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Caraqueña gloria de Hatuey

Al Himno Nacional de la República Bolivariana de Venezuela, compuesto en 1810 y elevado al sitial de canto mayor del país el 25 de mayo de 1881 se le conoce como «La Marsellesa venezolana»

Autor:

Enrique Milanés León

CARACAS— Aunque galopen en su sangre las letras sagradas de La Bayamesa —o precisamente por ello—, uno no puede dejar de emocionarse desde que, en la marcialidad de otro pueblo, escucha este arranque: «Gloria al bravo pueblo/ que el yugo lanzó/ la Ley respetando/ la virtud y honor/ ¡Abajo cadenas!/ gritaba el señor/ y el pobre en su choza/ Libertad pidió…».

Es el Himno Nacional de la República Bolivariana de Venezuela, compuesto en 1810 y elevado al sitial de canto mayor del país el 25 de mayo de 1881. Ya en 1840 la obra se conocía como «La Marsellesa venezolana». Sobra explicar el porqué.

No hay gesta sin leyenda. Como el pasaje de nuestro Perucho —que aún muchos creen que elaboró sobre un caballo la sinfonía profunda de la nación—, se dice que Vicente Salias, el autor de esta canción de gesta, improvisó las primeras estrofas cuando en la Sociedad Patriótica en Caracas sus miembros se propusieron un tema para sumar a quienes no se decidían a luchar.

Ciertamente, «Gloria al bravo pueblo» tiene el poder de un clarín: cualquiera se suma ante su convocatoria. «Gritemos/  con brío/ ¡Muera la opresión!/ Compatriotas fieles,/ la fuerza es la unión…», canta Venezuela y los cubanos que trabajan por la tierra de Chávez sienten que, entre otras miles de cosas, la Isla y su hermana también tienen venerables himnos que compartir.

También el odio encierra afinidades. Como a su pariente más joven, el capitalismo, al colonialismo —que en su momento haría un verídico drama de sangre en el habanero teatro Villanueva— nunca le gustaron ciertas licencias artísticas y en especial ciertas músicas. A pocos meses de creada la pieza, el intendente del Ejército y Real Hacienda en Venezuela comentó en un reporte a su Supremo Ministerio que «lo más escandaloso fue que en las canciones alegóricas que compusieron e imprimieron de su independencia, convidaban a toda la América Española para hacer causa común, y que tomasen a los caraqueños por modelo para dirigir revoluciones».

¿Qué otra lectura podía hacer Madrid de esta estrofa, final y definitoria?: «Unida con lazos/ que el cielo formó,/ la América toda/ existe en Nación,/ y si el despotismo/ levanta la voz/ seguid el ejemplo/ que Caracas dio». ¿Qué otra interpretación, si no la del chavismo subversivo, hace ahora mismo el imperio cara pálida que acosa a Caracas?

Por eso, en su época, las autoridades coloniales no querían a Salias como hoy los centros de poder no quieren a Maduro ni a ningún venezolano que crea al pie de la letra lo que canta en su himno.

El periodista, escritor y médico caraqueño que colaboró con el general Francisco de Miranda durante la Primera República, que sufrió prisión y respaldó de cerca la obra libertaria de Bolívar, fue finalmente encarcelado, juzgado y fusilado en Puerto Cabello el 17 de septiembre de 1814, pero los vasos comunicantes de la redención americana tienen más que sugerir sobre tales hechos.

Martí nos lo había anticipado en Patria y libertad: «Hatuey murió, tremendas las semillas». De alguna manera, el cultísimo Vicente Salias era otro hombre de la «tribu» del primer rebelde de América. Porque si bien el cacique quisqueyano que guio la primera insurrección contra los españoles en el oriente cubano entró a la Historia mucho antes que el venezolano, el gesto final de este frente al pelotón que lo ejecutó denota el parentesco originario de los patriotas de la región.

«Dios omnipotente, si allá el cielo admite a los españoles, entonces renuncio al cielo», dijo Salias. Siglos después, el cubano que se entera no puede dejar de pensar que este patriota entró a la bravía gloria popular que había puesto en el pentagrama… con la tajante firmeza de Hatuey.

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