Trump sueña con una torre con su nombre en Gaza. Autor: Tomada de X Publicado: 08/02/2025 | 09:59 pm
En toda Palestina, a pesar de la sangrienta devastación de Gaza y las continuas masacres israelíes en Cisjordania, febrero comenzó en un ambiente de fiesta.
«Es un nuevo día de victoria para nuestro pueblo. Hoy, un nuevo grupo de nuestros héroes es liberado y ve la libertad a pesar de la voluntad de la ocupación», proclamó aquella mañana un vocero del movimiento de Resistencia Hamás.
En el otro extremo del escenario bélico, el analista militar del diario israelí Haaretz reconocía que «no hay base para que los partidarios del primer ministro Netanyahu alardeen de una victoria total… Hay que ser un seguidor ciego, que ha dejado de lado todo vestigio de duda y crítica, para creer que Israel realmente derrotó a Hamás» subrayó Amos Harel.
Una multitud de hombres, mujeres y niños se había aglomerado el sábado 1ro. de febrero en una amplia plazoleta de Khan Younis, rodeada de escombros y edificios en ruinas para festejar la llegada a la Franja de Gaza de unos 150 prisioneros palestinos tras ser liberados de cárceles israelíes en virtud del acuerdo de alto el fuego logrado entre Hamás e Israel, al cabo de 471 días de una guerra genocida, dirigida a exterminar la Resistencia a la ocupación militar sionista.
Tres autobuses transportaron a los prisioneros, vestidos con uniformes grises, al ser recibidos por cientos de habitantes de Gaza que rodeaban los vehículos. «¡Con sangre y espíritu te redimiremos, prisionero!», coreaban algunos entre la multitud, mientras los hombres salían de los autobuses facilitados por el Comité Internacional de la Cruz Roja, y la multitud de civiles que los esperaba, los abrazaban y cargaban en hombros, entre sonrisas, lágrimas y cantos de victoria.
En la misma jornada, a solo diez días de instalarse en la Casa Blanca, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, emprendía un viaje desde Las Vegas a Florida, para un descanso de fin de semana en su famosa residencia de Mar-a-Lago. Rodeado de periodistas a bordo del Air Force One, el mandatario lanzó su primera bomba en dirección de Gaza: una temeraria iniciativa de «limpiar» la minúscula franja de territorio reducida a escombros.
En un tono relajado, como si despertara de un sueño revelador de fantasías, Trump dijo que le gustaría que Jordania y Egipto recibieran a los gazatíes. «Estamos hablando de un millón y medio de personas, y simplemente limpiamos todo eso», dijo a los periodistas a bordo del Air Force One. El bombazo resonó de inmediato en todo el planeta, con la fuerza semejante de un estallido atómico. La onda expansiva de la sonora explosión repercutió durante toda la semana. El siguiente episodio ocurrió el martes, en Washington, cuando Trump debía recibir a Benjamín Netanyahu para examinar detalles de la ejecución de la segunda fase del acuerdo de cese del fuego entre Israel y Hamás, firmado bajo fuerte presión del mandatario norteamericano.
Las cuentas por pagar de Netanyahu
El hecho de ser el primer gobernante foráneo recibido por Trump en la Casa Blanca subrayó, de hecho, la seriedad de la situación en Oriente Medio.
La guerra de tierra arrasada emprendida por el Primer Ministro del sionismo, en venganza por el sorpresivo y costoso levantamiento armado de las milicias de Hamás y otros grupos menores, había dejado muy mal parado a su servicio de inteligencia, al ejército —que en 15 meses de guerra sufrió más de 800 bajas mortales y miles de heridos— puestos fuera de combate sin lograr cumplir sus objetivos de eliminar a Hamás y rescatar vivos a los más de 200 prisioneros israelíes. Además de las enormes pérdidas económicas, que hundieron el comercio, la producción
agrícola, industrial y tecnológica; provocaron el desplazamiento de más de 300 000 colonos judíos de las zonas fronterizas. La sofisticada defensa antiaérea fue incapaz de evitar que cohetes de Hamás cayeran en bases militares, aeropuertos, ciudades, aldeas y puertos marítimos.
Tel Aviv extendió la guerra a Líbano, Siria, Irak, Irán y Yemen, que por primera vez torpedeó con éxito el flujo comercial marítimo con destino al Estado sionista y resistió los bombardeos de las fuerzas aéreas de Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel.
La venganza de Netanyahu contra Hamás se convirtió, de hecho, en una costosa guerra de la administración Biden-Harris y Estados Unidos, proveedor de todo el respaldo logístico, el más sofisticado armamento y el apoyo político y diplomático, con el único resultado visible del aislamiento internacional, el repudio popular universal y en vastos sectores de la sociedad estadounidense.
A todo ese negativo balance —que le facilitó a Trump su victoria sobre el tándem Biden-Harris y que exigió parar en seco antes de tomar posesión, tras ser electo— tendría que responder Netanyahu, interesado en proseguir la guerra y frustrar el cese al fuego que marca su fracaso político. Por supuesto, una derrota a la que Trump no se quiere ver asociado en ningún modo.
Gaza, nueva Riviera del mediterráneo
Hasta el propio Netanyahu se quedó perplejo el martes al escuchar a Trump, en su encuentro en la Casa Blanca, detallar la propuesta para una Gaza de posguerra que había soltado de manera informal el sábado desde el avión presidencial. Con certeza debió pensar que Trump había rebasado todo lo imaginado en sus planes de exterminio del pueblo palestino. Según escribió The New York Times, «una de las ideas más descaradas que cualquier líder estadounidense haya propuesto en años».
«Estados Unidos se hará cargo de la Franja de Gaza y haremos un trabajo con ella», dijo Trump. «Seremos dueños de ella y seremos responsables» de eliminar las municiones sin explotar y convertirla en una meca del empleo y el turismo. Con su mejor tono de magnate inmobiliario, prometió convertirla en «la Riviera de Oriente Medio».
Aprovechando la provocativa declaración, Netanyahu llamó a Trump «el mejor amigo que Israel haya tenido jamás en la Casa Blanca».
Los países árabes rechazaron enérgicamente cualquier intento de limpieza étnica de los palestinos.
El Ministerio de Asuntos Exteriores saudí emitió rápidamente una declaración en la que reafirmaba su posición «firme e inquebrantable» sobre el establecimiento de un Estado palestino y rechazaba «cualquier infracción de los derechos legítimos del pueblo palestino, ya sea mediante políticas de asentamiento israelíes, anexión de tierras o intentos de desplazar al pueblo palestino de su tierra».
¿Por qué Trump hizo esta propuesta? se preguntó el calificado analista Ramzy Baroud, director de Palestine Chronicle. En primer lugar, escribió, porque Trump está ansioso por mantener el alto el fuego en Gaza. Para lograrlo, necesitaba ofrecerle a Netanyahu un regalo político que pudiera apaciguar a los israelíes de todo el espectro político y evitar lo que muchos creen que es el colapso inminente de su Gobierno, o incluso una guerra civil.
En segundo lugar, la derrota militar israelí en Gaza ha dejado a Tel Aviv y a Washington sin ninguna influencia real para reconfigurar el resultado de la guerra o la política de la región. Al desviar la conversación hacia su descabellada propuesta, Trump cree que puede recuperar la iniciativa para Estados Unidos e Israel.
En tercer lugar, Trump entiende que Arabia Saudita se muestra reticente a normalizar sus vínculos con Israel. En el último año y medio, los saudíes han llegado a considerar a Israel un socio potencial poco fiable, y el apoyo de Estados Unidos a Israel ha llevado a la región al borde de una guerra total.
La derrota de Israel en Gaza también ha destrozado su imagen de potencia hegemónica regional, fortaleciendo la posición del bando de la Resistencia y de Irán. La idea de Israel como protector contra Irán ha desaparecido prácticamente, lo que hace que la normalización sea menos urgente, si es que es necesaria, continuaba Baroud.
La propuesta de Trump es un intento desesperado de dar poder a Israel y advertir a la región que, con el apoyo de Estados Unidos, todavía puede causar devastación en cualquier momento.
En cuarto lugar, al intensificar su retórica sobre Gaza, Trump está dando a Israel más tiempo y espacio para llevar a cabo una limpieza étnica progresiva en Cisjordania.
Incluso dentro del propio Estado sionista, sacudido por 15 meses de reproches y críticas al Gobierno de Netanyahu, así como masivas protestas a favor del fin de la guerra, se levantaron de inmediato influyentes voces contra la perversa iniciativa del mandatario estadounidense.
«El plan de Trump es increíblemente cruel con la causa nacional palestina», afirmó la columnista del diario Haaretz, Dahlia Scheindlin, el 6 de febrero (…) «La crueldad se manifiesta en el hecho de que para generar esta propuesta que cambia las reglas del juego, nadie en absoluto se molestó en preguntarle a los palestinos».