Parece que fue ayer La muerte de un burócrata, esa deliciosa farsa del Titón Tomás Gutiérrez Alea. Y no por la relatividad del tiempo. Perdurabilidad artística aparte, la vigencia de la comedia, lo que la hace la película cubana más citada en la trama cotidiana de nuestra gente, es su incómoda inmanencia en la realidad, después de tantos años.
Es como si aquel joven Salvador Wood en blanco y negro, hubiera salido de una oficina de trámites en pleno 2011, en jeans y con arete en la oreja derecha, derrumbándose ante el mismo laberinto de imposibles en una espiral infinita de papeles, cuños y oídos sordos; maldiciendo al monstruo de siete cabezas que es el burocratismo.
Muchos confunden burocratismo con burocracia. Esta última no es más que el lógico sistema de administración pública de una nación y sus instituciones. En todo país tiene que haber un «funcionariado», para regular los necesarios equilibrios; pero no «burocraciaaa», que ya desemboca en la enfermedad del burocratismo: mando ciego y sordo, papeleo excesivo, el darlo todo por sentado y cumplido formalmente, sin asidero en la práctica, desde una oficina aséptica. O los rodeos interminables y los excesos de estructuras intermediarias, que ahogan y aletargan la solución de los problemas, entre el momento en que estos se elevan y el accidentado proceso en que descienden las decisiones.
Cuba está inmersa en vitales transformaciones de su economía y mecanismos de Gobierno, que indeclinablemente deben transitar por la extirpación de raíz del burocratismo. No olvidemos que esa deformación inmovilista fue una de las costras que dieron al traste con el socialismo real en latitudes nevadas de la vieja Europa, a despecho de los alertas de los clásicos del marxismo, de su primer gran practicante: Vladimir Ilich Lenin; y del adelantado Ernesto Che Guevara, acá al Sur.
La resistencia al cambio de ciertos sectores burocráticos no pasa inadvertida al ciudadano, ni al Presidente Raúl, quien esgrime la perseverancia para sentenciar el fracaso de esas reticencias, «sean estas conscientes o inconscientes», como afirmó.
Y han proliferado últimamente las críticas al burocratismo. Bienvenidas, siempre que no queden en transitorias campañas que se devoran a sí mismas. Loables, en tanto traspasen la volátil palabra y vengan acompañadas de acciones confirmatorias.
No creo que «regañando» y enjuiciando constantemente a los atrincherados logremos dar la estocada definitiva al burocratismo, aun cuando se avance en mover la opinión pública y afianzar la voluntad de cambio. Lo digo porque esos detenidos —más bien los métodos y filosofías que los caracterizan— no se generaron per se, ni nos invadieron de otra galaxia.
Ahora que avistamos los pedruscos que entorpecen el avance del socialismo cubano hacia la plenitud y la eficacia, no deberíamos soslayar que el burocratismo tiene causas o raíces esenciales en rasgos del propio diseño de la economía y otros aspectos de la sociedad cubana que, a lo largo de años, han coexistido con grandes virtudes y realizaciones de la Revolución.
Esas plagas que, como verdolaga, constriñen las saludables «cosechas», son: acusada centralización de decisiones, acendrado verticalismo y escasa horizontalidad, reducido margen de potestades y de iniciativa para la empresa estatal socialista y los gobiernos locales, abrumadora regulación estatal, las excesivas prohibiciones que tanto complican y estancan, y pobre participación de los actores esenciales, colectivos laborales y comunidades, en la toma de decisiones y el control de los procesos económicos y sociales.
Cuba ha iniciado un proceso estratégico, con la descentralización de potestades, y la flexibilización de formas de gestión y propiedad en la economía. A ello se añade el fomento del desarrollo local como fórmula liberadora, que propicia mayor autonomía y autosustentabilidad a los territorios; a más de otros desinfles que se necesitan, no solo de plantillas.
Aún falta bastante trecho para erradicar la obsoleta maraña legal y normativa que entorpece la implementación de muchos cambios. Se precisa simplificar aún más el aparato administrativo, el fomento de inéditos modelos productivos y de servicios, como las fórmulas cooperativas más allá de la tierra, que acentúen el aligeramiento de la carga estatal ya de por sí iniciado con el auge del trabajo por cuenta propia. Y, sobre todo, la cuestión primordial, que garantizaría la irreversibilidad del socialismo, en plenitudes y condiciones superiores: la revolución que debe generarse en la empresa estatal hacia un modelo participativo, eficaz, y sin tantas amarras para la iniciativa. Un modelo que aúne el compromiso con el plan, la satisfacción creciente de las necesidades de los trabajadores y la incursión en el mercado.
La mejor forma de seguir esquinando al burocratismo y trascender las palabras, es continuar profundizando los cambios ya iniciados; de manera que, a la sombra de las prioridades del Estado socialista, y regulados por un plan de la economía integrador y flexible, las decisiones, la iniciativa y la participación directa, se acerquen cada vez más al que produce bienes o servicios allá bien abajo.
Algún día, no puede ser lejano, asistiríamos a la premier de un gran «filme» en la realidad: La muerte del burocratismo. Espero estar vivo para disfrutarlo.