Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Quiere usted desestimular…?

Autor:

Luis Sexto

Nada puede impedir que la gente piense. Es obvio, pero al comenzar mi columna con una frase aparentemente tan común, estoy insinuando que algunos pueden intentarlo. Sería, por supuesto, como echar el mar en un caracol o dentro de un hueco abierto en la arena. ¿Quién le establece raya o cerca al pensamiento? Existen personas así: solo existe lo que ellos creen que existe. Lo demás es espejismo y, por lo tanto, no lo tienen en cuenta.

Claro, hay una acción —acción por omisión— más impolítica e irracional: ignorar lo que la gente piensa. Y de esto hablo, porque, siguiendo una de las últimas reflexiones de este espacio, un lector me envió una lista de 26 reglas para desestimular o desmotivar a los trabajadores. ¡Son tantas...! aunque, a veces, solo con una basta. Es decir, el acto del remitente confirma que la gente lee y piensa. ¿Y podría ser de otra manera? Si los ciudadanos hacen cola en la Feria del Libro, si estudian en las universidades municipales o ya tienen un título, hay, pues, que aceptar que la gente —al menos una porción del conglomerado nacional— está apta para pensar. Y el autor del mensaje, pensando él, me hacía recordar que esas reglas son muy viejas, pero no siempre han sido tenidas en cuenta. Una de ellas la he empezado a comentar desde la primera línea de mi nota: «Ignore las quejas y no escuche a quien las trae».

Es decir, decida, actúe, y no averigüe qué piensan sus subordinados, sus electores, los ciudadanos de cuanto usted decide y hace. Es la mejor fórmula para que la gente empiece a dudar, a deprimirse, a distanciarse. Pero si usted sabe cómo sienten, cómo reaccionan a sus decisiones o actos, asuma que son unos majaderos o acepte que nada de cuanto alegan en sus quejas posee alguna razón. De ese modo, todo seguirá como usted ha dispuesto.

¿Es cierto que hay en Cuba personas así? ¿Sordas, ciegas, insensibles ante el reclamo de la ciudadanía o del vecindario? Lamentablemente, existen personajes como los descritos. Tienen algún poder y lo usan. No lo usan, sin embargo, para servir o construir. Quizá para generar quejas y molestias, porque las cosas solo pueden ser como ellos las determinan. Yo me entiendo. Sé que no estoy cantinfleando. Ese es el comportamiento típico de la mentalidad que llamamos burocrática.

La burocracia no es un grupo, ni una entidad: es eso, un modo de ver, un modo de juzgar, y, sobre todo, un modo de verse y juzgarse a sí misma. Y usualmente cree que está sobre toda ley o sobre toda relación. En otros momentos lo he dicho: las actitudes burocráticas no respetan ni las decisiones de los tribunales. Por ejemplo, cuántos vecinos no se han quejado del ruido, ese disturbio ambiental que a veces es permanente, y ante la tozudez de cuantos lo producen —digamos una empresa, un establecimiento comercial, un hotel— han acudido a los tribunales, respaldados incluso por el delegado de circunscripción; el fallo los ha favorecido, pero todo ha continuado por meses y años de la misma manera. Del otro lado, ignoran el fallo. O niegan que sea justo.

Claro, la mentalidad burocrática sabe defenderse. Ante la queja, esgrime siempre las razones de defensa de la economía. ¿Quién se atreve a dañar nuestra economía? Ah, bueno. El argumento parece incuestionable. Pero, como han establecido desde hace tiempo las relaciones humanas, una acción tiene siempre su reacción. ¿Quiere usted desestimular, desmotivar, decepcionar a los actores principales de la economía, esa gente que sufre, trabaja y piensa? Pues ignore las quejas y no escuche a quien las lleva.

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