El período estival llega a los más chicos de casa como un bálsamo necesario que despeja el estrés de los exámenes finales, los horarios estrictos de amanecer temprano. Es la etapa anhelada durante todo el curso escolar por ser un espacio para la diversión y experimentar nuevos desafíos.
Y eso está bien, porque el verano hay que vivirlo al límite y más aún, si sentimos que lo merecemos. Esta etapa alienta a desconectar, a enamorarse sin miedos ni tiempo, a hacer alguna que otra travesura… ¡pero, cuidado!, que andar «sin frenos» por la vida no es cosa de juego y muchos «accidentes sentimentales» terminan siendo irreversibles.
El clima, los centros recreativos y el estar entre amigos con intereses similares a los propios, suelen ser condicionantes que, mal combinadas con el trago o demasiada osadía, pueden desembocar en relaciones sexuales ocasionales de forma desprotegida, que casi siempre tienen desenlaces poco felices.
Hay quienes aprovechan estos meses para hacer las maletas con destino a otras provincias, pero olvidan echar en su equipaje el preservativo, y llevar consigo la responsabilidad que siempre debe acompañarnos.
Otros pecan de ingenuos al creer que una semana, dos, tres, es suficiente tiempo para declararse como una pareja estable y obvian el uso del condón, «si, en definitiva, ¡ya se conocen bien!», y además no le conceden el valor que deben tener los sentimientos en una relación de este tipo.
No son pocos los que, en cambio, quieren romper récords de noviazgos, para alardear en el aula cuando llegue septiembre, de lo súper que fueron sus vacaciones, y en ese arriesgado camino hacia la meta pueden dejar cadenas epidemiológicas con implicaciones sociales que trascienden el daño personal.
Tampoco faltan los equivocados, esos que aún siguen pensando que el VIH/sida es cosa de otros; que en vacaciones todo es posible y «que amor de verano, no lleva condón».
No sé de amores más especiales que los veraniegos, esos que surgen en la guagua hacia la playa, en medio de un partido de voleibol, en un quiosco, o los que nacen, valerosos, de un beso robado bajo las luces de una discoteca; pero no hay que tentar demasiado a la suerte si las caricias llevan otros rumbos. Nada cuesta incluir el preservativo en la experiencia.
Y aunque parezca un eslogan repetido una y mil veces, el hecho de que el VIH/sida no tenga rostro, forma ni color, sigue siendo una realidad que no debemos olvidar en ninguna fecha del calendario.