Después de casi ocho meses de indiscriminados bombardeos contra Libia, que causaron la muerte a unas 50 000 personas, la mayoría de ellos civiles, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó el fin de las operaciones militares de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en la nación norteafricana. Sin embargo, la noticia, esperada por muchos, no significa una retirada total de la Alianza Atlántica. Sería iluso pensar que Estados Unidos, Francia, Reino Unido, así como sus aliados árabes, que tanto apostaron a la caída de Gaddafi —la verdadera razón de tanta muerte, y no la protección de civiles, como dijo la OTAN en un principio para engañar al mundo y legitimar su acciones— dejarán el país así, tan fácilmente. De hecho, quien menos lo quiere es el apátrida Consejo Nacional de Transición (CNT), que pidió al bloque militar prorrogar su estancia en la nación árabe hasta diciembre. La solicitud está motivada por los temores de esa agrupación a no poder mantenerse sola al frente del país mientras materialicen su anunciada convocatoria a elecciones, pues Libia es hoy un polvorín de odio y no se descarta el resurgir de focos de verdadera insurgencia.
La resolución 2016, aprobada por unanimidad en la máxima instancia de la ONU, solo elimina, en el terreno militar, la zona de exclusión aérea, a partir del 31 de octubre. Y el embargo de armas continúa, aunque «flexibilizado», para permitirle al CNT adquirir armamentos y equipos para su seguridad. Por tanto, los navíos de la OTAN seguirán en el Mar Mediterráneo, controlando lo que entra o sale de Libia, y a quien va dirigido.
En el plano económico, el texto también pone fin a la congelación de activos de empresas y bancos libios, así como a las restricciones a la cartera de inversiones de Trípoli en África. ¡Claro!, este es un paso necesario para la estabilidad que necesita Occidente en un país donde ya tienen banderín abierto transnacionales estadounidenses y europeas, así como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Recientemente trascendió que el CNT pidió a la OTAN que establezca una base militar en Libia, lo cual, según los líderes de la agrupación, mejorará la situación de las nuevas autoridades, «creará empleos» y ayudará a hacer frente a los restos de las fuerzas leales a Gaddafi. Según el reporte, Washington quiere que la mayor parte de los militares, de un total de entre 15 000 y 20 000, sean estadounidenses.
La OTAN continuará en Libia, solo que ahora se adaptará a la nueva situación; por eso está analizando nuevas formas para brindarle asistencia al CNT, cuyas tropas no tienen instrucción militar; y si no hubiesen contado con el apoyo de la Alianza hoy no estuvieran al frente de la nación africana, rica en petróleo y gas.
Ya Qatar —el «voluntario» más activo en la guerra contra Gaddafi— anunció su disposición a proporcionar una fuerza multinacional que «sustituya» a la OTAN en el «proceso de estabilización política» del país, y el entrenamiento de las tropas de seguridad. En ese comando también participarían Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, las potencias que lideraron la guerra contra Gaddafi aun cuando estuvieran parapetadas tras el escudo de la OTAN. La Alianza cumplió las órdenes que le dieron los jefes de estos países. Es lo que llaman «responsabilidad compartida». Por tanto, de seguro el bloque militar no se quedará fuera de la iniciativa qatarí, si llegara a implementarse.
Tampoco el Emirato ha dicho si retirará los cientos de soldados suyos que participaron en la guerra, en violación de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad, según la cual ninguna fuerza extranjera podía desplegarse en el terreno, y debía respetarse la soberanía…
Además, Estados Unidos y la OTAN dicen estar preocupados por el saqueo y la reventa de armas convencionales de los arsenales libios; en particular, misiles antiaéreos que se disparan manualmente, los cuales, según informes de inteligencia de Occidente, habrían caído en manos de insurgentes y militantes islamistas de otros países. Precisamente para controlar este tráfico, el propio secretario general de la Alianza, Anders Fohg Rasmussen, invocó nuevamente ahora el embargo de armas contemplado en la resolución 1973 del Consejo de Seguridad, y dijo que es una medida que no solo debe ser cumplida por el CNT, sino que implicaba a los 28 países que conforman la OTAN. Quizá, en el movimiento de armas esté otra razón para extender la «guerra contra el terror» en África del Norte. La aventura bélica puede ser aún muy larga.