Para recorrer las calles de San Salvador es importante entender que el tour estará repleto de contrastes. Como en casi todas las urbes latinoamericanas, aquí choca la modernidad con lo clásico y los lujos con la pobreza, pero cuando uno observa bien, nota que este lugar es mucho más que eso.
En primer lugar, aquí todo se parece mucho a ese juego de mesa conocido como «Sube-y-baja». Situada entre montañas y a más de 650 metros sobre el nivel del mar, las inclinadas pendientes hacen que cada viaje en automóvil o a pie se sienta como una especie de tour a bordo de una montaña rusa interminable.
Desde las afueras hacia el centro de la urbe se nota mucho más el descenso, y llegado un punto uno entiende que dar con una llanura es casi una utopía por estos lares. Solo hacia la parte histórica de la capital, en donde se ubican lugares de referencia obligatoria como la Catedral Metropolitana, la Plaza Cívica Capitán General Gerardo Barrios o el monumento conocido como el Ángel de la Libertad, es que se aplana un poco el terreno.
En el área patrimonial es también donde late más el corazón de la ciudad. Aunque allí el tráfico es bastante intenso y se escuchan constantemente los sonidos provenientes de diferentes construcciones, el rugido de las máquinas es opacado por el de las voces humanas que conversan, ríen, pregonan o parlotean incansablemente sobre la segunda llegada de Cristo.
Paralelamente a los sitios de más simbolismo histórico y cultural, también destacan en esta ciudad las novedosas y espigadas construcciones que llenan el ojo del visitante que otea «rostro» irregular. Volcanes y —cada vez más—rascacielos conviven en esta metrópoli que ha tenido que alzarse desde cero varias veces como consecuencia de los caprichosos movimientos del suelo sobre el que ha sido construida.
Los edificios cada vez más «atrevidos» y lujosos que pueblan el San Salvador de hoy representan por una parte la clara intención de darle a esta gran casa una imagen más acorde a los tiempos que corren. Asimismo, esta tendencia representa la voluntad humana, ya no de retar a la incontrolable naturaleza, sino de demostrar lo que han aprendido después de los golpes recibidos desde las entrañas de la tierra.
Hasta el día de hoy, la actual sede del deporte centrocaribeño continúa viviendo entre altibajos, pero da la impresión de que sus habitantes han encontrado la sintonía justa para «surfear» hacia el futuro sin perder la sonrisa.