Otra vez volvió a corretear la niña audaz y amorosa, compartiendo lo mismo la experiencia de trepar un árbol, que una clase de francés con sus hermanos y vecinos.
Se escuchó de nuevo la risa o el comentario agudo de la universitaria, proyectando ideas en pos de oficializar el centro de altos estudios que necesitaba el Oriente para entronizar un futuro de decoro para los cubanos nuevos.
Se vio también en medio de un ensayo de la coral o en un juego de voleibol a la muchacha delgada y de modales elegantes, quien con solo 21 años comprendió que había llegado la hora, al escuchar con rabia la noticia de que Batista tomó el poder, de boca de aquel bedel en medio de una clase de Mecánica.
Volvió hasta el presente con la misma resolución con que se convirtió en una de las tres muchachas que estudiaban Ingeniería Química Industrial en la Universidad de Oriente, o como se impuso luego ante la mesa que congregaba a la familia Espín Guillois, para comunicar: «Papá, mi hermana y yo estamos decididas (…) Queremos cumplir con lo que nos toca».
Regresó ella, quien escogió con beneplácito las lecciones de Historia que les ofreció aquel maestro, hijo de un ayudante de Maceo. Se le recordó en medio de aquella madrugada del 26 de julio de 1953, cuando ante el eco de los disparos, corrió hasta el cuarto de los padres y eufórica repitió: «¡Qué bueno, qué bueno, están atacando el Moncada!».
Este 18 de junio nuevamente se habló de coraje, volantes y petardos; de acción y riesgo contra la barbarie, de futuro y libertad; y una vez más respiró la mujer capaz y culta, creativa, profunda y sensible, esposa y dirigente; madre y fundadora, con una obra plena de detalles y ejemplo.
La que con 28 años conoció el amor en medio de las tensiones de la guerra, allá en las montañas del Segundo Frente, mientras suavizaba jornadas difíciles de guerrilla y monte con viejas canciones cubanas.
Aquella que después del triunfo fue semilla y fruto en defensa de la mujer y puso su empeño en hacer hasta lo inimaginable para adelantar a las féminas y sacarlas de una exclusión que hoy no conocen las más jóvenes.
Quién, más allá del tiempo y las nuevas tareas, nunca alejó de su corazón a su querida ciudad natal y guardó para siempre aquellos recuerdos de la casa de San Gerónimo, donde nadie se atrevía a faltar al almuerzo familiar del domingo y cualquier momento era bueno para conversar de todos los temas.
Así crió a sus hijos y enseñó a sus nietos la que, a pesar de sus enormes responsabilidades, nunca dejó de ser tierna e intrépida, y defendía, cada vez que el trabajo le daba una tregua, el placer que le producía el retorno a las viejas canciones cubanas, los olores de la naturaleza, o disfrutar del verde de un jardín o un huerto escolar.
Y es que la huella, la poesía y la voluntad de hacer de la Heroína de la Sierra y el Llano, Vilma Espín Guillois, rompen el misterio del tiempo, donde permanece eternamente joven, conminando a los cubanos y cubanas de hoy a beber de su savia, que es luz y flor.