacer su curiosidad a los lectores de esta columna:
Se calcula que este año cerca de cien millones de personas acudieron a las tiendas a comprar lo que estas vendían, lo necesitaran o no. Casi 90 millones lo hicieron el año pasado. Las estadísticas del 2013 aún no se conocen, pero basándonos en las del 2012, uno se puede percatar más o menos de cuántos fueron.
En el viernes negro del 2012, los norteamericanos gastaron aproximadamente 60 mil millones de dólares en compras, alrededor de $ 425,00 por persona. Los expertos habían calculado que en la temporada navideña de este año se gastarían aproximadamente 600 mil millones de dólares en ventas al detalle, que es un poco más del 20 por ciento de las ventas totales en el año.
En fin, la locura total. Consumir por consumir para endeudarse por endeudarse. Parece que aquí la consigna es sencilla: vinimos a la vida a consumir, para llegar a la muerte empeñados hasta el tuétano.
*Periodista cubano radicado en Miami