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Por tercer año consecutivo, el equipo de la Misión Deportiva alza la Copa. Autor: Juan Luis Naranjo Batista Publicado: 26/12/2017 | 12:22 am
CARACAS.— El terreno está en Fuerte Tiuna y se llama Hugo Chávez, así que, no más llegar a él, todos se apresuran a buscar lo que atesora al otro lado de las gradas: una escultura de unos dos metros del Comandante bolivariano vestido con el uniforme de pelotero del Ejército. En su espalda, el número 21.
Aun en el bronce se le ve pleno de picardía mientras espera le lancen una pelota imaginaria. Mirándolo parado serenamente en el home play de la Historia, uno tiene que murmurar: ¿de qué otra forma, si no a la izquierda, podría batear semejante paladín de pueblos?
A diferencia de lo que hacen cuando van al Cuartel de la Montaña, donde descansan sus restos en plena actividad, el homenaje de los cubanos a Chávez era esta vez bullicioso y alegre, a tono con el escenario: colaboradores internacionalistas celebraban allí la jornada final de la Copa Aniversario de la Revolución, dedicada a los 59 años de nuestro enero de luz, de modo que la algarabía fue la norma hasta pasadas las tres de la tarde.
Cada año, equipos de softball de varias misiones saludan desde encarnizados juegos las fechas más significativas de la Historia de Cuba. De los siete que participaron ahora, llegaron al play off Misión Médica, los aeroportuarios de Rampa 4, Misión Deportiva y los muchachos del Centro de Diagnóstico Integral de Chuao.
Hecho el cruce, que a la postre dejaría el tercer lugar en manos de Chuao, los de la Deportiva ganaron por tercera vez el oro del torneo, en caliente final con los de la Médica. El brazo del joven profesor Yoannis (el rey) Salomón y los batazos de sus amigos Lescalle, Yeiler y Yoslén tuvieron mucho que ver en el asunto, pero la Copa es más que eso.
Este breve evento, armado en los escasos paréntesis que da un trabajo intensísimo, premia a todos por igual con el refuerzo de los lazos entre colaboradores de diferentes ubicaciones y perfiles profesionales. Fertiliza arraigos, une, recrea, anima y/o desestresa a compatriotas nuestros que ayudan, en disímiles condiciones, a otro proceso soberanista bajo asedio extranjero. Porque quien diga que Venezuela es hoy un manso paseo, ignora o miente. Una Revolución es otra cosa.
Sin embargo, ahí estaban los colaboradores, jugando en el terreno y en las gradas, donde aplaudía una variedad de profesionales difícil de hallar —en tal concentración de títulos universitarios— en estadio alguno. Nadie de Matanzas o Las Tunas, nadie de Granma o Industriales; aunque a nuestros cuatro grandes nos les faltan aquí coterráneos y seguidores, en Venezuela todos los cubanos son del Cuba de la solidaridad. Las estampas cotidianas lo certifican.
Cubanía caraqueña: en el público, la inextinguible corneta de Lily, animando a sus aeroportuarios, la poderosa comisión de embullo del Chuao, por momentos más temible que su equipo, los consejeros sarcásticos que con filo de escalpelo pedían espejuelos para un jardinero, brazos para algún receptor, piernas para corredores lentos… En las gradas, las novias y las admiradoras. De cierto pitcher de control incierto, las malas lenguas decían que era «bola viva». Imposible no reír.
Para que el abrazo fuera más elocuente, el árbitro principal, José Benítez, y el auxiliar, Ricardo Gallardo, venezolanos ambos, tuvieron que dirimir las porfías de los inquietos «panas» cubanos.
De tal manera ha sido saludada en estas tierras la Revolución Cubana. También con obra, abundante obra, pero mientras llegan otras formas de dar vivas a la barbuda gesta de Fidel, más de uno comenta aquí que en 2018 tendremos bastante softball: los 165 años de Martí, los 65 del asalto al Moncada y los 60 del triunfo de enero animan a un programa intenso.
Mucho juego y mucho en juego en Venezuela. Lo sabe, mejor que nadie, Hugo Chávez, el pelotero de bronce que en Frente Tiuna no teme al marcador y, en la Copa menos pensada, saldrá de emergente a dar un jonrón por Cuba.
