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El imperio del Pacífico Sur y la cruzada de Occidente contra Damasco

Australia, obsesionada con un mayor reconocimiento como potencia de Occidente, participa activamente en la estrategia liderada por Washington que procura el consenso de la opinión pública mundial para emprender acciones drásticas contra Gobiernos «incómodos». Siria es ahora el blanco

Autor:

Herminio Camacho Eiranova

No hay que ser muy perspicaz para saber cuál será la posición del actual Gobierno australiano en un tema de política internacional, o cómo procederá en relación con algún país en determinada coyuntura. La mayoría de las veces basta conocer qué hará Estados Unidos ante esa situación.

Sin embargo, no es esta la actuación que cabría esperar de las Administraciones australianas que asumieron el poder tras los más de 11 años de gobierno de la coalición de los partidos Liberal y Nacional, liderada por el ultraconservador John Howard, signados por la casi absoluta dependencia de la política exterior australiana de la estadounidense.

Tal incondicionalidad trajo como consecuencia que el creciente repudio a la “guerra contra el terrorismo” del Gobierno de Bush hijo, y a los métodos unilaterales, prepotentes y agresivos empleados por este para llevarla adelante, derivaran en un sentimiento de rechazo a Australia, particularmente en su entorno más inmediato y en el Sudeste Asiático, que en nada favoreció su aspiración de alcanzar un mayor protagonismo regional.(1)

De hecho, la Administración laborista que se estrenó en diciembre de 2007, encabezada por el hoy Ministro de Asuntos Exteriores, Kevin Rudd, procuró desmarcarse de esa imagen de subordinación a Estados Unidos que caracterizó la proyección internacional de su antecesora.

Decisiones adoptadas por esta, como la retirada de las tropas australianas de Iraq, concluida el 28 de julio de 2009, y declaraciones de Rudd como líder del Partido Laborista, antes de asumir el poder, acerca de que para Australia una alianza, incluso la que mantenía con Washington, no había significado ni significaría automáticamente sumisión, hacían presumir el advenimiento de una etapa de mayor “independencia” del imperio del Pacífico Sur respecto a su principal aliado, en lo que a decisiones en materia de relaciones internacionales se refiere.(2)

Pero, obviamente la importancia que concede Australia a su alianza con Estados Unidos como garantía de sus aspiraciones de mayor protagonismo en Asia-Pacífico, en un contexto de emergencia de China como potencia regional, refuerza la tendencia a un mayor alineamiento de su política exterior con la estadounidense.

Y no es que pensemos que ello represente per se una actitud servil de Canberra. Creo sinceramente que en la actualidad su política exterior está guiada más por el pragmatismo que por verdaderos sentimientos de lealtad, en tanto persigue desarrollar sus intereses y garantizar sus objetivos estratégicos, aunque para hacerlo deba actuar eventualmente en forma algo diferente a la deseada por Washington, como sucede en relación con China.(3)

Si prioriza su relación con Estados Unidos es fundamentalmente, aunque claro está, no únicamente, porque considera que es esta la mejor forma de potenciar indirectamente sus intereses y favorecer la consecución de sus objetivos.

Así se explica que la mayoría de las veces, Australia se identifique con las posiciones en política exterior de su aliado más importante y apoye activamente las campañas organizadas por este contra determinados Estados, e incluso haya integrado las coaliciones lideradas por Washington para invadir algunos de ellos, aunque sea evidente que tal actuación no le reporta beneficios tangibles, ni están implicados, al menos de forma directa, sus intereses, al punto de que uno llega a cuestionarse qué hace el Estado del Pacífico Sur involucrado en tales escenarios.

De esta forma ha sucedido, por ejemplo, en los casos de Iraq, Afganistán, Corea del Norte, Irán y Libia, lo que ha sido analizado con amplitud en artículos anteriores,(4) y ahora en el de Siria.

No obstante, el Gobierno australiano ha procurado que sus verdaderas motivaciones no resulten demasiado evidentes, y recurre, por lo general, a los mismos “argumentos” empleados por Estados Unidos y el resto de las potencias occidentales para ocultar las suyas, que sirven perfectamente a esos propósitos.

A fin de justificar su participación en la reciente conjura de Occidente contra Damasco, vuelve a esgrimir como ya hizo en el caso de Libia, lo perentorio que resulta proteger a la población civil de un país, de los actos de injustificable crueldad de su propio Gobierno.

Para demostrar tal necesidad, los más importantes medios de comunicación australianos, entre ellos los diarios The Australian, The Herald Sun y The Sidney Morning Herald; el grupo audiovisual público Australian Broadcasting Corporation (ABC), y la agencia nacional de noticias Australian Associated Press (AAP) se han puesto en sintonía con los de Washington y el resto de sus aliados y socios, para difundir las mismas versiones de los acontecimientos, que pretenden proyectar una imagen satánica e inclemente del Gobierno de Bashar al Assad, a la vez que descalifican las afirmaciones de este en cuanto a que los disturbios están siendo alentados desde el exterior, así como sus declaraciones sobre lo que realmente sucede.

Veamos algunos botones de muestra:

The Australian publicó el 8 de abril de 2011 un artículo del periodista británico Tom Gross, comentarista internacional especializado en el Oriente Medio, en el cual afirma que actualmente Siria es la más despiadada y brutal dictadura del mundo árabe, y se hace eco de noticias que atribuye a Al Jazeera y otros medios que no precisa, según las cuales cientos de manifestantes contra el Gobierno sirio habrían sido baleados a sangre fría durante el mes de marzo, incluyendo algunos que buscaron refugio en mezquitas.

Cita asimismo un reporte del 2009 del Departamento de Estado estadounidense sobre la situación en Siria, en el que se habla de la existencia de más de 17 000 personas desaparecidas y del uso de los más inhumanos métodos de tortura en sus prisiones.

Greg Sheridan, redactor internacional de The Australian, señaló en un artículo publicado en el diario el 14 de mayo, que observadores independientes de los derechos humanos creían que desde el 18 de marzo del 2011 más de 800 civiles sirios habían sido asesinados por el ejército de ese país.

El 27 de mayo, The Australian divulgó un artículo del analista político estadounidense Daniel Pipes, en el cual se le imputa a Bashar al Assad el envío de terroristas a Iraq, el asesinato del ex primer ministro del Líbano Rafiq al Hariri, el derrocamiento de Saad, el hijo de este, y el desarrollo de armas químicas y nucleares. Además, señala como características de su Gobierno la corrupción, la opresión, la tortura y la masacre y finalmente coincide con el analista Lee Smith cuando afirma que no puede haber algo peor que el régimen de Assad.

El 5 de junio, ABC News reprodujo un despacho de Reuters en el que se afirmaba que las fuerzas de seguridad sirias habían matado ese día al menos 70 manifestantes, con lo cual, según datos atribuidos a grupos de derechos humanos que no se mencionan, la cifra de los civiles asesinados en el país árabe desde el comienzo de los levantamientos contra el Gobierno de Bashar al Assad, sobrepasaba el millar.

El 7 de junio, The Sidney Morning Herald, en una opinión editorial, para ilustrar lo que llamó la “brutalidad de la camarilla gobernante en Siria”, aseveró que según activistas que monitoreaban las violaciones de los derechos humanos en ese Estado, las fuerzas de seguridad del mismo habían asesinado a más de 1100 personas y encarcelado a más de 10 000.

The Herald Sun incluyó el 14 de junio declaraciones, que alegó habían sido hechas al periódico británico The Times por uno de los numerosos soldados sirios que desertaron tras ordenárseles balear a civiles indefensos. De acuerdo con el medio, el soldado reveló que francotiradores de su Gobierno disparaban contra las tropas para forzarlas a abrir fuego sobre pacíficos manifestantes.

El propio día, el diario australiano difundió un despacho de la AAP, que apuntaba que el ejército sirio llevaba a cabo una campaña de “tierra arrasada” en las montañas del norte del país, quemando cosechas y sacrificando el ganado en los pueblos próximos a la frontera con Turquía.

En las páginas de The Australian, el 14 de junio apareció un despacho de AFP que fijaba en 1200 la cifra de personas que habían muerto desde mediados de marzo como consecuencia, adujo, de la violencia desatada por el Gobierno de Bashar al Assad contra los manifestantes.

Por su parte, el ministro de Asuntos Exteriores australiano, Kevin Rudd, ha demostrado nuevamente que es un hábil diplomático con una increíble capacidad de trabajo, y se ha echado prácticamente sobre sus espaldas, como en el caso de Libia, la responsabilidad de garantizar que su país se encuentre en la primera línea de la cruzada de Occidente contra Damasco, y no ha dejado pasar oportunidad alguna para demonizar al Gobierno de ese Estado árabe.

No faltan los que especulan que su intensa actividad diplomática durante los recientes acontecimientos en el Oriente Medio y el norte de África responde a una velada intención de relegar a un segundo plano a la primera ministra Julia Gillard.

Pero, más allá de cualquier consideración al respecto, lo cierto es que la actual jefa del Gobierno australiano no parece muy preocupada por el protagonismo de Rudd en estos temas, y particularmente en cuanto se refiere a Siria no ha mostrado mucha disposición a disputárselo, desde que el 27 de abril de 2011, en Beijing, durante su visita a China, condenara la violencia en el país árabe y manifestara la disposición de Canberra a adoptar cualquier acción en línea con las decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU, para enviar, dijo, un mensaje acerca del carácter inaceptable de la misma.(5)

Mientras, el Canciller australiano ya el 24 de marzo de este año, en la declaración presentada al Parlamento sobre el desarrollo de los acontecimientos en el Oriente Medio, se hizo eco de reportes que aseguraban que al menos 10 personas, y posiblemente muchas más, habían sido asesinadas en días recientes por las fuerzas de seguridad sirias, en Daraa, ciudad ubicada en el sudoeste del país, cerca de la frontera con Jordania.(6)

El 25 de marzo, en entrevista concedida a Alexandra Kirk, del PM Program, de ABC, alertó que Siria, gobernada durante décadas por un régimen autoritario, y bajo ley marcial desde 1963, constituía una seria preocupación para su Gobierno, que estaba muy escéptico sobre las explicaciones oficiales en relación con la muerte en Daraa de pacíficos manifestantes que pedían un cambio democrático.(*)

El 26 de marzo, en Christchurch, Nueva Zelanda, en conferencia de prensa conjunta con Murray McCully, ministro de Asuntos Exteriores de ese Estado, habló nuevamente de actos de violencia del Gobierno de Bashar al Assad contra los manifestantes en Daraa, y añadió que hechos similares ocurrían en otros lugares del país, sugiriendo que se estaba produciendo una generalización del uso de la fuerza contra el pueblo por parte de las autoridades sirias.

El 28 de abril, en entrevista concedida a BBC Radio Four, de Londres, señaló que había visto reportes de violencia masiva de las autoridades de Siria contra sus ciudadanos, y mencionó específicamente la denuncia de una organización de derechos humanos sobre un soldado de las fuerzas armadas de ese Estado que había sido fusilado por negarse a abrir fuego contra su propio pueblo.

En sus declaraciones a la prensa a raíz de la visita a Australia del Ministro de Exteriores de Alemania, Guido Westerwelle, el 31 de mayo de 2011, Rudd refirió haber visto imágenes de las torturas a que había sido sometido un niño sirio, lo que ejemplificaba la brutalidad que estaba siendo desplegada por las autoridades del país árabe.

Y en su entrevista con Maruis Benson, de ABC Newsradio, el 10 de junio de 2011 aludió, una vez más, a los actos represivos y de violencia emprendidos por las fuerzas de seguridad sirias contra civiles inocentes.

Se va preparando de este modo a la opinión pública mundial para que acepte sin reservas e incluso respalde el aumento gradual de la presión contra las autoridades de Siria, que sigue como ya va siendo usual un guión preestablecido: condena individual de los Estados “preocupados” por el desarrollo de los acontecimientos en ese territorio, aplicación de sanciones por parte de los mismos, maniobra de algunos de ellos, en su carácter de miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, para lograr la condena de este órgano al Gobierno sirio y la remisión del caso a la Corte Penal Internacional (CPI), como paso previo a una eventual agresión y posterior ocupación.

El antecedente más reciente ha sido el de Libia, donde la manipulación de la opinión pública mundial por parte de los grandes medios y los principales líderes de Occidente, en la cual Australia ha desempeñado un rol nada despreciable, ha resultado ser extraordinariamente eficaz.

Tan es así, que aun cuando ya resulta obvio para la mayoría que los bombardeos de la OTAN contra el país norteafricano provocan muchas más bajas entre la población civil que “protegen” que la violencia que según alegan pretenden evitar, y que lo que procura Occidente no es defender al pueblo libio de la “represión” de Gadafi, como se hizo creer inicialmente a la opinión pública mundial, sino lograr a cualquier costo su salida del poder, incluso eliminándolo físicamente, una parte importante de la población de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Italia, Alemania y España respalda este objetivo, de conformidad con un sondeo de la consultora Harris para el Financial Times.(7)

No se trata ni mucho menos de una estrategia nueva, sino apenas de una variante perfeccionada, usada a nivel global, de lo que Edward Louis Bernays, considerado por muchos uno de los padres de las relaciones públicas, denominó la “ingeniería del consenso”.

De acuerdo con el intelectual cubano Eliades Acosta Matos, el primer ensayo a gran escala de esta concepción fue la actividad del llamado Committee on Public Information, o Creel Comité, una agencia creada por el Gobierno estadounidense con el propósito de influir sobre la opinión pública y propiciar su apoyo a la política intervencionista del presidente Wilson, muy interesado en participar en la Primera Guerra Mundial en contra de la voluntad de las mayorías.

Jerbo A. Kolinowsky en un ensayo sobre Bernays, citado por Acosta Matos, señaló los elementos esenciales que conformaron el know how resultante de la labor del Creel Comité durante la Primera Guerra Mundial: necesidad de saturar el mercado de la información, uso de la agitación emocional para llegar a la elección racional y demonización del enemigo.(**)

Y ¿no han sido estos, acaso, los elementos que han caracterizado la campaña mediática para concitar el apoyo de la opinión pública mundial a la agresión contra Libia?

Aún entrampado en el país norteafricano, Occidente apela nuevamente a la “ingeniería del consenso”. En la nueva “puesta en escena” solo cambian el contexto y el “villano”, que ahora son Siria y su presidente Bashar al Assad. Los “héroes” son prácticamente los mismos de “aventuras” anteriores, con  Washington, como es lógico, en el papel de protagonista principal.

No es extraño entonces que cuando Estados Unidos hizo pública, el 22 de abril, una declaración condenando el uso de la fuerza por el Gobierno sirio contra sus ciudadanos; sus aliados y socios, Australia incluida, la replicaran casi de inmediato.

Así, el 23 de abril, el Gobierno australiano condenó, utilizando prácticamente los mismos términos contenidos en la declaración estadounidense, la pérdida de vidas de quienes calificó como pacíficos manifestantes, a manos de las fuerzas de seguridad en Siria.

De igual forma, anunció el 30 de abril la adopción de su paquete inicial de sanciones específicas contra las autoridades sirias,(8) apenas unas horas después de que el presidente estadounidense Barack Obama diera sus primeros pasos concretos en este sentido, al firmar, el 29 de abril de 2011, una orden ejecutiva imponiendo medidas comerciales y financieras contra la agencia de inteligencia siria y su jefe, así como contra dos familiares de Bashar al Assad: su hermano Maher al Assad y uno de sus primos.

Es cierto que Rudd ya había declarado a la prensa el 28 de abril, después de participar en la reunión del Grupo de Acción Ministerial de la Commonwealth, en Londres, que creía que había llegado el tiempo de que la comunidad internacional considerara la adopción de sanciones contra el Gobierno de Bashar al Assad.

Pero, obviamente, tales declaraciones deben haber sido consensuadas previamente con Washington, como el resto de los pasos dados por la Administración australiana en relación con Siria.

Al respecto, Greg Sheridan, ha utilizado una imagen sugerente. El redactor internacional de The Australian ha sostenido que desde la reciente visita a Washington del Canciller australiano, en los primeros días de mayo del 2011, en la que se abordó el tema de Siria, han estado “funcionando los teléfonos”.(9) Y sin lugar a dudas esto debe haber ocurrido desde antes.

En cualquier caso, Canberra no adoptó sanciones contra Damasco en la actual coyuntura hasta que no lo hizo su aliado más importante .

Ese régimen autónomo de sanciones se perfeccionó el 13 de mayo, fecha en la cual el Ministro de Asuntos Exteriores australiano anunció que se habían fortalecido las medidas financieras específicas adoptadas en el mes de abril contra figuras claves del Gobierno sirio y que se había impuesto una prohibición de exportar armas y equipos que pudieran emplearse por este para la represión interna.(10)

Más recientemente, el Gobierno australiano aprobó un nuevo paquete de sanciones contra las autoridades sirias.(11)

Ahora bien, sin menoscabar el desempeño de Estados Unidos como estrella principal de la temporada siria de una serie cuyo final no se avizora, para reforzar la idea de que estamos ante una acción multilateral, hay margen también para el lucimiento de otros protagonistas, e incluso para “actuaciones especiales”, como aquellas a las que ya nos va acostumbrando Australia.

Si en el caso de Libia, el Gobierno australiano bien pudo haber optado por el premio al mejor actor de reparto, por la habilidad y constancia demostradas en el rol de defensor de la implementación de la zona de exclusión aérea sobre el territorio del Estado magrebí,(12) ahora desborda pasión en su interpretación de país preocupado por la falta de acceso de la prensa internacional a información fidedigna sobre lo que ocurre en Siria.

Para “resolver” esta situación ha respaldado con vehemencia el nombramiento de un enviado especial de la ONU para el país árabe, que investigue y reporte el desarrollo de los acontecimientos allí.

Ya durante su entrevista con Tony Eastley, para AM, de ABC Radio, el 27 de abril de 2011, el Canciller australiano defendió la necesidad de hacerlo, y al día siguiente, en declaraciones a la prensa al término de su participación en la reunión del Grupo de Acción Ministerial de la Commonwealth, precisó que escribiría a Ban Ki-moon para solicitar que considerara tal decisión, teniendo en cuenta la necesidad de tener un reporte detallado en el terreno de lo que estaba pasando, que los medios no podrían ofrecer debido a las restricciones impuestas para ello por las autoridades sirias.

El propio 28 de abril, en entrevista con BBC Radio Four, en Londres, Rudd reiteró que el nombramiento de un enviado especial de la ONU para Siria era el próximo paso que debía darse, y con el mismo objetivo conversó el 12 de mayo con Ban Ki-moon.

Greg Sheridan, de The Australian, opina que la Administración australiana cree que de esa manera se pondría a las autoridades sirias bajo una mayor presión de responder constructivamente a las acciones de la comunidad internacional, así como que influiría en el debate sobre el país árabe que se desarrolla en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.(13)

Hasta el momento, en ese órgano no existe consenso en cuanto a la línea de acción a seguir en relación con Siria. Los intentos de Francia y Reino Unido, respaldados por Alemania y Portugal, y con el apoyo de Estados Unidos de que el Consejo adopte una resolución o una declaración de condena, han encontrado la oposición de Rusia y China, ambos con derecho de veto, y de Líbano.

El presidente de Rusia, Dimitri Medvédev, aseguró, según Telesur, que su país usaría el derecho de veto si se intentara adoptar contra Damasco alguna resolución similar a la que se impuso a Libia, la cual sirvió para encubrir lo que calificó como una operación militar irracional.(14)

De más está decir que Australia no solo respalda la condena de Siria por parte del Consejo, sino que aboga porque este órgano remita formalmente a la Corte Penal Internacional el caso, para que las autoridades del país árabe, incluyendo Bashar al Assad, sean juzgados por presuntos actos de represión y violencia contra su pueblo, con lo cual se pretende crear las condiciones para llevar adelante, con una apariencia de legalidad, la “cacería” y eventual aniquilamiento de estos.

Con similares propósitos, la CPI emitió el 27 de junio de este año un mandato de arresto contra el líder libio Muamar al Gadafi, su hijo Saif al Islam y el jefe de los servicios secretos, Abdulá al Senussi.

Igualmente, Australia ha saludado la declaración de condena de las acciones del Gobierno sirio, acordada por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.(15)

No hay dudas de que el imperio del Pacífico Sur se toma muy en serio todo cuanto tenga que ver con la consecución de un mayor protagonismo a nivel mundial y de un reconocimiento internacional más notable de su condición de potencia de Occidente. La participación en la cruzada liderada por Estados Unidos contra Siria es solo otro capítulo de este empeño.

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Notas:

(*) Las declaraciones a la prensa y las entrevistas concedidas por el Canciller australiano, Kevin Rudd, pueden encontrarse en el sitio: http://foreignminister.gov.au

(**) Ver al respecto: Acosta Matos, Eliades. Imperialismo del siglo XXI: Las guerras culturales. Casa Editora Abril, La Habana, Cuba, 2009, pp. 276 y 277.

 

 

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