Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Fidel: «Perdimos nuestro mejor amigo» ¿Qué decir 12 años después?

Chávez, en efecto, terminó transformado en el mejor alumno contemporáneo de Simón Bolívar

Autor:

Rafael Hidalgo Fernández

El 5 de marzo de 2013, con apenas 58 años, el Comandante Hugo Chávez Frías se transforma en símbolo mayor de lo que ya era. Su partida física impacta duro a Fidel Castro, pese a que este estaba en pleno conocimiento del nivel de gravedad de su entrañable amigo venezolano, generoso y muy querido por el pueblo cubano en esos momentos.

La crudeza del hecho la reconoce el líder cubano, por primera vez a nivel público, en Perdimos nuestro mejor amigo, escrito suyo concluido en plena madrugada del 11 de marzo, tres días después de los funerales del líder que él logró visualizar antes del primer encuentro entre ambos, gracias a la labor de información que en tiempo real y de forma competente desarrollaba el sistema de trabajo internacional diseñado por él.

Germán Sánchez Otero, a la sazón embajador de Cuba en Venezuela, por intermedio del consejero político Eduardo Fuentes y junto a este, apenas el hombre del digno «por ahora» salió de la cárcel, establecen fluidas relaciones con él. Ya era más que evidente que Cuba estaba ante un militar que emanaba en cada palabra y cada acción valores bolivarianos vitales para aquellos (y estos) tiempos.

Cuando arriba a La Habana por primera vez, el 13 de diciembre de 1994, Chávez es una figura familiar para Fidel, pero este todavía no ha podido escrutar directamente su mirada aguda y sincera, ni escuchar el tono franco de sus ideas sobre la emancipación de su Venezuela querida y más allá. Le bastarán 36 horas para identificar la calidad humana y el liderazgo potencial del visitante. No es un detalle subalterno que le haya recibido y despedido en el aeropuerto, como solía hacer con los Jefes de Estado y con otras grandes personalidades amigas de Cuba.

Una vez más, funcionó la capacidad fidelista para ver lejos y bien: Chávez, en efecto, terminó transformado en el mejor alumno contemporáneo de Simón Bolívar, y en líder imprescindible de los procesos de unidad e integración de la América Nuestra en los primordios del siglo XXI, entre otras proyecciones suyas que siguen marcando la política continental a 12 años de su partida física.

Pasado este tiempo, todavía a los propios cubanos nos interpela lo escrito por Fidel en la madrugada aquel 11 de marzo de 2013. Es pertinente, en consecuencia, reflexionar en ¿por qué afirmó de forma tan categórica que Chávez fue «el mejor amigo que tuvo el pueblo cubano a lo largo de su historia»? La pregunta obliga a meditar en tres niveles interrelacionados: en el humano, el ético y el propiamente político.

La pertinencia del tema guarda relación, entre otras razones, con los
abundantes «análisis» producidos por la derecha que reducen la actuación de Fidel en sus relaciones con Chávez a mera astucia y a cálculos pragmáticos de su parte. En rigor, tal enfoque en sus distintas variantes lo que sí retrata es la incapacidad de los autores para concebir relaciones interpersonales que no estén determinadas por el frío cálculo entre costos y beneficios materiales.

Pero existe una razón de importancia mayor respecto a todas las manipulaciones de que ha sido objeto la relación de Fidel con Chávez y las de la Revolución Cubana con la Revolución Bolivariana: en ambos niveles de relación existen legados emancipadores con validez total para el presente y el futuro. Es lo que a continuación, de manera sumaria, se argumenta.

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Fidel Castro, como José Martí en su momento histórico, no solo fue un estudioso, un admirador y un seguidor convencido de los valores latinoamericanistas y unitarios de Simón Bolívar, sino que comprendió la importancia geopolítica y simbólica de Venezuela para la América Nuestra, para expresarlo en el lenguaje que hoy llamamos geopolítico.

Si Martí tras aproximadamente seis meses de estancia en Caracas, al salir del país expresa: «deme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo»1, Fidel lo hace en estos términos el 23 de enero de 1959, 22 días después del triunfo de la Revolución, durante su primer viaje internacional, justo a la cuna de Bolívar: «…Venezuela es la patria de El Libertador, donde se concibió la idea de la unión de los pueblos de América. Luego, Venezuela debe ser el país líder de la unión de los pueblos de América; los cubanos respaldamos a nuestros hermanos de Venezuela».

Más adelante agrega: «… si queremos salvar la libertad de cada una de nuestras sociedades, que, al fin y al cabo, son parte de una gran sociedad, que es la sociedad de Latinoamérica; si es que queremos salvar la revolución de Cuba, la revolución de Venezuela y la revolución de todos los países de nuestro continente, tenemos que acercarnos y tenemos que respaldarnos sólidamente, porque solos y divididos fracasamos».

Ambas posiciones de 1959 Fidel las ratifica en estos términos, en la referida nota del 11 de marzo de 2013: «¡Eso dije aquel día y hoy, 54 años después, lo ratifico!». Queda evidente en esta expresión, que para él la emergencia de un proceso revolucionario en Venezuela, con vocación latinoamericanista, unitaria y defensora de la soberanía de la América Nuestra, constituyó tempranamente un elemento nuclear de su perspectiva estratégica a la hora de concebir los procesos integracionistas y la búsqueda de la unidad política en el continente.

A partir de esta clave política, y no de exclusivos intereses o ventajas coyunturales, se edificó la línea de actuación de la Revolución Cubana hacia Venezuela durante estos 66 años.

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La figura excepcional de Chávez, a partir de 1994 ocupó un lugar especial y de creciente atención y ocupación para el liderazgo político-estatal cubano. La admiración por él solo conoció una dirección: la del crecimiento constante.

¿Por qué? Porque el ilustre llanero de Barinas tenía una capacidad que parecía inagotable para mostrar, con hechos, su excepcional calidad humana en el más amplio sentido de la palabra; para expresar continuamente ese auténtico y escaso sentido de la gratitud, la lealtad y la humildad que tanta falta hace a los políticos, incluidos algunos que se llaman revolucionarios; para reconocer dudas y errores con un sentido autocrítico natural  y propio de los políticos cabales, los que merecen respeto; y, entre otras
muchas razones más, por su capacidad para avanzar a ritmo exponencial en el nivel de complejidad y solidez de su pensamiento político revolucionario. No solo era un lector intenso, sino un observador agudo y pertinaz que aprendió bien a escuchar y a ver mejor.

En este punto procede una pregunta ineludible: ¿acaso no tenía defectos? La respuesta, válida solo para pocos: tenía más virtudes mayores, que defectos menores. A tal punto que se transformó en ídolo y paradigma de su pueblo, del nuestro y de otros. Tal es el hecho práctico e irrefutable, al final, histórico.

Chávez sorprende a sus primeros interlocutores cubanos con esta pregunta: «Por favor, díganme en qué puedo ayudar a Cuba». Lo expresa sin que mediase reserva alguna sobre nuestro proyecto de sociedad, a diferencia de otros.

Posteriormente, al hacer la primera visita física a Cuba en diciembre de 1994, pues dijo haberla visitado en sueños mucho antes, expresa en el Aula Magna: «Algún día esperamos venir a Cuba en condiciones de extender los brazos y en condiciones de mutuamente alimentarnos, en un proyecto revolucionario latinoamericano, imbuidos como estamos, desde hace siglos, en la idea de un continente latinoamericano y caribeño, integrado como una sola nación que somos».

Así lo cumplió, desde que llega a la presidencia en 1998, de forma cabal y contra todas las resistencias internas y externas. Más de una vez, Fidel se negó a aceptar sus sinceras ofertas de apoyo, pues estaba consciente de que existían poderosas fuerzas hostiles a Chávez dentro de Venezuela que podían manipular contra este su altruismo. Ello facilitó, dialécticamente, materializar la tesis del líder bolivariano de «mutuamente alimentarnos»: se generó un programa de cooperación y ayuda mutua que está ahí, como testigo con muchos hechos en la mano, de lo que pueden ser las relaciones de amistad y solidaridad mutua entre dos pueblos y dos revoluciones.

Lo sucedido entre 1994 y 2013 evidenció que cuando convergen, en líderes y pueblos, la capacidad humana de trascender el egoísmo y dar paso al sentido de solidaridad con el otro; cuando el principio de lealtad se asume en serio y cuando los ideales de cambio social y político se aproximan e identifican, surgen relaciones de hermandad a toda prueba como la que simbolizaron Fidel Castro y Hugo Chávez. El pueblo cubano, por lo que se escucha en nuestras calles, lo sabe, agradece y desea preservarlas. (Tomado de Cubasí)

*Sociólogo

Nota: 1 Esta expresión de José Martí data del 5 de marzo de 1876, justo 137 años antes de la transformación de Chávez en símbolo de lucha para todos los tiempos. Aparece en El Federalista, México, bajo el título Pilar Belaval.

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