Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Grandezas

Autor:

Norland Rosendo

LIMA.— Cuando Lisandra Guerra tuvo en sus manos a Thiago, sintió que no le quedaban más podios que subir en la vida y quiso dejar el ciclismo para dedicarse a la larga carrera de cuidar a su hijo.

Si no hubiera sido por su entrenador y sus compañeras de equipo, quienes la convencieron de que podía llevar ambas «competencias» a la vez, no hubiera conquistado su quinta presea en cuatro Juegos Panamericanos seguidos, una plata que es, como Thiago, moldeada con el mejor oro de mundo.

Lisandra tuvo que ganarse su pase a la final de keirin en el repechaje, y pese a que su pedigrí era de los más excelsos entre todas las pedalistas, con seis preseas mundiales, incluido un oro, la mayoría supuso que lo suyo era más historia que otra cosa.

Sin embargo, ella no pensaba igual. «Si llegué hasta aquí, no me podía ir sin una medalla, no importa el color», comentó emocionada al término de la competencia, en la que dio muestras de que Lisandra sigue siendo la misma que da guerra hasta el último segundo.

Arrancó en el puesto seis y fue buscando su posición como tenía previsto en el plan táctico, buscó la rueda de la colombiana subcampeona mundial en keirin en 2017 y se le pegó con fiereza y maestría. Se coló en el segundo lugar demostrando, más que velocidad, potencia y corazón.

La colombiana Martha Bayona se puso la corona en una competencia con un epílogo muy emocionante, mientras la mexicana Yuli Paola Verdugo cruzó la raya de sentencia por detrás de Lisandra.

Así, la muchacha de Matanzas volvió a ganar un pergamino plateado en la misma especialidad que en Toronto, cuando además fue plata en la velocidad por equipos con Marlies Mejías, otra estrella insular del ciclismo que espera el nacimiento de su bebé y quien fuera de las primeras en salir en Facebook a felicitar a su «negrita» por este segundo lugar que tiene un valor especial para Lisandra.

Si la yumurina no se colgó otra medalla en la urbe canadiense se debió a la estrepitosa caída en el velódromo cuando en los cuartos de final de la velocidad individual tocó la rueda de la mexicana Luz Gaxiola y rodó incrustándose fragmentos de madera en uno de sus brazos.

Y ella, mientras la suturaban, apuraba a los médicos porque quería volver a montarse en su bicicleta. De esa estirpe está hecha, y es la misma que la impulsó ahora a apretar «aquello» y dar pedales para mantenerse en el podio panamericano, de unos Juegos que probablemente sean los últimos. 

Sobre la posibilidad de que este resultado le sirva de acicate para estar en Tokio 2020, la velocista descartó que pueda estar en sus terceros Juegos Olímpicos.

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