Le profeso gratitud y admiración desde los primeros instantes en que acudí a su sabiduría para precisar un dato o buscar un detalle revelador. La conocía solo de nombre o por haber leído algunos de sus escritos, antes de descubrir su figura al verla pasar con frecuencia por la santaclareña calle Céspedes, rumbo a su trabajo o de regreso de este.
Ella, la ilustre profesora Martha Josefina Anido Gómez-Lubián, a quien la brisa la puede hasta mecer, ha tejido una larga y ejemplar trayectoria a partir de la década de los años 50 del pasado siglo con un protagonismo precursor en el trabajo comunitario, al vincular el ballet con los niños más humildes de Santa Clara.
El amor por su ciudad le viene desde sus ancestros, que están entre los fundadores de la localidad, y pertenece a una familia insigne de la cultura local, que trasciende más allá de donde nació.
Las primeras palabras que recuerdo entrecruzamos, hace muchos años, fueron los buenos días o buenas tardes en las ocasiones en que coincidíamos en la misma acera. Empezaba en los trajines periodísticos cuando Martha Anido era ya una reconocida intelectual.
El tiempo, que suele írsenos como un relámpago, pasó y el otro día me sorprendió la noticia de que acaba de cumplir los 80 años y, consecuentemente, no pude congratular en tan memorable ocasión a la prestigiosa santaclareña que llega, lúcida y con sus proyectos renovados, a sus ocho décadas de vida. Poco tiempo después la divisé en la calle Independencia y, a distancia, por temor a que se esfumara en un recodo, la sorprendí con unas sonoras felicitaciones que me devolvió con una sonrisa.
Mientras se alejaba recordé que primero conocí su obra como promotora, investigadora cultural y escritora, y después tuve la experiencia de tratarla personalmente ante la imprescindible necesidad de tener que acudir a su magisterio para escribir sobre la historia de esta ciudad.
En honor a la verdad, nuestros contactos transcurrieron como rachas, caracterizados por una brevedad muy provechosa para mí, porque además de enriquecer mis conocimientos sobre la historia de la urbe, sus tradiciones y sus personajes imprescindibles, me facilitaron descubrir a la persona bondadosa y sencilla, capaz de compartir, prácticamente con un desconocido, la savia que atesora su memoria.
Buena educadora al fin, de paso, luego de ilustrarme ha depositado en mis manos un libro con la sugerencia de que lo lea para que tenga una visión más abarcadora y conozca más profundamente sobre el tema del que iba a escribir.
Son gestos en su actuación, nada excepcionales, que la retratan, de los que puedo dar fe porque en numerosas ocasiones recurrí a ella en plena calle, o en la sede de la UNEAC en Villa Clara, organización en la que ocupa una de las vicepresidencias, en busca de orientación o esclarecimiento sobre determinado hecho histórico, para completar un artículo en el que su valioso aporte a veces quedó en el anonimato. Incluso, ante una premura editorial, sin previo aviso he tocado en su puerta. Y ella siempre dispuesta para ayudar, con el sí del desprendimiento y la satisfacción en el rostro.
En realidad, el tiempo pasó como un relámpago, pero la fecunda entrega a la cultura de Martha Anido está arraigada en las propias tradiciones de una ciudad que le agradece sus desvelos y su amor. Y que se siente orgullosa de verla caminar ligera, con la cabeza erguida y recta como una palma real, regalando esa imagen traslúcida de alma y corazón de patriota y martiana. Y fidelista, desde los días de su lucha contra la dictadura de Batista.