Biden ya se estrenó con este ataque en la frontera sirio iraquí. Autor: AFP Publicado: 04/03/2021 | 11:10 pm
En un abierto desafío a la «advertencia armada» estrenada por Joe Biden en la frontera sirio-iraquí, Estados Unidos recibió una semana después otro duro golpe a su presencia militar en la región.
Una andanada de por lo menos diez cohetes Katiusha impactó el miércoles 3 de marzo la base de Ain al-Asad, en la provincia de Anbar, 160 kilómetros al norte de Bagdad, en una riposta mucho más temprana, e impactante, de lo que podrían imaginar en Washington.
El jueves 25 de febrero, Biden debutó con su propia política de acciones militares por «orden presidencial» a solo 35 días de ingresar a la Casa Blanca.
En la madrugada de ese día, dos aviones F-15E de la Fuerza Aérea lanzaron siete misiles, destruyeron nueve instalaciones y dañaron otras dos cerca de Boukamal, en el lado sirio de la frontera con Irak, a lo largo del río Éufrates, según precisó John Kirby, principal vocero del Pentágono.
La filmación oficial del ataque se recreó en mostrar las explosiones y nubes de polvo levantadas por las poderosas bombas, así como los edificios reducidos a escombros.
Kirby alegó que «esa ubicación es conocida por facilitar la actividad de los grupos milicianos alineados con Irán», y describió el sitio como un «complejo» que anteriormente había sido utilizado por el grupo Estado Islámico cuando dominaba el área.
En un enfoque que responde a una matriz informativa repetida hasta el cansancio, el Gobierno estadounidense presenta a sirios e iraquíes como si fueran mercenarios extranjeros en su propio país, al llamarlos todo el tiempo «milicias apoyadas por Irán».
Por otro lado, Washington auto-legitima su ocupación militar de territorio sirio, en contra de la voluntad del gobierno de esa nación y de los pobladores a quienes se descalifica como agentes de una potencia rival.
Ese enfoque pretende ignorar el extendido repudio popular en Irak a sus abusos después de 30 años de su primera invasión al país mesopotámico y la diversidad de opositores a su permanencia bajo el pretexto de combatir el terrorismo.
Combatientes sirios o iraquíes que comparten historia, creencias religiosas o convicciones políticas reclaman su derecho a exigir por todos los medios a su alcance, la salida de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN.
Eso no los convierten en mercenarios a las órdenes de Teherán, mucho menos cuando la República Islámica libra una batalla diplomática –basada en el derecho internacional- para que Washington levante las sanciones impuestas por el gobierno de Donald Trump y retome sus compromisos con el acuerdo nuclear alcanzado en 2015, que el mandatario republicano abandonó en 2018.
Biden justificó el giro político de su flamante administración demócrata, que había prometido el retorno de la diplomacia en lugar de «las guerras eternas», con un inusitado recurso a la política del gran garrote.
Al ser interrogado por la prensa sobre el alcance de su accionar militar en Oriente Medio, Joe Biden dijo que Irán debería ver su decisión de autorizar los ataques aéreos estadounidenses en Siria como una advertencia de que Teherán puede esperar consecuencias por su supuesto apoyo a los grupos de milicias que amenazan los intereses o el personal de Estados Unidos.
El Pentágono dijo que el ataque aéreo del 25 de febrero apuntó a Kataib Hezbollah y Kataib Sayyid al-Shuhada, dos milicias chiítas que forman parte de las Fuerzas de Movilización Popular Iraquí.
El agrupamiento, patrocinado por el Estado y vinculado a las Fuerzas Armadas regulares, se formó en 2014 para luchar contra los terroristas deI llamado Estado Islámico (ISIS, por su sigla en inglés) al que asestaron golpes decisivos.
El portavoz del Pentágono, John Kirby, dijo que el ataque fue «un mensaje sin titubeos: el presidente Biden actuará siempre para proteger a las tropas norteamericanas».
En un comunicado distribuido a la prensa añadió también que Estados Unidos había «actuado proporcionalmente para evitar una escalada en la situación en el este de Siria e Iraq».
En realidad, se trató de una acción de venganza, por un ataque con tres cohetes a una base militar, cerca del aeropuerto de la ciudad de Erbil, en el Kurdistán iraquí, ocurrido el 15 de febrero, en el que murió un contratista norteamericano y otros cinco civiles de esa nacionalidad resultaron heridos, al igual que un soldado.
Según reveló la agencia noticiosa Rudaw, con sede en el Kurdistán iraquí, uno de los presuntos atacantes fue apresada por efectivos de la Unidad Antiterrorista, a la cual confesó que las armas eran de «fabricación iraní», información que fue compartida con la jefatura de la Coalición Internacional formada y liderada por Estados Unidos.
Esa Fuerza Multinacional creada por Washington sin aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU, solo para servir sus intereses geopolíticos en la región, permanece en Irak a pesar de que hace ya dos años declaró la eliminación del califato del llamado Estado Islámico (ISIS).
Los ataques contra objetivos estadounidenses se incrementaron en el último mes. El 22 de febreros, varios cohetes fueron disparados contra la Zona Verde de Bagdad, hogar de misiones extranjeras, incluida la embajada de Estados Unidos. Un día antes, cohetes alcanzaron la base aérea de Balad en la provincia de Salahaddin.
Diez cohetes impactaron la base de Ain al-Asad en la provincia de Anbar, en el oeste de Irak el pasado miércoles, en el último round de una pelea que comienza a complicarle la vida a Biden, quien contra toda su prédica electoral, comienza a enredarse en la desgastante guerra sucia iraquí, de la que solo se sale limpio ajustándose al derecho internacional.
Medios de prensa recordaron que Ain Al Asad fue una de las dos bases estadounidenses atacadas con misiles balísticos iraníes el 8 de enero de 2020 en respuesta al asesinato del general de división Qasem Soleimani por un ataque con aviones no tripulados de los Estados Unidos.
El apunte, subrayado por infinidad de analistas no es casual. Es la herencia maldita de Trump que persigue a Biden.
Aquella promesa electoral y el anuncio de que deseaba retomar el acuerdo nuclear con Irán, roto por Donald Trump, en mayo de 2018, sembró esperanzas que a juicio de analistas de la región comienzan a desvanecerse con inusitada rapidez, ante la multiplicidad de declaraciones prepotentes hacia Irán, ataques israelíes a territorio sirio y agravamiento de la guerra en Yemen.