Lirios. Autor: Adán. D. Publicado: 17/03/2025 | 09:31 pm
Probablemente luego de aquel bendito alumbramiento en la habanera calle Paula, el 28 de enero de 1853, Leonor Antonia de la Concepción Micaela Pérez Cabrera y Mariano de los Santos Martí Navarro esperaban otro varón, pero José Julián terminó siendo el único.
Siete hermanas llegarían después de Pepe: Leonor Petrona (Chata) en 1854, Mariana Matilde (Ana) en 1856, María del Carmen (La Valenciana) en 1857, María del Pilar Eduarda en 1859, Rita Amelia en 1862, Antonia Bruna en 1864 y Dolores Eustaquia (Lolita) en 1865.
Muy lamentable fue el fallecimiento de tres hermanas a temprana edad. Ana expiró en 1875, a los 18; María del Pilar en 1865, antes de su sexto cumpleaños; y Lolita en 1870, cuando todavía no había cumplido los cinco años, aunque algunos textos ubican el deceso en noviembre de 1873.
Tales pérdidas estrujaron el corazón de Martí, quien las homenajeó a lo largo de su agitada vida.
Cómo olvidar que en sus versos hay una Pilar, si bien tiene una posición social distinta a la de su hermana. «Y quizá fue en recuerdo de ella que llamó Pilar a la niña de Los zapaticos de rosa, y la vistió como nunca pudo verla vestida, con un sombrero primoroso, un vestido de organdí con lazo grande a la espalda y unos botines finos», escribió al respecto Fina García Marruz.
Con el alma en un hilo, el poeta también recordaría a Ana en sus Versos Sencillos: «Si quieren, por gran favor/Que lleve más, llevaré/La copia que hizo el pintor/ De la hermana que adoré». El artista mencionado era el mexicano Manuel Ocaranza (1841-1882), novio de la muchacha.
Antes, en otras estrofas conmovedoras, había plasmado el hermano mayor: «Mis padres duermen / Mi hermana ha muerto /Es hora de pensar. Pensar espanta, /Cuando se tiene el alma en la garganta...». Y cerraba aquellas letras más que sentidas: «¡Decidme cómo ha muerto;/ Decid cómo logró morir sin verme;/ Y —puesto que es verdad que lejos duerme/ Decidme cómo estoy aquí despierto!».
Con el resto de las muchachas de su humilde casa José Julián mantuvo comunicación, aunque no como ellas querían. Antonia Bruna, expresaba en una misiva fechada en diciembre de 1881: «Espero me contestes aunque sea dos letras para saber si es verdad que me quieres como dices; otra que te escriba será más larga; recibe un fuerte abrazo de tu hermana que bien te quiere».
Y él le respondía a Amelia en 1883: «Tú me pides muchas cartas, tú —feliz— escríbeme sin cesar, y oblígame a ellas. —Y no me mires como a hermano alejado, sino como a parte de tu mismo cuerpo».
Pepe, en medio del torbellino de responsabilidades, sin apenas verlas por el fastidioso exilio, no dejaba de aconsejar a todas.
«Yo nunca pensé que tú creyeras que yo estuviera enojada contigo, yo no puedo estar disgustada con un hermano que tanto quiero aunque no haya tenido motivos de demostrártelo, por el corto tiempo que has estado al lado de nosotros», le decía La Valenciana en una tierna misiva.
Él, por su parte, le alertaba a Amelia: «Toda la felicidad de la vida, Amelia, está en no confundir el ansia de amor que se siente a tus años con ese amor soberano, hondo y dominador que no florece en el alma sino después de largo examen, detenidísimo conocimiento, y fiel y prolongada compañía de la criatura en quien el amor ha de ponerse (...).
Cuéntame Amelia mía, cuanto pase en tu alma. Y dime de todos los lobos que pasen a tu puerta; y de todos los vientos que anden en busca de perfume. Y ayúdate de mí para ser venturosa, que yo no puedo ser feliz, pero sé la manera de hacer felices a los otros».
Un año y cuatro días antes de caer en combate en Dos Ríos, el hombre de La Edad de Oro, al escribirle a Leonor, califica a las cuatro hermanas que quedaban vivas: «A mi Chata romántica, a mi Carmen digna, a mi dolorosa Amelia, a mi sagaz Antonia».
La Chata había resumido la tragedia que significó en la familia la caída en combate del hermano querido. Así se lo hizo saber a Manuel Mercado, en carta de junio de 1895: «(...) para nosotros es una pérdida irreparable, de la que no podemos conformarnos, (mi hermano tan noble, tan bueno y cariñoso y tan desgraciado, morir sin ver el fruto de su ideal realizado, y con tantos sacrificios y privaciones en su vida para un fin tan triste). ¡Esto es horrible!».
Es extremadamente llamativo que tres de sus hermanas fallecieran en 1900.
Antonia Bruna expiró el 9 de febrero, María del Carmen el 14 de junio y Leonor Petrona el 9 de julio. La primera tenía 35 abriles, la segunda 42 y a la tercera le faltaban 20 días para cumplir 46. Amelia murió en 1944, a dos meses de llegar a los 83; fue la única que tuvo larga vida de la descendencia Martí Pérez.
Ellas cuatro y las tres que partieron prematuramente fueron, al margen de la distancia, más que flores en la existencia del Apóstol. Él ya lo había plasmado en una carta a su cuñado José García Hernández: «Son como lirios, para mi alma, mis hermanas, que tienen las raíces donde las tiene mi vida...».