Gran Bretaña ambiciona el petróleo de las islas Malvinas. Autor: Adán Iglesias Publicado: 21/09/2017 | 04:52 pm
Al menos esta vez Estados Unidos ha pretendido aparentar neutralidad. Pero eso no borrará el estigma, ni les sacará a los argentinos —¿solo a ellos?— el regusto amargo que dejó la veleidosa actitud de Washington cuando, en plena guerra por las Islas Malvinas, en 1982, el gobierno del entonces presidente Ronald Reagan se puso al lado del foráneo ocupante inglés y dejó sola a la vecina conosureña con la que debió haber cerrado filas, según rezaban los postulados del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR).
Tal actitud significó el tiro de muerte que hizo brotar a borbotones la hipocresía de su «panamericanismo». A partir de ahí, el TIAR quedó inerte.
Sin embargo, esta semana, la número dos del Partido Laborista, Harriet Hartman, se enojó con la propuesta de secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, quien se brindó a mediar, y lo consideró una defensa a ultranza de Washington a Buenos Aires…
La vieja herida de una usurpación frente a la que este reclamo argentino de soberanía sobre las islas se identifica con el eufemístico y diplomático término de «disputa territorial» —algo que Gran Bretaña, ni siquiera reconoce—, se hizo más visible con la sangre de los muertos que aquella guerra le dejó a Argentina. Los fantasmas, ateridos aún por el frío de las islas, han vuelto a salir a flote junto a los veteranos sobrevivientes de esa confrontación desigual, quienes marcharon hace unos días por Buenos Aires. «Las Malvinas son argentinas», recordaron.
La demanda fue y es válida, y se encuentra a flor de piel. La soberanía mancillada por casi dos siglos está siendo más profundamente hollada hoy por una rapacidad que toma cuerpo al mejor estilo neoliberal —ese del que esta parte del mundo viene saliendo—, y tiene fuertes visos de prepotencia primermundista.
Desidiré, desidiré...
Después del respaldo que la reciente Cumbre de la Unidad Latinoamericana y Caribeña dio al pedido de la presidenta Cristina Fernández, difícilmente algún mortal desconozca la afrenta con que Londres, alegando jurisdicción sobre las Malvinas, no solo humilla, sino que está dispuesta a saquear la potencial riqueza hidrocarburífera de los mares argentinos.
Los bemoles han ido subiendo desde las primeras advertencias, algunos meses antes de que la compañía británica Desiré Petroleum —bajo el argumento de que obtuvo un contrato con la asamblea legislativa (regida por Gran Bretaña) que gobierna las islas— decidiera el traslado ¡desde Escocia! hasta el Atlántico Sur, de la plataforma petrolera Ocean Guardian.
Buenos Aires dictó la prohibición a los barcos de navegar sin permiso hacia las Malvinas luego de descubrir que —¡además!— los trabajos se estaban ejecutando con conductos e insumos de producción nacional, necesarios a la industria de casa. De manera retadora, la Desiré comenzó la prospección el mismo día en que la Presidenta recibía el respaldo de la región en la Riviera Maya. No habrá sido de balde que el consorcio realizara las primeras perforaciones en el lejano 1998.
Altos funcionarios británicos han dicho ahora que podrían conversar solo sobre el tema. Pero David Willie, portavoz de la compañía, alega tranquilo que los trabajos se hacen en «aguas británicas».
Los mares asaltados como en los tiempos de corsarios están, sin embargo, a la distancia mínima de 480 kilómetros de la Patagonia. Para los argentinos, debe sentirse como tener al vecino de otro barrio abriendo un pozo en su patio.
Pero eso no es lo único discordante. Se ha dicho que, para compartir los costos, otras petroleras británicas se han involucrado, como la Falkland Oil and Gas, la Rockhopper Exploration y la Borders and Southern, y que también lo hará una firma noruega. Si hay éxito, perforarán más pozos .
Parece el prólogo de una batalla anunciada… y no precisamente bélica, sino detrás del crudo, lo que explicaría el anacronismo de que Londres mantenga bochornosamente vivo un asunto de clara esencia colonial. Según el British Geological Observatory, en la cuenca norte de las Malvinas, una de las zonas donde trabaja la Desiré, podrían existir 100 000 millones de barriles, pero no descartan que lleguen hasta los seis billones.
Mientras naciones hasta hace poco expoliadas por las transnacionales de Occidente, como Bolivia o Ecuador, recuperan el control de los recursos que aquellas explotaban para llevarse los mejores dividendos, resulta paradójico que Argentina deba soportar a una empresa petrolera que envíe sus plataformas y barcos desde Londres, hurgue bajo sus aguas, perfore los arrecifes y, si lo hallara, explote y se lleve de sus mares un crudo de cuya existencia se dice que no hay certeza… pero que mentes voraces hace tiempo ven saliendo a chorros dentro de sus cabezas.