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El feo y dañino hábito de mentir

Autor:

Heriberto Cardoso Milanés

Hay quien miente a los niños para que se comporten de una manera adecuada; a la pareja, para que los celos no conviertan en serios conflictos cualquier simple incidente callejero; al enfermo, para que no sufra más, al tener conciencia real de la causa de sus síntomas; al jefe, con el fin de que no se percate de la incapacidad de un subordinado para cumplir sus deberes con eficiencia…

Mil supuestas razones parecen justificar el proceder engañoso y embustero del mentiroso, las cuales —a la corta o a la larga— siempre son el pretexto para asumir una conducta la mayoría de las veces criticable e injustificada.

Mentir, sin duda, es un feo y dañino hábito, tanto en la vida privada como en el comportamiento público, sea personal o institucional. Sobre todo en este último, donde la trascendencia de cualquier actitud fraudulenta suele tener implicaciones éticas que la sociedad no puede perdonar, venga de un cuadro de dirección o de un trabajador.

A propósito, escuché a alguien decir que tiene un jefe que casi todos los días lo convoca a reuniones con los más disímiles objetivos, algunos recurrentes; y que con igual frecuencia, el directivo le da nuevas orientaciones y solicita planes e informes —casi siempre para que sean entregados de inmediato— cuya elaboración le consume la mayor parte de su tiempo de trabajo.

Ha comprobado —decía— que muchos de esos documentos no se leen y tampoco se hace algo por verificar la objetividad de los datos que allí aparecen. Incluso se da una paradoja: si el reporte tiene un tono autocrítico, entonces le llueven encima los reproches; y si solo brinda datos buenos, entonces el jefe se muestra complacido, para hacer lo mismo en su informe a los superiores.

El resultado es obvio: la posibilidad de una cadena de mentiras, inaceptables como filosofía y comportamiento práctico de un dirigente, funcionario o trabajador de nuestro sistema social.

Tanto la actitud de ese supuesto jefe como de la fuente referida, son manifestaciones de un fenómeno negativo, frente al cual hemos de estar alertas y actuar de manera resuelta e intransigente. Ocultar o deformar los datos de la realidad, por dura o desagradable que esta sea, jamás ha sido práctica de nuestra dirección revolucionaria, pues, aun en las más difíciles circunstancias, esta ha abrazado el principio de la verdad.

La responsabilidad y honestidad son cualidades personales de un cuadro revolucionario a las que no podemos renunciar.

No se puede permitir que alguien convierta en frase vacía la clara definición que nos aportó Fidel: ¡Revolución es no mentir jamás ni violar principios éticos…!

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