«Viene de arriba»… «Es lo que está establecido»… Tales comodines al uso, que entumecen el criterio y silencian el debate, suelen tener un efecto francamente contrarrevolucionario, en el sentido más profundo de la palabra. Y que nadie se asuste con el calificativo. Hay maneras muy diversas, desde adentro, de entorpecer el avance de nuestra democracia socialista.
Hay quienes te espetan las paralizantes frases lo mismo ante un reclamo en una asamblea que cuando exiges un derecho, o al menos una explicación. Así de rasantes, a rajatabla, los muy cercenadores. Habría que responderles, con todo el compromiso que entraña: «Pues esto viene de abajo»… «Y es lo que está soñado y pensado».
No estoy llamando a una rebelión incivil ni mucho menos, pues al socialismo cubano le urge resanar la legalidad y la disciplina erosionadas durante años. Pero, precisamente, para fortalecer nuestra institucionalidad debemos privilegiar el análisis concienzudo de las imperfecciones, obsolescencias y absurdos en nuestras leyes y todo el tejido normativo de la sociedad. En nuestra vida como tal.
No siempre lo legal es justo. Puede haber algo que aún esté establecido, y ya sea inoperante por obsoleto, o porque haya sido superado por la propia praxis social. Es entonces cuando hay que ser dialécticos, y con sinceridad y transparencia, revisar y rectificar: «Cambiar todo lo que tenga que ser cambiado», dijo Fidel, lo repiten muchos y lamentablemente no se aplica siempre.
Ahora que todos, con militancia o no, estamos convocados a elaborar y enriquecer la agenda de la discusión pública, vale la pena reflexionar en la trascendencia que tienen el debate y el consenso, a la luz de las experiencias de 50 años de sustentabilidad revolucionaria: tanto las positivas como las erradas.
Lo digo porque aún percibo la cabezota pesada del dogmatismo y la desenfrenada verticalidad, como una especie de momia desenfardelada en medio de la Cuba del siglo XXI. Hay quienes aplauden a Raúl cuando él defiende la sana discrepancia, y luego se crispan y parapetan ante la divergencia de sus subordinados y cortan el diálogo.
A veces tengo la impresión de que nos desgastamos en soliloquios de opiniones; y no siempre, en medio de procesos de debate y enriquecimiento populares tan decisorios hoy, personas con responsabilidades y jerarquías dialogan con sus interlocutores con la necesaria interactividad. A veces no tenemos información de cuánto de lo propuesto, sugerido, criticado, va pasando al reino de las decisiones y los hechos constantes y sonantes.
Si la Revolución ha llegado hasta aquí, ha sido por el protagonismo popular, por encima de no pocos tropezones en el camino de edificar nuestra propia democracia. Por eso no hay que subestimar la necesidad del consenso, ni creerse que lo tenemos a la mano. No nos dejemos arrebatar por intereses ajenos a los de la Patria, los espacios de la polémica, el debate, la crítica, como herramientas afiladas y sabias del mejoramiento.
Las soluciones a nuestros propios problemas, la armazón del socialismo del siglo XXI, hay que construirlas con el consenso de todos, no importa el credo. Un inteligente equilibrio entre lo vertical y lo horizontal. Una interacción de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo. Para que nadie pretenda callarnos con que «eso viene de arriba». No, viene de todos.