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Vértigo

Un caballero sobre pistas de carreras fue Loris Capirossi, con la capacidad para pasar muchas veces inadvertido y aparecer entre la bruma del humo de tanta rueda junta

Autor:

Eduardo Grenier Rodríguez

Sobre ruedas el mundo luce diferente. Es como si la vida fuera una gran pista de asfalto y en cada curva asomara un momento trascendental. Entonces las decisiones deben asumirse así, en lo que suena un chasquido, con la certeza de que luego de pestañear las cosas puedan sufrir un giro drástico que lo modifique todo.

En fracción de milisegundos, te la juegas a un todo o nada en que ganar o perder pasa a un segundo plano, porque solo importa la adrenalina del momento. Así han alcanzado los deportes con motor su punto álgido de popularidad: jugando con los nervios de la gente, poniendo en una cuerda floja el equilibro emocional, coqueteando con el valor tan grande que representa apostar al destino en una simple carrera.

La GP tiene vértigo y peligro. Sus mejores exponentes presumen de una mezcla entre atrevimiento y cordura que solo alcanzan algunos elegidos. En un pelotón te encuentras cualquier cosa, desde los más osados hasta los eternos conservadores. Por eso hizo historia, por ejemplo, Loris Capirossi.

Un caballero sobre pistas de carreras fue el italiano, con la capacidad para pasar muchas veces inadvertido y aparecer entre la bruma del humo de tanta rueda junta, ganó cuanto quiso en la flor de su madurez deportiva y luego, cuando el cansancio lo llevó al pelotón de los menos favorecidos con la mecánica de sus motores, todavía causaba respeto por unas habilidades curtidas con mucha experiencia.

En Loris está la esencia del GP, como también en Valentino o en Márquez, enemigos acérrimos porque parece que dos tipos tan geniales no tienen cómo acercar posturas, solo retarse una y otra vez para beneplácito de sus hinchadas.

La Fórmula 1 también tiene lo suyo. Hace algún tiempo, cuando comenzaba a tejerse la cruda batalla por el trono entre Hamilton y Verstappen, pero todavía ni los más expertos daban altas posibilidades al joven Max, un amigo me sugirió seguir el Mundial prueba por prueba. La competitividad, el ritmo, el valor lúdico de cada circuito, dijo, no puede ser obviado por los amantes verdaderos del deporte. Tenía razón.

Y aunque en Cuba la GP, como la propia Fórmula 1, tiene el tufo indiscutible de la nostalgia por tantos domingos en las pistas del país, de karting y el motocross, nunca es tarde para una primera oportunidad.

Lo dirá Martín Urruty con toda certeza en su próximo relato, para poner la piel de gallina a todos los apasionados del motor: se apaga el semáforo, se encienden las ilusiones.

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