Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La selectiva memoria humana

Cuando se cumplen 70 años del lanzamiento de las primeras bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki, los hibakushas viven el miedo del olvido ajeno

Autor:

Nyliam Vázquez García

Hace 70 años Sunao Tsuboi tuvo miedo a morir. De algún modo, los poquísimos seres humanos que sobrevivieron a la bomba atómica lanzada por Estados Unidos el 6 de agosto de 1945 sobre la ciudad japonesa de Hiroshima no contaban con superar las heridas del cuerpo y el alma. En un abrir y cerrar de ojos Little Boy (la bomba), lanzada desde el Enola Gay, arrasó con la ciudad y segó la vida de más de 140 000 de sus 350 000 habitantes. Después de esa experiencia parecería que Sunao ya no le teme a nada, pero no, a sus 90 años le tiene terror al olvido.

Las graves quemaduras sufridas entonces en la cara y en el brazo le recuerdan ese día terrible: «Fue como un destello de luz enorme. Me tapé los ojos y salí disparado. Cuando me incorporé me di cuenta de que estaba cubierto de sangre… Quería saltar al río, el cuerpo me ardía, pero no había sitio. Estaba repleto de gente. No se cabía».

Hiroshima reducida a escombos, el 6 de agosto de 1945, por la bomba nuclear estadounidense.

Que el tiempo borre la percepción real de peligro, que la paz después de esa dramática experiencia siga siendo vapuleada es una preocupación constante.

«Si dejamos de hablar de ello los más jóvenes pensarán que es una historia pasada y perderá importancia».

Sunao Tsuboi, hoy presidente de la Asociación de supervivientes de la Bomba Atómica de Hiroshima, repite su historia; es su manera de salvar y salvarse. A pesar de todo, la paz está lejos de ser la palabra clave y para los hibakushas se trata de una realidad que lacera a diario sus cicatrices.

Radiaciones, quemaduras y un perenne ejercicio de dolor. Foto: ad-efecto.com

¿Y cuando no esté, cuando las memorias vivas de la tragedia ya no puedan contar la historia en primera persona? Según EFE, la edad media de los hibakushas es de 80 años y su número disminuye. Hace una década, 266 598 personas contaban con el certificado que otorgan las autoridades niponas para reconocer a los sobrevivientes de la bomba. En marzo de 2015, la cifra había descendido a 183 519.

Cuando la humanidad pareciera olvidar, las huellas del desastre permanecen. Todavía mueren niños japoneses a causa de las poderosas radiaciones. Hay un dolor que no pasa y aunque estos hechos solo sean motivo de titulares cuando se cumple un aniversario, ahí está la historia de un país, la prueba más fehaciente de uno de nuestros fallos como raza. Hay más, porque ellos son más que números y su sufrimiento no debería ser ajeno.

«Tras el dolor y la rabia acumulada durante años llegué a la conclusión de que ser superviviente tenía que tener un significado. Y ahora lo tengo claro, se trata de contar al mundo de primera mano lo que pasó y convencer de que es esencial acabar con las armas nucleares», explicó a EFE, Ogura, esposa de otro superviviente.

En estos 70 años la carrera armamentista nuclear no ha dejado de desarrollarse, la guerra es una realidad en no pocas regiones del mundo y pende como espada de Damocles sobre la cabeza del planeta. Incapaces de aprender, la paz sigue siendo una quimera.

Mientras varias iniciativas que intentan mantener vivo el testimonio de los supervivientes, como los voluntarios convertidos en herederos de los hibakushas que cuentan sus historias, el actual Gobierno japonés impulsa una reforma constitucional que modificaría el artículo 9 de la Carta Magna. El pilar del pacifismo nipón, después del fin de la II Guerra Mundial, está a debate justo en este aniversario. El proyecto, que permite que las Fuerzas de Autodefensa (Ejército) puedan participar en operaciones en el extranjero, se discute aún; pero analistas esperan que triunfe, sin importar el veto ciudadano, porque el partido tiene mayoría.

Las autodefensas japonesas podrían asumir misiones en el extranjero. Foto: EFE

Si la nación que fue víctima de la locura vive a la altura del aniversario 70 este descalabro en la senda de la paz, solo se confirma el caos; ese caos temible que tortura a los hibakushas, como si el 6 de agosto de 1945 (Hiroshima) y el 9 de agosto de 1945 (Nagasaki) no hubiesen sido suficientes para los japoneses, para el mundo.

Dicen los reportes de prensa que ya todo está listo. Como cada año el Parque Conmemorativo de la Paz de Hiroshima, construido en 1954 cerca del punto donde estalló la bomba, está dispuesto para la ceremonia.  A las 8:15 a.m. inicia el acto en el que participa el primer ministro japonés, Shinzo Abe, no pocos invitados extranjeros y la gente que ha levantado la ciudad sobre sus ruinas. Volverán a sonar las campanas, otra vez se escuchará la Declaración de paz y el cielo que hace 70 años fue opacado inesperadamente con esa nube en forma de hongo, una vez más será atravesado por miles de palomas. Pese a todo, a sus 90 años, dueño de esas cicatrices que no sanan en lo que crecen varias generaciones, Sunao Tsuboi tiene miedo, no a morir, sino a la selectiva memoria humana. Tiene miedo de que se olviden los hondos significados de ese día… cuando era un joven de 20 años y una bomba atómica le cambió la vida.

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