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Pance

Pance es mucho más que un afluente de agua cristalina y helada. Para los habitantes de esta ciudad es además un refugio para escapar de la rutina diaria, para ejercitar el cuerpo, encontrarse con la naturaleza y comer un buen sancocho de gallina fuera de casa 

Autor:

Lianet Escobar Hernández

Dicen los caleños que quien visita el balneario Pance está obligado por decreto a dejarse tocar por sus aguas. Imagine usted mi preocupación cuando tuve delante la bravura de su río, considerado uno de los principales destinos turísticos de la ciudad.

También se dice, o mejor, nada se dice de los cobardes, al menos no en bien, y cubana al fin, tocó sacar coraje y enfrentarme a una corriente que perfectamente podría ganar la medalla de oro panamericana en cualquier deporte de combate.

Pero Pance es mucho más que un afluente de agua cristalina y helada. Para los habitantes de esta ciudad es además un refugio para escapar de la rutina diaria, para ejercitar el cuerpo, encontrarse con la naturaleza y comer un buen sancocho de gallina fuera de casa; en fin, disfrutar en familia.

Situado al extremo sur de la urbe, sobre la vertiente oriental de la cordillera occidental, esta maravilla natural nace en los Farallones de Cali, en el pico que lleva su nombre. Su recorrido va en dirección occidente-oriente, desembocando en el río Jamundí, que al mismo tiempo es afluente del río Cauca.

Para los caleños y caleñas, visitar Pance puede llegar a convertirse en una necesidad, gracias a las diversas oportunidades de esparcimiento que ofrece; por ejemplo, quien no quiere nadar (o pescar una hipotermia), puede andar en bicicleta o hacer senderismo.

De igual manera, podrás disfrutar del chontaduro, un fruto típico de Cali, o de las solteritas, un dulce también distintivo de la región.

El arte igualmente se hace presente en este lugar con la venta de piezas artesanales elaboradas en madera, cerámica, guadua (un género de plantas de la subfamilia del bambú), tejidos y artículos decorativos en fibras y semillas naturales.

De acuerdo con los lugareños, Pance, en parte por lo económico que resulta visitarlo, es un sitio querido. Uno de los que más extrañaron durante el encierro al que los sometió la pandemia.

Dicen también que es pecado no venir al Pance el primer día del año y que es una fiesta visitarlo en verano. Lo que aún no alcanzo a entender es cómo logran entrar al agua en invierno. Yo solo pude meter los pies.

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