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¿Por qué EE.UU. silencia el golpe en Egipto?

Hasta hoy Obama ha acudido a cautelosos malabares para no retirar su apoyo a los generales egipcios. Busca mantener la alianza con Egipto, e intereses vitales en la región, algo que los expertos en seguridad nacional de su país no le pueden reprochar, pero ¿qué dirá si el ejército hace gala nuevamente de sus desmanes?

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

Estados Unidos sigue empecinado en no admitir que la deposición del presidente egipcio, Mohamed Mursi, el pasado 3 de julio, no tiene otro nombre que golpe de Estado. «Nuestra posición no ha cambiado», dijo Jennifer Psaki, vocera del Departamento de Estado, para calmar los ánimos de Abdel Fatah al-Sisi, el jefe del Ejército, y de otros en Tel Aviv, luego de que los senadores republicanos John McCain y Lindsey Graham, enviados por el presidente estadounidense, Barack Obama, a la nación norteafricana para mediar en la crisis, asumieran ante los micrófonos que el derrocamiento del presidente islamista resultó de una asonada.

Los senadores McCain y Graham tienen derecho a su opinión, el Gobierno de Estados Unidos ha declarado cuál es nuestra posición, reiteró Psaki, para salvar el pellejo de la Casa Blanca de las reacciones que provocaron las declaraciones de los enviados republicanos.

Ni McCain y Graham, ni el subsecretario de Estado norteamericano, William Burns, ni el enviado especial de la Unión Europea, Bernandino León, y funcionarios de los Emiratos Árabes Unidos, Catar y la Unión Africana pudieron destrabar el caos y la confrontación en Egipto, agudizados con el golpe de Estado.

Luego de un encuentro con Al Sisi y el presidente de facto, Adli Mansour, McCain reconoció que la situación «es realmente complicada, peor de lo que habíamos imaginado», y pidió la liberación de todos los presos políticos en referencia a los integrantes de la Hermandad Musulmana que fueron cazados y encerrados después del golpe.

Como para presionar e inquietar a sus interlocutores, dejó entrever que algunos senadores estadounidenses están perdiendo la paciencia en el Congreso. Mensaje claro: esos políticos pueden pedirle a la Casa Blanca que deje de enviar a Egipto los 1 550 millones de dólares de ayuda anual, de los cuales 1 300 son destinadas al Ejército, los otros 250 millones, en ayuda económica, administrados por la Usaid. Este es un monto que recibe El Cairo desde que en 1979 firmó el acuerdo de paz con Israel.

«Hay algunos en el Congreso que quieren romper esta relación», dijo Graham.

Si Obama calificara lo ocurrido el 3 de julio en la nación norteafricana como golpe de Estado, se vería obligado a cortar esa gran tubería que históricamente ha servido para apuntalar en el poder a quienes Washington ha considerado aliados, independientemente de las barbaridades que puedan cometer. Al respecto, la ley estadounidense establece que ninguno de los fondos que concede EE.UU. pueden servir para financiar directamente una ayuda al Gobierno de un país en el que su Jefe, debidamente electo —el caso de Mursi—, es depuesto por un golpe de Estado militar.

La tensión parece dispararse aun más después de que el Ramadán culminó. Mansour, impasible y beligerante, dijo este jueves, al saludar la festividad musulmana de Eid El Fiar, que derrotará a quienes desafían la voluntad popular, en referencia a los seguidores de Mursi, quienes conscientes de que echarse atrás es perder el poder y la visibilidad que lograron, permanecen desde hace 42 días acampados en las plazas de Rabaa al-Adaweya y Al Nahda, y advierten que continuarán sus manifestaciones hasta que se restituya a Mursi.

Y los golpistas dieron su ultimátum: los plantones islamistas serán dispersados. Para ello se acudirá no solo a la policía, sino también al Ejército, a juzgar por los encuentros del primer ministro de facto, Hazem al Beblawi, con los titulares de Defensa y del Interior para evaluar los pasos que el ejecutivo piensa seguir.

Si hasta hoy Obama ha acudido a sus cautelosos malabares para no verse en la obligación de retirar su apoyo a los generales egipcios, ahora deberá calcular mejor sus pasos. A toda costa busca mantener la alianza con Egipto, e intereses vitales en la región, algo que los especialistas en seguridad nacional de su país no le pueden reprochar, pero ¿qué dirá si el ejército hace gala nuevamente de sus desmanes?

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