El diario español El País está preocupado: cree que una masiva llegada a Cuba de visitantes procedentes de Estados Unidos podría provocar una desestabilización ideológica.
El rotativo «descubre» unas declaraciones del compañero Armando Hart, formuladas hace unos meses, respecto a que un cambio en la conflictiva relación bilateral entre Cuba y Estados Unidos traería «una nueva etapa en el combate ideológico entre la Revolución y el imperialismo».
Pobre periódico y pobres periodistas que no se han enterado de las muchas veces que Fidel y otros compañeros de la dirección de la Revolución, así como intelectuales y periodistas hablaron del tema, incluso allá por la era Clinton, cuando la moda era el Carril II. Infelices, que no comprendieron el alcance futuro de la Batalla de Ideas lanzada en el año 1999, más allá de la anécdota y del discurso de la ocasión. Incapaces, que no sacaron las debidas lecturas del aldabonazo de Fidel en noviembre de 2005, desde el podio del Aula Magna de la Universidad de La Habana.
Semejantes tonterías solo pueden mover a una reflexión más profunda: aparte del largo, cruel y costoso bloqueo económico, comercial y financiero, al margen de las agresiones armadas y terroristas, Cuba, además de puntería y coraje, ha probado su músculo gris frente a casi 3 000 horas semanales de subversión radial y televisiva —muchísimo más que lo que jamás se transmitió contra la URSS o Europa del Este.
Según la Agencia Internacional para el Desarrollo de Estados Unidos (USAID), se invierten más de 900 —lo digo con letras para escapar a la confusión: ¡novecientos!— millones de dólares en promover de múltiples formas la destrucción del orden constitucional cubano, bajo las fanfarrias de la promoción de democracia y libertad. Controlan los medios de comunicación globalizados donde el pensamiento único dicta y censura qué tipo de Cuba se vende.
La Revolución Cubana ha resistido por 50 años toda esa embestida, y aún probará fuerzas para un desafío mayor de ideas: muchos de los que pudieran recuperar sus derechos y viajar a Cuba vendrán confundidos, engañados, manipulados, y habremos de reeducarlos; mostrarles el extraordinario país que somos, con orgullo, sin avergonzarnos de las heridas, dignos. Blandiremos razones, argumentos, verdades como templos que nada ni nadie puede ocultar y, de paso, les descubriremos buena parte de un mundo que les ha sido vetado. El mundo, lo sabemos los pueblos «isleños», es mucho más que un town.
Pero no soy ingenuo. Yo creo que El País —y su corresponsal en La Habana— saben todo eso, y más, y están jugando la carta del miedo, para, de la confusión, sacar sus ganancias propias. Quizá estén preocupados debido a que los turistas y los empresarios españoles tendrían una nueva y mayor competencia en el mercado cubano; algunos tal vez pierdan los privilegios de ser clientes únicos del comercio local.
Se la han pasado medio siglo diciendo que el bloqueo es un pretexto que inventamos para justificarnos. Y mira que se ha dicho que lo prueben, que lo quiten, para demostrarles que nuestros problemas son solo una excusa. Ahora que la situación histórica está cambiando, ellos están más preocupados que nosotros con la «desestabilización» que vendría de su fin. Probablemente descubrieron que ya tenemos un Plan contra el «otro» Plan, como enseñó Martí.
¡Qué País!, diría el general Resoplez de este periódico madrileño. Nassiri Lugo, que suele ser con su guitarra tan eficiente como Elpidio Valdés con su machete, le preguntaría: ¿Cuál es tu mala leche?