El asesinato fue el corolario de manifestaciones contra Moise que tienen lugar de manera intermitente desde 2018. Autor: New York Post Publicado: 07/07/2021 | 07:07 pm
PUERTO PRÍNCIPE, julio 7.— La incertidumbre seguía reinando en Haití este miércoles luego del magnicidio, a la una de la madrugada, del presidente Jovenel Moïse, quien fue baleado en la mismísima casa presidencial sin que se conociera, 12 horas después, la identidad de los asesinos, ni el papel que habría jugado o no la guardia presidencial, de la que no se reportaban bajas.
Tampoco se sabía al mediodía de la jornada cómo se reinstauraría el orden institucional, lo cual no fue abordado por el primer ministro interino, Claude Joseph, en el escueto comunicado mediante el cual confirmó la noticia, decretó el estado de sitio y pidió calma a la población, además de asegurar que tanto la Policía como la Fuerza Armada tenían control de la seguridad del país.
El mensaje condenó lo que llamó un acto inhumano, de odio y barbarie, y dijo que el ataque fue protagonizado por un grupo de individuos no identificados.
Según Telesur, la línea de sucesión presidencial no estaba clara, pues quien debía sustituir a Moïse era el presidente de la Corte Suprema, René Sylvestre, pero este murió recientemente de COVID-19 y su funeral estaba planificado, precisamente, para este miércoles.
Parecía complejo llenar el vacío de poder, pues para que el Primer Ministro en funciones remplazara formalmente a Moïse debía ser aprobado por el Parlamento, y ese cuerpo no había sido renovado por la suspensión de los comicios.
Aunque en un segundo momento se reportó que la esposa del mandatario, Martine Moïse, había fallecido como resultado de las heridas, el Embajador haitiano en Estados Unidos aclaró después que fue llevada a ese país para ser atendida y que ella y sus hijos se hallaban bajo protección.
Desde Washington, precisamente, el hecho fue calificado en primera instancia por la vocera de la Casa Blanca como «un hecho horrible».
Pero observadores advirtieron sobre la necesidad de salvaguardar la
soberanía haitiana cuando Washington afirmó estar preparado para brindar (a Haití) la «ayuda» que necesiten, en atención a las intervenciones realizadas por EE. UU. en la nación caribeña. La primera de ellas, en 1915, dejó los marines allí hasta 1934.
El más reciente acto injerencista en la nación caribeña fue durante el primer mandato de Bill Clinton, en septiembre de 1994, cuando el mandatario demócrata envió las tropas para reponer al depuesto presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide, quien regresó al poder, en efecto, pero maniatado por los débitos a su colega de EE. UU.
Ahora, en su pronunciamiento de este miércoles, el presidente estadounidense Joe Biden dijo que «estamos conmocionados y entristecidos».
«Condenamos este acto atroz, prosiguió, y envío mis sinceros deseos para la recuperación de la Primera Dama Moïse. Estados Unidos ofrece sus condolencias al pueblo de Haití, y estamos listos para ayudar mientras continuamos trabajando por un Haití seguro».
El secretario general de la ONU, António Guterres, dijo que los autores del crimen debían comparecer ante la justicia.
Numerosos presidentes y exmandatarios condenaron de inmediato el
brutal acto sin que se conocieran, sin embargo, pronunciamientos desde la nación caribeña fuera del texto del Primer Ministro.
Entre esos mensajes de condena, el del Presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quien en un tuit dijo: «Lamentamos profundamente el fallecimiento del Presidente de la República de Haití, Jovenel Moïse. Condenamos enérgicamente el hecho violento que causó su muerte. Enviamos nuestras condolencias a familiares y al hermano pueblo haitiano. Hacemos un llamado a la paz».
El Secretario General de la ONU, António Guterres; el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, y los mandatarios Nicolás Maduro, de Venezuela, y Alberto Fernández, de Argentina también condenaron el magnicidio. Igual postura expresaron
Canadá, Noruega, Jamaica, España, Mexico, Colombia y muchos más.
El silencio en Haití, empero, no debe asombrar conociéndose la crisis política y social de un país a la zaga en materia de infraestructura y de comunicación, merced a su antológica crisis económica y su abandono, y donde se intuye que el tejido social no esté demasiado organizado.
No obstante, periodistas dominicanos que practican la solidaridad con Haití dijeron a Telesur que intentaron contactar con movimientos populares, pero resultó infructuoso.
El asesinato fue el corolario de manifestaciones contra Moïse que tienen lugar de manera intermitente desde 2018, y que se incrementaron desde febrero debido a la suspensión reiterada de las elecciones que debieron tener lugar ese mes, razón por la cual Moïse se disponía a convocar el proceso electoral en septiembre, momento en que planeaba también un referendo para consultar cambios en la Carta Magna de 1987, entre los que incluía la eliminación del cargo de primer ministro y del Senado.
En la tarde parecía mantenerse la calma. El aeropuerto internacional en la capital fue cerrado. El presidente de la vecina República Dominicana, Luis
Abinader, cerró de inmediato las fronteras con Haití y reunió al Consejo de Seguridad y Defensa Nacional.
La OEA se reuniría este miércoles y también la Comunidad del Caribe (Caricom), en torno al tema.
Haití sobrevive en la misma crisis económica y social —también política— en que la dejó la dictadura duvalierista de Papá Doc y Baby Doc, culminada con la huida del segundo en 1986, después de una sublevación popular; la misma que cuatro años después protagonizó el movimiento Lavalás (la avalancha) que llevó al poder al cura saleciano Jean Bertrand Aristide, en 1990.
Pero las circunstancias no cambiaron para un país que, además, vive hoy las secuelas del terrible terremoto que en 2010 asoló al país y dejó cientos de miles de muertos.
Sucesivas conferencias promovidas por la ONU no consiguieron los compromisos necesarios de los países ricos para socorrer a la nación, y en todo caso, las insuficientes promesas de fondos no se cumplieron.
Según el Banco Mundial, Haití sigue siendo el país más pobre de América Latina y del Caribe y uno de los más pobres en el mundo, con 60 por ciento de su población por debajo del umbral de pobreza.